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PINCHITOS MORUNOS

Sentida loa a una lata de fabada Litoral

Qué levante la mano quien algún día en la intimidad de su cocina no se ha abierto, con poco disimulado placer, una lata de fabada Litoral y se la ha comido no sin antes haber disfrutado de su fragancia al calentarse en cazuelita metálica de 20 centímetros de diámetro y fondo difusor de calor.

JOSÉ MONFORTE
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Qué levante la mano quien, al final de ese momento de intimidad, no chupó la cuchara y si, durante su pecado, se acompañó de pan, lo llevó por todo el contorno del plato, como dando la vuelta al ruedo, para que ni un hilito de caldo quedara sin aprovechar.

Qué levante la mano quien, en esos días de solitario placer, no guardó el trozo de chorizo para el final como momento culminante del almuerzo tras saborear con sigilo la mantecosa textura de las fabes de lata, todas del mismo color, ese color tan poco reconocido entre los diseñadores como es el berza pálido.

El otro día hablando con el editor del libro Cocina para Impostores, Nacho Moreno, donde se enseña a quedarse con la gente sin pudor utilizando latas dando apariencia a los platos de gran cocina, coincidimos en lo injusta que ha sido España con las latas de Litoral y, si me apuran, también con Louriño.

Sería bueno que se les hiciera un homenaje, un monumento en una rotonda de El Puerto donde reinara una lata de 400 gramos de fabada Litoral y donde una placa llevara inscrita la leyenda: España a la fabada Litoral por los servicios prestados.

Cualquier persona de bien debe comerse un día al año una lata de fabada Litoral porque como el aroma a puchero son cosas que le llevan al ser humano a encontrarse a si mismo. Es la aromaterapia pero llevada al cuchareo. Recuerdo con especial cariño una jornada con mis amigos en la Sierra de Cádiz. Alquilamos una casa y sobre una cacerola de esas de aluminio con más años que la chimenea del Vaporcito de El Puerto, vertimos, con la emoción que ello requiere, 4 latas de a kilo de fabada Litoral. Desde las cataratas del Niágara no habíamos visto un torrente igual. Sabíamos lo que nos jugabamos...nada de aperitivos. Sobre la mesa dos buenas teleras de pueblo, 4 plato hondo y cuatro cucharas idénticas para que nadie se sintiera discriminado. De beber, agua del grifo, es el mejor maridaje para este plato. Ella llegó humeante a la mesa y nos fuimos sirviendo, uno, dos, hasta tres platos creo que cayeron (ya se sabe que la juventud es así). En el tercer vuelco se rompió la necesaria equidad y en mi plato cayó una rodaja más de chorizo que en la de mi amigo Pepe. Hubo miradas, un largo silencio pero yo, impasible, cogí la cuchara y me lo jamé sin que hubiera posibilidad de debate. Desde entonces nuestra amistad ya no es la misma. Te quiero Litoral.