ETA da un salto en su ofensiva al intentar matar a un escolta
Gabriel Ginés, militante del PP y guardaespaldas de un concejal del PSE que se encontraba de vacaciones en Valencia, resultó herido grave al estallar una bomba lapa bajo su coche
Actualizado: GuardarEl escolta Gabriel Ginés había sido sentenciado a muerte por ETA pero el azar le salvó de morir destrozado por una bomba lapa en Bilbao. Los terroristas que debían asesinarle colocaron el artefacto en la zona trasera de su vehículo y esos centímetros de distancia con respecto el asiento del conductor permitieron que cuando el explosivo estalló, él pudiera abandonar el automóvil envuelto en llamas pero con vida. Gabriel Ginés, de 36 años, guardaespaldas, militante del PP y encargado de proteger a un edil socialista de Galdácano, había sido el elegido por la banda para demostrar que en su vuelta a las armas está dispuesta a asesinar de manera deliberada. Ayer los terroristas dejaron claro que buscan la muerte y que no sólo la contemplan como un daño colateral en sus atentados con coches bomba contra edificios públicos. Y el plan para matar a Gabriel Ginés también debía servir para confirmar las palabras del dirigente de Batasuna, Pernando Barrena, quien había anunciado que tras la encarcelación de parte de la mesa nacional que venían «tiempos oscuros».
El martes por la mañana. Gabriel Ginés, tras varios años en el País Vasco dedicado a la seguridad, se preparaba para marcharse para siempre de Bilbao al contar con una oferta de trabajo en Zaragoza, su ciudad natal. Se estaba preparando para el viaje. En su piso del barrio bilbaíno de La Peña, su madre le ayudaba a hacer las maletas y recoger sus enseres. Una de las gestiones que le quedaban por completar era entregar el 'Renault Megane' que le había cedido la empresa Seguriber. En ese coche llevaba de forma habitual al edil socialista de Galdácano Juan Carlos Domingo, quien estaba de vacaciones en Valencia. Y en ese coche le esperaba la muerte.
El lunes por la noche había aparcado el 'Megane' en la calle Zamacola, aunque en un sitio donde no estaba correctamente estacionado. A las 13,20 decidió bajar a la calle a cambiarlo de lugar para no tener que marcharse del trabajo con una multa. Subió al automóvil y arrancó. Anduvo cuatrocientos metros muy despacio, buscando algún lugar que quedase libre para estacionar el coche.
A las 13.25 el turismo se convirtió en una bola de fuego. La explosión de una bomba lapa colocada en el asiento situado detrás del copiloto provocó un incendio que rodeó a Gabriel. El escolta saltó del vehículo y se arrojó al suelo para apagar las llamas que ya habían prendido en su ropa. Se arrastró por el asfalto y se incorporó con la cara y las manos quemadas. A su alrededor, otros tres vehículos además del suyo ardían. El escolta, tambaleante, entró en el bar Txalo y desde allí telefoneó por el móvil para pedir ayuda. Una de sus primeras llamadas fue a su madre.
Sedado
Para entonces, una densa humareda cubría el barrio de La Peña. Los vecinos luchaban para sofocar las llamas que estaban calcinando tres vehículos. Los niños del colegio próximo asistían atónitos a los incendios mientras escuchaban las explosiones de los depósitos de gasolina de los turismos.
Cuando llegó la ambulancia, Gabriel caminó por su propio pie hasta el vehículo sanitario. Más tarde subió a la furgoneta su madre, que había corrido hasta la calle Zamacola. El escolta fue ingresado en la Unidad de Grandes Quemados. Según el parte médico, tiene el 4% de su cuerpo dañado, con quemaduras de segundo grado en la cara (región frontal, nasal y malar) y de tercer grado en el dorso de la mano derecha. Asimismo, presentaba una herida incisa en la espalda. En el hospital recibió la visita de amigos y compañeros de profesión. A media tarde, los médicos decidieron sedarle para que pudiera descansar.
