El recién estrenado curso
Un mes después de que los alumnos se aprestan realmente a volver a las aulas, vuelvo a profundizar con ustedes en la nueva materia, Educación para la ciudadanía tal como hice al inicio del verano. Es importante entender que la materia se desarrolla en dos niveles muy diferentes: un nivel superficial, justificativo, centrado en la Educación para la ciudadanía y los derechos humanos, que da título a la asignatura; otro, profundo, ideológico, que da forma concreta al tratamiento del contenido.
Actualizado:Ninguna de las personas que se han opuesto a la materia lo han hecho por el primer aspecto. Así que no se les puede atacar diciendo que no quieren que se eduquen a nuestros jóvenes como ciudadanos o en los derechos humanos. El problema no está ahí. A esos niveles la materia puede ser no sólo aceptable sino incluso deseable.
La cuestión grave es que -entre los modos posibles de vivir en una sociedad democrática y plural- el currículo elige un modo concreto y convierte lo que es una opción respetable en la única opción. De este modo, hace al Estado formador moral de las conciencias. En un régimen plural y democrático como el nuestro, el Estado debe distinguirse por una profunda neutralidad ideológica que proponga un exquisito respeto a las opiniones personales. En la Constitución Española (art 27.3) se recoge, además, expresamente, que la formación de la conciencia moral es un derecho fundamental de los padres, que son los que deciden cómo quieren que sean formados sus hijos. En este aspecto, la Escuela sólo puede actuar como acompañamiento y secundando las intenciones de los padres, no introduciendo una sospecha crítica en los alumnos.
En este caso se actúa de un modo muy diferente: se pone el laicismo como modelo moral. Este implica, no la neutralidad ante las posiciones morales sino el fomento de todas las opciones legítimas, mantenidas por los ciudadanos. Los códigos religiosos no se mencionan ni como posibilidad y sólo se habla de ellos para indicar que hay que ser tolerantes con los que tienen otras posiciones. Algo cierto pero insuficiente, ante una realidad de tanto calado cultural e histórico.
El pluralismo no se afirma como riqueza, como contribución abierta de todos, que -desde su posición personal- afirman en un diálogo rico y tolerante lo que consideran bueno y malo, así como las razones que les mueven. La única moral posible es el relativismo. Se afirma dogmáticamente que no se puede mantener ninguna posición moral, y quien afirma lo contrario (quien considera unas actuaciones como buenas y otras como malas) es un intolerante. De este modo, la única moral posible es aquella que niega todo código moral concreto.
Ciertamente afirma valores muy valiosos como la solidaridad, la dignidad o el respeto, pero los plantea de un modo totalmente externo, compatibles con una concepción hedonista y utilitarista. No se le exige a la persona que luche moralmente y que consiga las grandes virtudes clásicas de los griegos (la prudencia, la templanza, la fortaleza, la honestidad, etc ) pero se espera -no se sabe de que modo «milagroso» -que el individuo viva con altura moral sin tener ningún fundamento interior. Eso es imposible.
Tal como está diseñada, la materia impone la ideología de género, que es una concepción que niega la naturaleza constitutiva de la sexualidad humana. Toda diferenciación entre los sexos sería un prejuicio o un estereotipo. Ciertamente muchos de los valores y rolles que asignamos a las identidades sexuales son producidos culturalmente (lo que no implica necesariamente que sean malos), pero se está muy lejos de demostrar que no haya unas tendencias básicas que caracterizan a la mujer y al varón. Más bien al contrario así lo afirman un buen número de psicólogos y de filósofos, como por ejemplo Jesús Mosterín, difícilmente acusable de promover posiciones conservadoras. Lejos de solucionar los graves problemas en los que vivimos con la violencia doméstica y la desigualdad, la ideología de género va a promover una pérdida grave de la identidad de las personas, cuya sexualidad supone la primera diferenciación fundamental. Si ni siquiera podemos decir si somos varones y mujeres, y la diferencia que esto implica en el seno de la igualdad fundamental, a ver que podemos decir de nosotros mismos. De este modo, una postura posible pero no demostrada se impone como si fuese la última opción.
Ante esta perspectiva, algunos padres han presentado su objeción de conciencia ante la materia. Es una posibilidad, no la única, de mostrar a nuestros gobernantes que no están representando la voluntad popular. Pero, de un modo u otro, los padres deben recordar su derecho y deber de formar moralmente a sus hijos. O eso, o terminarán objetando de ser padres, y todos saldremos perjudicados.