Evangelizadores creíbles y voluntariado social
Uno de los fenómenos que interpela a la praxis de la fe cristiana es el voluntariado social. ¿Qué diferencia hay entre apostolado y voluntariado? ¿Se cumple con la misión que Cristo encomendó a sus discípulos de predicar el Evangelio a todas las gentes mediante la simple participación en el voluntariado social? ¿Qué hay de inspiración cristiana en este movimiento del voluntariado? ¿Es lo mismo solidaridad y caridad cristiana?
Actualizado: GuardarEl voluntariado, como expresión concreta de la solidaridad, es una de las actitudes mejor valoradas en la sociedad actual. Sin embargo, con frecuencia no quedan bien definidos ni el término, ni el concepto; es más, ni siquiera la libertad y gratuidad que le son inherentes. A veces se confunden las motivaciones y las convicciones, se mezclan prestación de servicios con entrega personal, ejercicio del altruismo con responsabilidad social. El fenómeno ha dado lugar a lo que se denomina «la cultura del voluntariado», que, según la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española, es «portadora de la cultura de la gratuidad y de la solidaridad, en medio de una sociedad competitiva, interesada y pragmática, hedonista, insolidaria e individualista. Los voluntarios sociales, por no tener otra motivación en su trabajo más que el respeto y el amor a sus semejantes, suponen un grito profético de la fraternidad y de la solidaridad, testificando día a día que la última palabra no debe tenerla el intercambio ni la contraprestación, sino el reconocimiento del otro y sus necesidades».
En el caso del voluntariado cristiano es importante la delimitación de su propia identidad, sin minusvalorar otras formas o motivaciones para el voluntariado social. Para un cristiano resulta impensable separar la solidaridad del mensaje de las Bienaventuranzas. Si nos sentimos unidos a los demás (es decir, si somos solidarios) no es sólo por una simple razón de pertenencia a la comunidad humana, sino por el imperativo del mandamiento del amor mediante el cual se distingue a los discípulos de Cristo: «amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,12-13). Hoy en nuestras comunidades cristianas también ha entrado esta «cultura del voluntariado social». Nuestras parroquias e instituciones no se deben convertir o reducir a meras ONG, por muy dignas y actuales que sean esas formas de implicación social. La Iglesia está llamada a ser «sacramento de Cristo» en medio del mundo. Lo específico y urgente es anunciar a Jesucristo con obras y palabras en medio de esta «apostasía silenciosa».
Valgan como conclusión final las palabras de Benedicto XVI, con las que nos invita a apostar por la caridad para ser testigos del Amor de Cristo: «La conciencia de que, en Cristo, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él. El colaborador de toda organización caritativa católica quiere trabajar con la Iglesia y, por tanto, con el Obispo, con el fin de que el amor de Dios se difunda en el mundo. Por su participación en el servicio de amor de la Iglesia, desea ser testigo de Dios y de Cristo y, precisamente por eso, hacer el bien a los hombres gratuitamente» (Deus Caritas Est 33).