Sociedad

El 'Vogue' de los Austrias

La forma de vestir de la Corte española enamoró a Europa, Felipe II universalizó la elegancia del negro y se impusieron la golilla, las calzas, el verdugado y el guardainfante

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La cara lucía pálida, un blanco mortecino subrayado por un toque de color en la mejilla. El cuello de lechuguilla, almidonado, prendido por alambres para soportar su tamaño, mantenía la cabeza erguida, siempre digna. Y, más abajo, el jubón, la ropilla, las calzas, una prominente bragueta, las medias... Estamos en el siglo XVI. España gobierna el mundo, y, aunque aún no se había inventado la Pasarela Cibeles, las tendencias que nacían en la Corte no tenían fronteras. «España era el centro de la moda», proclamaba el pasado lunes Amalia Descalzo, de la Asociación de Amigos del Museo del Traje, en la inauguración en Madrid del primer Congreso Internacional Vestir a la Española.

Carlos I fue coronado Rey de España en 1516, el comienzo de la dinastía de los Austrias, de una época que, también desde el punto de vista de la aguja y el dedal, iba a cambiar el mundo. En la primera parte del siglo XVI mandaba el estilo italiano, con un toque de libertad en los colores y las formas. Las modas surgían en el ámbito cortesano, y en el poderoso entorno de los Austrias se empezó a ajustar el torso y a abultar las caderas, a aprisionar los cuerpos. «El atuendo era un aliado del poder, un instrumento para transmitir el estilo de la Monarquía», añade Amalia Descalzo.

La segunda mitad del XVI, el reinado de Felipe II, Europa vistió «a la española». Era un estilo de corte y confección... y de vida, al mismo tiempo que una fuente de riqueza y de trabajo. Los españoles, a imagen de Felipe II, caminaban con firmeza, derechos, graves, y sus cuerpos se adaptaban como podían a unas hechuras muy elaboradas, armadas con rellenos.

En los hombres, el jubón y las calzas proporcionaban la forma abombada de una armadura. Y el cuello de lechuguilla de los primeros años se sustituía poco a poco por el de golilla, más sobrio, como parte de las pragmáticas que pretendían reducir los lujos en el vestir (los calzones ocuparon pronto el lugar de las calzas).

Guardarropas femenino

Las faldas ahuecadas fueron las reinas de los guardarropas de la Corte. Primero, el verdugado, y luego la exuberancia del guardainfante, un entramado de alambres con cintas que se ponían las mujeres en la cintura debajo de la basquiña y que creaba una falda tan ancha que debía resultar un milagro pasar por las puertas. Dicen que recibía ese nombre porque ocultaba sin problemas los embarazos. Amelia Leira, del Comité Científico del Museo del Traje, añade a estas prendas el cartón de pecho (antecedente del corsé), que ocultaba las curvas, los chapines altos (un chanclo de corcho en el que se metían los zapatos y que propiciaba el caminar envarado y difícil) y la saya, el vestido de grandes ocasiones.

La industria del Rey

En la Corte se contaban 350 situaciones que exigían una imagen concreta, según María José García Sierra, conservadora del Ayuntamiento de Madrid. Bodas, funerales, encuentros diplomáticos. Cientos de personas pendientes de la etiqueta necesaria para la ocasión, y muchas más en la trastienda, manos a la obra, especialistas en todo tipo de labores, desde sastres (el creador esencial, desde luego) a peleteros, zapateros, sombrereros, botoneros, guanteros, cordoneros. La industria del textil vivía días grandes. La poderosa España influía sobre medio continente.

El negro, y no como símbolo de ausencia sino de posición social, se convirtió en el color de la Corte. «Carlos V lo descubrió en el ducado de Borgoña, pero quien lo transformó en tendencia universal fue Felipe II», asegura José Luis Colomer, del Centro de Estudios Europa Hispánica, también conferenciante estos días en el Congreso Vestir a la española (www.vestiralaespanola.es). «El negro -añade- le venía como anillo al dedo a su afán de cultivar la modestia, de hacerse casi invisible». El descubrimiento en América del palo campeche, y de su utilidad como un nuevo tinte, fue decisivo. El negro se tornó intenso y estable. Era el uniforme de agentes de la Monarquía española, de Príncipes europeos, como Rodolfo II, en Praga; de caballeros del milanesado, de gobernadores de Flandes, incluso de la burguesía de países en conflicto con España, como Holanda. A los diplomáticos extranjeros se les advertía de que ése era el tono con el que debían vestirse para ir a ver al Rey.

Joyas cosidas al traje

En la segunda mitad del XVI, los cuerpos de las mujeres no tenían curvas. Triunfaban las siluetas geométricas y antinaturales, según Rosa M. Martín y Ros, conservadora del Museo Textil y de Indumentaria de Barcelona. Arriba, el jubón; debajo, el verdugado primero, el guardainfante y el tontillo después. Y, entre el cielo y el suelo, algún detalle: las joyas se cosían a los vestidos, porque no quedaba piel donde lucirlas; el abanico y los pañuelos de encaje eran símbolo de estatus social; el cabello se abombaba con postizos o algodón; y en cuanto a tejidos, terciopelos labrados con fondo de raso negro, la seda-lana, los damascos, las telas llameadas...

Los reinados de Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II marcaron la hegemonía española en el vestir. La ceremonia de despedida se ofició en la cumbre hispano-francesa de 1760, con motivo del enlace de la Infanta María Teresa con Luis XIV. A un lado, la austeridad monocromática española, el negro solemne de Felipe IV; al otro, el puñetazo de color y accesorios de la Corte francesa. La moda parisina empezaba a brillar en Europa.