Revista psicológica
Como cualquier día estoy frente el kiosco para mi compra habitual de la prensa. Es sábado, y la prensa se acompaña de una pequeña revista gratuita de temática psicológica. Inmediatamente pienso: «¿Estoy salvado!». Gracias a Dios se escucharon mis plegarias, en algún sitio existe algo o alguien que se apiada de mí. Esto, sin duda, ayudará a un ácrata y devorador de libros como yo.
Actualizado: GuardarMis neuras sobre el negro futuro de la tierra andaluza, mis preocupaciones por cumplir con mis clientes y no defraudar a nadie, la hipoteca que se ha puesto por las nubes, los sueldos que se mantienen igual y el asunto no parece que cambie de color, mis hijos que por una estúpida ley de escolarización están en dos colegios distintos, el coche que me ha guiñado dos veces este verano indicándome que necesita una jubilación, la gasolina que vuelve a subir, los gastos escolares y la cuenta bancaria que da penita mirarla. Nada especial, los problemas y preocupaciones que todos tenemos. Esta revista seguro que me abrirá los ojos y cerrará las puertas de este mes.
Corriendo y deprisa apresuro a llegar a casa a leer la revista psicológica, que tiene buena pinta y seguro que me ayudará a pasar esta crisis. Empiezo a hojear y aparecen delante de mí artículos de autoayuda para vencer la barrera de los cuarenta años, un reportaje sobre si tu jefe te aprieta las tuercas y no te deja vivir, otro más por si tu pareja tiene fantasías sexuales raras y a ti no te apetece la caidita romana tanto como antes, otro más de unos cuantos ejercicios de Pilates para estar siempre como un dominguero, unos consejos de cómo sobrellevar el síndrome post vacacional y el ultimo sobre cómo colocar el microondas orientado al norte para que espante las vibraciones negativas y los malos rollos, a la última moda Zen. Y me digo: ¿Pues esto no creo que me ayude mucho!
Pero además de ver los artículos y reportajes, me percato que la publicación contiene publicidad por un tubo: diez anuncios de perfumes de los caros, nada de tarros de colonia, seis anuncios de joyas de las que quitan el hipo, diecisiete anuncios de cremas para la celulitis y depilatorias para tener la piel Photoshop última versión, tres más de maquillaje para mantener el morenito «Cachucha» hasta la mañana del día de Reyes, un anuncio de muebles para salones de doscientos metros cuadrados, tres anuncios de ropa total fusión que yo no me pondría nunca jamás, once anuncios de productos de adelgazamiento ultra, pero ultra rápido, otra más para la caída del cabello con un precio que no sé si es para perderlo del todo, uno más de un producto farmacéutico rico en fibra para ir ligerito de equipaje, tres anuncios de zapatería de piel de cabra del altiplano andino. Al final me acabo de tragar la friolera de 57 anuncios en total.
Sociedad de consumo autocomplaciente a toda pastilla para que nuestra mente se sienta feliz. A dónde vamos a ir a parar. No me acuerdo ahora quien dijo que la psicología era la Policía del pensamiento, creo que fue un terapeuta suizo medio chalao, pero: ¿qué razón tenía! No menearse que todo nos va de maravilla, sigamos como el enano que le dijeron que había subido la cerveza y contestó: «¿Mientras no me suban la barra del bar!».
Ángel C. Gómez de la Torre. Puerto Real