
El regalo de Ullate
Que Samsara es un sueño lo atestigua el ojo cerrado que, en un primer plano, recibe al espectador, también cada uno de los movimientos, cada una de las luces, de los instantes regalados desde un escenario que se transforma en bondad. Samsara es el sueño de un hombre enfermo, es el limbo narcótico de la anestesia sobre una sala de operaciones y el despertar de un ser humano empeñado en beber del mundo. Samsara es el regalo de amor de Víctor Ullate y un espectáculo emocionante capaz de erizar la piel en una experiencia que supera la danza y el teatro. Catarsis colectiva a través del movimiento para hacernos olvidar que pueblan el escenario personas de carne y hueso y no criaturas oníricas, sacadas de los sueños.
Actualizado: GuardarUllate estrenó el viernes en Cádiz su particular viaje a Oriente frente a un teatro que le recibió medio lleno en su regreso a la ciudad. El Gran Teatro Falla, con el patio de butacas plagado de asientos vacíos, le devolvió el regalo en largos intervalos de aplausos que interrumpían el paso a cada cuadro.
Transformado en enorme pantalla, el escenario recibe el comienzo de la obra como una malla en la que se proyectan los grandes desastres de nuestro tiempo. Los genocidios, las guerras, los exilios o el hambre sirven de preludio para recibir a los bailarines que, tras ese velo, conjuran las tragedias haciendo tai chi.
Profundamente espiritual en su concepción y con una iluminación perfecta capaz de llevar al espectador por los recodos del sueño, los bailarines van ejecutando los diferentes cuadros que -presentados con reflexiones del Dalai Lama, Rimpotche o Shantideva- componen este poema en movimiento en el que se funden músicas étnicas y contemporáneas de Egipto, Irán, India, Nepal, China o Japón. Un sencillo vestuario y un austero escenario dejan todo el protagonismo a la maestría de la coreografía, que alterna el juego y el amor con episodios de gran dureza que llegan a trasmitir miedo.
Perfectamente ensamblados, los intérpretes demuestran su capacidad tanto en puntas como descalzos y ejecutan con un talento incuestionable un repertorio que cruza el clásico, el neoclásico y el contemporáneo en una fusión que nada sabe de etiquetas.
Un espectáculo más allá de la danza, un regalo del coreógrafo a su público, tal y como atestigua la bellísima ofrenda de flores que cierra el montaje. En el que, en Cádiz, cada espectador salió con una frase en los labios: «De saber que quedaban entradas, hubiera avisado».