La dama desnuda
La autora inglesa PJ Harvey aplica un giro en su trayectoria firmando un álbum evocador, austero y misterioso
Actualizado: GuardarHace casi una década, Polly Jean Harvey (1969) confesaba sentirse ya como una veterana. A no muchos años de distancia de su obligatorio debut -Dry (1992)-, la propuesta de la autora inglesa mostraba síntomas de una consolidación que entonces ya la había situado como referencia ineludible del rock británico. Su innegociable carisma, ligado a un juego estético que saltó de la inicial fragilidad escondida tras la carnalidad de sus labios a una sofisticada sensualidad posterior, respaldaron los valores de un rock inteligente y visceral, liderado por una distintiva y apasionada voz. Una oferta, en definitiva, relanzadora de los más vigentes valores del género.
Hija de padres hippies, seguidores de Bob Dylan y la psicodelia, PJ Harvey no tardó en iniciar su aprendizaje en el grupo de John Parish, Automatic Dlamini, antes de independizarse e iniciar su propia crónica bajo la cobertura del inquieto sello Too Pure. Aquel inicial Dry evidenció un talante único, enemigo de lugares comunes, situado en un sutil punto entre erupción y sosiego, que luego se expandiría a través de substanciosos trabajos como Rid of Me (1993), ya en el sello Island, To Bring You My Love (1995) o Stories from the City, Stories from the Sea (2000), sin descartar colaboraciones como Dance Hall at Louse Point (1996), su álbum a dúo con el propio John Parish.
Pero el espíritu de PJ Harvey siempre se ha definido próximo a los contornos de la exploración, y ahora, tres años después de su último trabajo en estudio, el áspero Uh Huh Her (2004), no ha dudado en apostar por una nueva ubicación para su prisma creativo de la mano de White Chalk (Island-Universal; 2007). Rodeada en la producción por viejos amigos como Flood (U2, Depeche Mode, ) y, de nuevo, John Parish, así como de las aportaciones instrumentales de Eric Drew Feldman y Jim White (Dirty Three), PJ ha desabrigado su música restando protagonismo a las usuales guitarras y cediendo austero espacio al piano. Más allá del factor estético, White Chalk discurre sacudido por los recuerdos personales, también musicales (Broken Harp o Silence retratan el influjo folk del álbum), de su tierra y niñez. Evocador y misterioso, hermoso e íntimo, sus textos abordan soledades y ausencias, misterios y sombras, expresados con una voz penetrante y delicada a la vez, que acaba rompiendo en el agudo grito final de The Mountain.
White Chalk no sólo es un gran álbum; también es el disco que la crónica de PJ Harvey exigía para seguir discurriendo fluida y modélica. Un trabajo desnudo que desnuda a su autora en fondo y forma. Un disco conmovedor digno de una gran dama.