Editorial

Arreglo en Pakistán

El general Pervez Musharraf aprobó ayer una amnistía para su rival, la ex primera ministra Benazir Bhutto, que supone un paso decisivo en el camino a la reconciliación nacional y que es, de hecho, el precio que paga para salir de la crisis y abrir la puerta a la transición del país a la democracia. El régimen creado por el general paquistaní con el golpe incruento de 1999 se enfrentaba a una crisis interna que amenazaba con desembocar en un enfrentamiento civil, agravada por el decisivo papel regional del gran país musulmán, pieza clave en la lucha contra el terrorismo y aliado de Washington.

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En la práctica, se trata de una fórmula para romper con el pasado sin traumas porque permite a Musharraf ser reelegido al frente del país, aunque le obliga simultáneamente a dejar la jefatura de las Fuerzas Armadas. Su adversaria Benazir Bhutto que se dispone a regresar al país podrá volver a jugar un papel político a través de las elecciones legislativas de enero, que serán rápidamente convocadas, creando una nueva mayoría con los diputados de la Liga Musulmana Paquistaní del general y el Partido Popular Paquistaní. Los acontecimientos han podido superar las graves dificultades de la tensión interna tanto por la debilidad del propio Musharraf como por la incidencia del respaldo norteamericano que valora como firme aliada a la ex presidenta por su hostilidad al islamismo militante.

Progresivamente va cuajando el complejo y aquilatado proceso que intenta restaurar el orden democrático, salvar la legalidad y, sobre todo, crear en Islamabad un gobierno volcado en el esfuerzo antiterrorista, un dique frente al auge inquietante del yihadismo en la región. No es seguro que la fórmula funcione, pero parece la menos mala de las disponibles.