CALLE PORVERA

Un mundo sin música

Cuando salgo por las noches del periódico y no hay nadie por la calle, me gusta montarme en el coche y poner la radio. Es uno de los mejores momentos porque las tensiones, las prisas y las preocupaciones se acaban (hasta el día siguiente) y llegan dos horas escasas de relax que comienzan con el portazo del número 3 de la Porvera. La mayoría de las veces escucho un programa que pone largos temas de bossanova o jazz para que mi sangre cambie su alocada carrera diaria por mis venas por un agradable paseo.

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Hace una semana que la radio de mi coche dejó de funcionar (pobre, no hay cura para ella) y hay mucho silencio hasta llegar a casa. Si todas las radios y reproductores de música del mundo dejaran de funcionar, todo sería mucho más triste. Es algo con lo que nos amenazan los apocalípticos de las descargas de Internet. «Es el fin de la música y de los artistas», dicen. No habría canciones para los niños, no habría conciertos ni las parejas se emocionarían al volver a escuchar el tema con el que se dieron su primer beso, las películas de terror darían menos miedo sin las acongojantes bandas sonoras y así un sinfín de lamentables pérdidas. Es la lucrativa industria discográfica lo que peligra, pero nunca podrán desaparecer los artistas ni mucho menos la música, sería deprimente.

Parece que los poderosos empiezan a ganar batallas y han condenado a una norteamericana a pagar casi 160.000 euros por hacer lo que todos hacemos ya desde el ordenador de casa. Hacía siglos que no lo hacía, pero ayer, por si acaso, fui a la tienda y me compré un disco.