FELIZ. Alonso bebe champán en el podio tras recuperar sus opciones de ganar el título. / EFE
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Fernando Alonso recibe el milagro que había pedido

Hamilton abandonó por primera vez y deja para Brasil un título tan apretado que incluso podría ganar Raikkonen

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La voluntad de la señora fue hacer llegar a Fernando Alonso aquel cachivache indescifrable, proveniente con toda seguridad de algu no de los cientos de millones de almacenes que fabrican cualquier cosa en Shanghai y sus alrededores. Un porta-fotos en azul y amarillo que la dama de aspecto congestionado entregó a Raquel del Rosario. Dos fotos ilustraban el regalo. Una, de la cantante con una cerveza en la mano. Y otra, con un sonriente Alonso de los tiempos de la primera comunión. El mensaje iba acompañado de otro objeto y una profecía: un delfín amarillo que ahuyentaba los malos espíritus. El piloto firmó el autógrafo distraído, sin prestar mucha atención a los detalles. La señora dejó un testamento en la estancia, mientras por el paddock se hablaba de décimas, vueltas extra y neumáticos sin presión. «Tendrá suerte».

No creía en la fortuna el piloto asturiano. Ni poco ni mucho. Toda su batería de declaraciones contra el comportamiento de los jefes de McLaren tenía que ver con la sospecha de un sabotaje el sábado, en esa distancia inesperada de seis décimas con Hamilton. Era una renuncia, un legado para su despedida del equipo inglés, que ya preparaba camisetas naranjas, discreto jolgorio británico, en honor de Hamilton.

Sucedió que la aficionada china entregó un amuleto a Alonso y por esos sortilegios inexplicables que también afectan un deporte milimétrico como la Fórmula 1, el milagro se hizo. Pero no un prodigio de andar por casa, sino un mar abriéndose al paso de Moisés. Abandonó Hamilton, imprevisto entre imprevistos, vuelco total a una espiral depresiva en un deporte que era medio clandestino en España. El primer abandono del hombre de la flor.

El ciclón Krosa desplegó una variopinta literatura, necesaria y contagiosa, en este mundillo austero con los elementos exteriores. Se tiende demasiado a la burbuja, a racionalizar todo en hojas de Excel, da lo mismo si es en Australia o Francia, Singapur o Montreal. Alonso estaba desanimado y había anuncio de tifón.

No llegó la sangre al río, y ni el huracán se llevó los coches de la pista, ni el español arrojó la toalla. Pero el tiempo, siempre el tiempo, condicionó la carrera hasta el límite. Llovía, pero de aquella manera. Ni orbayu ni tromba. Ni chicha ni limoná. De repente, la carrera se instaló en una duda procedente:calzar neumáticos de agua o dejar los mixtos. Duda entre el bocadillo de jamón o el de queso.

En ese desazón se instaló, como todos, Lewis Hamilton. Su viaje hacia el título amaneció plácido en una salida sin complicaciones, un ritmo potente en el vuelta a vuelta y ningún contratiempo a la vista. Alonso se peleó con Massa, apretó para superar al brasileño y mejorar sus registros, pero aquello parecía misión imposible. En la vuelta 24 había veinte segundos entre los dos compañeros de McLaren.

Pero el tifón dejó un sucedáneo: el molesto orbayu tropical, sudores a manta, humedad hasta el tuétano y una pista inquietante. Ni el barrizal made in Clemente ni el secarral del Sánchez Pizjuán. Entraron unos a cambiar gomas para seco y otros siguieron con las intermedias. Y las diferencias se enjugaron como si saliese el coche de seguridad.

Aquella lluvia escasa condenó a Hamilton. Perdió catorce segundos en dos vueltas con Alonso, que ya había adelantado a Massa. Lo que parecía una solución de emergencia sin compromiso para sus aspiraciones -cambiar a neumáticos de seco- se transformó en una maldición al tomar la curva a izquierdas -80 kilómetros por hora, primera velocidad- que conduce a los garajes del circuito de Shanghai. Destrozado el caucho, asomando el esqueleto de la lona, acosado por Alonso -Raikkonen ya le había rebasado- Hamilton se fue lánguido, sin aspavientos, hacia el bunker de arena apostado contra las vallas. Se marchitó la flor de un gran piloto en la vuelta 31. Desesperación latente en el británico, acelerado y reclamando auxilio a seis operarios para que le sacasen de la grava. No hubo grúa esta vez. Encalló Hamilton y el Mundial se juega en Brasil a tres bandas. Raikkonen, vencedor ayer, puede llevarse el Mundial si suma siete puntos más que Hamilton y tres más que Alonso. Y el español pesca su tercer salmón si gana y Hamilton no es segundo.