LA CONTRA

Estación central

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os bares a imitación de los pubs irlandeses son una especie de embajada para apátridas. Refugios ante la tormenta donde no se pregunta al viajero de dónde es sino hacia donde se dirige. A la manera de estaciones de ferrocarril ancladas en ningún lugar y en todos a la vez, conservan el olor a maleta vieja, el humor que sólo se da entre desconocidos, la camaradería de los solitarios reunidos en torno a una pinta de Guiness, mezclando idiomas en un trasunto de la Europa un día soñada y hoy asaltada por los mercaderes y atacada por los fundamentalistas. En todas las ciudades estas imitaciones de pub gaélico son punto de encuentro para los extranjeros, allí se dan cita los estudiantes recién llegados que aún no dominan los lugares secretos de su localidad de acogida, los turistas despistados y agotados en busca de un merecido reposo entre mapas, cámaras de fotos y niños somnolientos. Y además son cita obligada para los aficionados al deporte cuando de ver rugby se trata. Bendito pueblo el que inventó el más caballeroso y salvaje de los deportes, una disciplina que une espíritu de equipo y honor a la antigua con talento individual y afán de superación. Un pasatiempo muy serio en el que es obligado confiar en el adversario tanto como en uno mismo, pues el permanente contacto físico exige un escrupuloso respeto a las normas si se pretende llegar al final de los 80 minutos reglamentarios. Allí nos hemos reunido ingleses, australianos, argentinos, por supuesto franceses (son anfitriones de la presente edición del campeonato del mundo) gentes de toda procedencia unidas por algo tan irracional como el deporte, sonrientes, satisfechos de encontrar en el otro, en el desconocido, un brillo de complicidad viendo un buen placaje, una mueca de disgusto ante un comportamiento poco honorable, una mirada de admiración por un ensayo tras una jugada a la mano. Sólo quedan las semifinales, Argentina se las verá con Suráfrica y Francia e Inglaterra revivirán el enésimo asalto de la más grande rivalidad imaginable. Quince contra quince y el caprichoso balón ovalado como medio de lucha. Lo mejor volverá a ser el final, cuando todo el bar brinde sin importar el resultado, porque por muy serio que sea el juego el tercer tiempo es siempre el más importante.