TRIUNFADOR. El Fandi sale de poner banderillas a su primer toro / EFE
Toros

La corrida mil de El Juli fue una fiesta de El Fandi

Un lote gazapón, pegajoso y deslucido. Seis lances soberbios celebran la efemérides en el festejo de Zaragoza

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El Juli le brindó el primero de sus dos toros a Armando Gutiérrez, su mozo de espadas desde el día del debut con picadores y hasta hoy. Nueve años de matador de alternativa, veinticinco años recién cumplidos y ayer mataba en Zaragoza El Juli la corrida número mil de su carrera. Sobrio y breve, dio la impresión de ser un brindis inesperado. No fue toro de brindis. Lo provocaría el amor por la aritmética. Mil. Ni una más ni una menos.

Mil corridas de un torero tan algebraico, cerebral y apasionado como El Juli, que sólo pudo retratarse de verdad con el capote en el saludo. Dejó primero correr a su aire al toro y, cuando lo vio asentado, le echó los vuelos y los brazos. Seis lances muy embraguetados y despaciosos, de mano baja, cintura, muñecas, un rizo seguido. Aunque, luego de una vara protestada, el toro empezó a gatear, distraerse y otear el horizonte, El Juli se animó a quitar por chicuelinas. Tres. En los medios, por las dos manos y con gran ajuste. Se abrió suelto el toro de la segunda, pero El Juli provocó la tercera a toro casi ido, remató con media de manos altas y recogidas muy juntas. El toro se le quedó domado en el embroque, y de él lo sacó El Juli a punta de capote y corriéndolo por delante hasta dejarlo en suerte para la segunda vara.

Brindis a su escudero

La querencia del toro eran las tablas. Inexcusablemente. Aunque dosificadas, las dos varas lo habían consumido. Las verónicas del saludo, también. Después del brindis a su escudero, El Juli le pegó al toro cuatro muletazos de horma, tanteo y engaño. En un bucle los cuatro. Entonces apareció plantado ya en los medios. Optó por atacar con la derecha. El toro no resistió: claudicó, se rebrincó, echó la cara arriba. Pero se tragó esa tanda casi a la fuerza. Vino a tomarse venganza después. Por falta de asiento y fuerza, se puso celoso, andarín y pegajoso. Por falta de clase, se defendió sin humillar. Y se frenó un poquito. Como se puso tan pegajoso, El Juli no le perdió de vista ni cuando tocaba soltarlo. Hubo cambio de terrenos y distancias. Ni así se empleó el toro, gazapeante. Dos molinetes parecieron solución para volver a la carga y pararle al toro los pies. Tampoco. Dos toques de pitón a pitón para igualar al toro con buena ciencia, El Juli cambió de espada en la primera raya sin siquiera descubrirse, atacó con corazón y por derecho y enterró media arriba pero algo trasera. Vino el toro a tablas a echarse. Y hasta en eso fue ingrato. Se levantó del primer puntillazo. Rodó al segundo.

El toro que completó la ronda de las mil fiestas no sacó mejor estilo que ese segundo tan cargante. Justo de cara, algo abrochado, largo, echó de salida las manos por delante y El Juli no pudo engarzarlo como al otro. Se le fue incluso una mano en un lance de sujetar. Muy trotón, sin apenas poder el toro. El Juli pidió que lo picaran con máxima compasión. Y así se hizo. No hubo ni quite. Sólo dos delantales corridos por delante para la segunda vara. El brindis fue ahora para el público. Una tanda le duró el toro vivo a Julián. La primera: una bandera cambiada por la mano izquierda, otra por la derecha dejando impasible llegar al toro muchísimo, otra más, un cuarto muletazos templado a media altura y en la suerte natural, uno por debajo de castigo y la trinchera de remate. Y fue un jaleo.

Pero la primera vez que tuvo que hacer trabajo forzado, se rebrincó el toro. Terco, porque parecía empeño especial, El Juli libró una tanda de hasta siete en redondo, pero partidas en dos mitades porque del tercero salió el toro hecho cisco. Y luego se puso muy andarín, y a temblar como si fuera a reventarse, y a mirar por encima del engaño. Con trote muladar. Dos veces desarmó a El Juli: le quitó una vez la muleta de las manos, en la otra se la pisó y le rompió el estaquillador. El Juli reaccionó como suele: un desplante inerme y, recuperada la muleta, un molinete. Y al fin, un pinchazo arriba y una estocada desprendida y letal. Así pasó la mil. Con el viento de cara.

La mil se convirtió, a favor de lote y ambiente, en una fiesta de El Fandi, que se llevó los dos únicos toros relevantes de la corrida de El Pilar. Al tercero, de particular bondad, lo premió el palco sin mayor razón con la vuelta al ruedo. El sexto, que se vino arriba en la muleta y tuvo bastante más motor y fondo, protestó en la primera vara, arreó en banderillas con aire bravo y se empleó en la muleta sin reservas. Encastado toro. Sin vuelta. El Fandi les hizo a los dos virguerías con el capote: onduladas revoleras, lances en circular a cámara lenta, una larga cambiada de rodillas, lances de costadillo.

Y más virguerías en banderillas -siete pares, siete- en tercios que provocaron y pusieron a la mayoría al borde del éxtasis. Templado, aparatoso El Fandi, habilidoso, más de abajo arriba que de arriba abajo, la suerte descargada, la muleta al hocico y tapando mucho, circulares, molinetes, una ruidosa tanda de rodillas, El Gato Montés palmeado por varios miles: alboroto monumental. Dos estocadas, a paso de banderillas naturalmente. La segunda fue, por tendida, de muerte lenta. Una oreja de cada toro. Gritos de «¿To-re-ro, to-re-ro...!». Si hubiera toreado con la mano izquierda, pues entonces no se sabe qué ni cuánto. Finito, que sólo pudo abreviar con un cuarto plantado y rendido tras haber empujado y sangrado en una larga vara, le pegó a un primero pajuno, distraído y apagado algunos muletazos deliciosos: por la cadencia, el compás en el embroque y el regusto. Perfectos.