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TRIBUNA

La defensa del PSOE

La estrategia de defensa que viene utilizando el PSOE es bien simple. Cada vez que surge un problema, lo intenta encajar en algún lugar del pasado para argumentar que la culpa es de su antecesor en el Gobierno y que no hay nada nuevo bajo el sol. Si se trata de ETA, el argumento consiste en que Zapatero ha hecho lo mismo que hicieron González y Aznar. Si ahora Ibarretxe pone fecha a su referéndum y lo anuncia con todo lujo de detalles para que quede claro que no es una ocurrencia, los socialistas diluyen su responsabilidad alegando que la cosa viene de atrás.

JAVIER ZARZALEJOS
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La táctica sirve para salir del trance pero poco más. Zapatero presentó su llegada al Gobierno como el bálsamo reparador del irritado tejido político del que acusaba al Ejecutivo popular. Pero si resulta que en los dos asuntos -terrorismo y modelo territorial- en los que el presidente del Gobierno se presentó como el punto y aparte en la historia, Zapatero no encuentra mejor defensa que mimetizarse con el PP, entonces el sentido de la alternativa que decía representar queda seriamente en entredicho. Y es que, además, no es verdad que Zapatero se presentara como un mero continuador de experiencias anteriores. Él venía a ganar a la historia por goleada.

Desde luego que hubo plan Ibarretxe antes de que el PSOE accediera al poder. Pero concluir de ese hecho que, al fin y al cabo, lo del referéndum de ahora viene a ser lo mismo, es hacer trampa en el razonamiento. Que los hombres sean mortales y que las vacas también lo sean, no significa que las vacas sean hombres.

A pesar de que se intente manipular la memoria, las cosas no son iguales. Habrá muchos que piensen que ahora están mejor. Es perfectamente legítimo creerlo. Pero, en todo caso, iguales no son. Creo que en esta apreciación coincidirían, por ejemplo, los miembros del Bloque Nacionalista Gallego cuya situación, sin duda, ha mejorado de la mano de los socialistas.

Tampoco es la misma la situación de los nacionalistas en Álava que gobiernan la Diputación foral en minoría absoluta, por cortesía de Ferraz. Ni la de Carod-Rovira, quien años antes era sólo un prometedor agitador independentista y hoy es vicepresidente de la Generalidad aupado con reiteración por aquello de los gobiernos de progreso propiciados por los socialistas. Progreso que también fue esgrimido por los socialistas navarros para decidir una alianza de gobierno con los nacionalistas de Nafarroa Bai, finalmente frustrada.

Mayor aún ha sido el cambio para el Partido Comunista de las Tierras Vascas, lo mismo que para Acción Nacionalista Vasca. Josu Jon Imaz, presidente dimisionario del Partido Nacionalista Vasco, puede dar fe de lo mucho que las cosas han cambiado desde aquel discurso de inauguración de su presidencia en el palacio Euskalduna de Bilbao -ironías de la vida- en diciembre de 2003.

Y sí, las cosas han cambiado para los que en el País Vasco salían a la calle para afirmar su condición de ciudadanos españoles libres amparados por la Constitución; para los que han defendido el Estatuto de Gernika como acuerdo de convivencia irremplazable; para los que han estado siempre dispuestos a recordar a los que no quieren enterarse que la vasca es una sociedad plural y no el paraíso étnico que albergan sus sangrientas fantasías.

Y es lógico que las cosas no sean iguales cuando la izquierda española ha vuelto a trabar lazos privilegiados con los nacionalistas. Hace cuatro años en ellos encontró a los socios imprescindibles para desalojar al PP del Gobierno, cuando la perspectiva de una tercera legislatura popular resultaba probable. Esa izquierda ya es consciente de que el espacio electoral del centro-derecha está más cohesionado de lo que se podía esperar en un partido que después de una derrota electoral en las circunstancias traumáticas del 14-M ha tenido que afrontar el aislamiento del 'cordón sanitario'. Así que, dada la resistencia del PP, el PSOE sigue necesitando a los nacionalistas para consolidar el nuevo paradigma del poder al que aspira para mantener alejado al centro-derecha del Gobierno durante muchos años.

Para llevar a cabo esta estrategia hacía falta un mínimo marco teórico que legitimara la gran alianza. Y Zapatero lo ha encontrado apurando las viejas ideas sobre los nacionalismos en España. Que Montilla proclame sentirse orgulloso del apoyo independentista de ERC indica hasta qué punto los socialistas han abrazado con entusiasmo infantil los tópicos que de nuevo distorsionan la cuestión nacionalista en nuestro país.

El primero de estos lugares comunes es el que, después de treinta años de democracia y transformación del Estado, sigue predicando que el problema de los nacionalismos en España radica en un déficit de integración, en una falta de encaje cómodo.

La realidad es la contraria. Si algo puede destacarse de los nacionalismos que vienen gobernando ininterrumpidamente en el País Vasco y Cataluña es su envidiable integración en el sistema institucional. En términos de poder , en términos de imposición simbólica, de control social, de prevalencia del discurso nacionalista como discurso político dominante, de promoción lingüística y de influencia en la política nacional, los nacionalismos son, con diferencia, los más y mejor integrados en el régimen constitucional.

De esta constatación se sigue una conclusión inquietante ya que entonces los problemas que plantean los nacionalismos no se deben al fracaso de la propuesta integradora que representó la Constitución de 1978 sino que precisamente se derivan del éxito de ésta. Al culminarse el desarrollo autonómico, parece estar próximo a agotarse el recorrido que los nacionalistas estaban dispuestos a realizar dentro del marco constitucional. Como para ellos el pacto nunca es renuncia a sus objetivos últimos sino anticipo lucrativo a cuenta de aquéllos, es ahora cuando, paradójicamente, el sistema autonómico cobra su carácter provisional. Lo que siempre habían advertido empieza a tomar cuerpo en Cataluña y en el País Vasco.

Junto a esta afirmación del deficiente encaje de los nacionalismos con que la izquierda quiere justificar como política de Estado su alianza partidista con los nacionalismos, otro lugar común ha vuelto a imponerse. Se trata de esa interpretación histórica que justifica los nacionalismos como una reacción defensiva frente a un Estado -el español- aplastante y opresivo. Esta distorsión sigue siendo todo un éxito de la propaganda nacionalista especialmente querido por la izquierda. El argumento toca fondo cuando termina por identificar cualquier referencia a lo español con el franquismo, de modo que todo discurso que no se ajuste al libro de estilo vigente queda contaminado como autoritario. Lo cierto es que si de algo dan testimonio los nacionalismos no es precisamente de la fuerza del Estado español sino de su debilidad en la génesis del constitucionalismo contemporáneo, por eso la Constitución de Cádiz puede llegar a producir tanta admiración como melancolía.

Y por eso también, para el imaginario nacionalista, la confirmación de los Fueros en 1839 es el origen del expolio español y Cánovas, inventor de los Conciertos Económicos -otra curiosa represalia después de otra derrota del carlismo-, un personaje maldito.

Lo asombroso es que cuando estas ideas distorsionadas e insostenibles en la España democrática de hoy se aplican desde el poder haya quienes se sorprendan de los resultados a los que conducen. Si el presidente del Gobierno duda de la realidad de la nación que dirige, es poco probable que Ibarretxe se haga autonomista.