En el barrio de La Peña, mientras tanto, la Ertzaintza y los bomberos realizaban su trabajo y el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna (PNV), y concejales de PP, PSE y EB se acercaban a la zona. Alrededor de las tres de la tarde los expertos de la Policía vasca comenzaron a encontrar evidencias entre el 'Renault Megane'. Los restos de un detonador y de un mecanismo de activación por movimiento dejaron claro que en el vehículo habían colocado una bomba lapa. Una estimación de los daños causados les permitió establecer que los terroristas habían utilizado un kilo de amonal, un explosivo casero que la banda fabrica en sus talleres clandestinos de Francia. Según los expertos, si la bomba hubiera estallado bajo el asiento de Gabriel los daños sufridos habrían sido mucho mayores. Quizás, letales.
En este sentido, las circunstancias del atentado crearon ayer una gran perplejidad entre los expertos de la lucha antiterrorista. «El modo de actuar no tiene sentido», señaló ayer un mando policial a este periódico. Las fuerzas de seguridad creen que es evidente que los terroristas ya habían decidido que había que matar al escolta, aunque, dado el lugar donde habían colocado la bomba lapa -el asiento trasero, donde habitualmente se colocan los protegidos- no descartan que los etarras pensaran que quizás podían acabar con el concejal. Esa forma de actuar revelaría una gran ineficacia, puesto que este tipo de bombas se activa por el movimiento, lo que significa que el artefacto habrían estallado antes de que Gabriel pasara a recoger a su cliente. Otra de las hipótesis de los expertos es que los etarras colocaron la bomba en la zona del protegido al pensar de que allí sería más difícil de detectar.
Otra de las incógnitas de la investigación es qué grado de conocimiento de su objetivo tenían los terroristas y si realmente sabían que era un escolta o le habían confundido con un miembro de las fuerzas de seguridad. La banda no ha actuado nunca de manera directa contra escoltas privados, aunque algunos agentes sí que han sido objeto de la violencia callejera. No obstante, en el boletín 100, el documento de 2003 en el que ETA unificaba su doctrina, sí se afirmaba que los guardaespaldas «de PP, PSE y UPN» se encontraban bajo el mismo nivel de amenaza que los miembros del Ejército, la policía, la Guardia Civil o la Ertzaintza. Ayer, el consejero de Interior, Javier Balza, zanjó cualquier especulación sobre la intención de ETA al señalar que, «a efectos políticos», lo importante es «que han colocado una bomba en toda regla; y por lo tanto, es clara la voluntad y la decisión de ETA de matar a una persona».
Coste en las bases
Desde que la banda rompiera la tregua el pasado 5 de junio, todos los responsables de las fuerzas de seguridad habían insistido en que los terroristas iban a cometer un asesinato. La banda había roto su tregua con atentados como el de Durango, en el que hicieron estallar un coche bomba junto al cuartel de la Guardia Civil, o el de Zarauz, en el que colocaron una mochila cargada de explosivos en una comisaría de la Ertzaintza. En ambos atentados no había realizado ningún tipo de aviso previo, con lo que demostraba que no le importaba en absoluto causar muertos.
Según algunas fuentes consultadas, ETA era consciente de que la ruptura de la tregua podría suponerle un coste dentro de sus bases, por lo que una vuelta a los asesinatos debía ser gradual y tener objetivos, como las fuerzas de seguridad, que no creen contradicciones entre sus simpatizantes. Según los expertos, al valorar el atentado de ayer es necesario tener en cuenta la detención de 17 miembros de la mesa nacional llevada a cabo la pasada semana. Por un lado, a ETA le interesaba ofrecer respuesta a la actuación de la Policía y los jueces, y por otro, que los terroristas considerasen que, a la hora de justificar un crimen ante sus bases, la detención de la cúpula de Batasuna silenciaría la discusión que surgiera. Y la banda estimó que matar con una bomba lapa a Gabriel Ginés no le supondría problema.