
El clan de los intocables
«En las épocas de bonanza pasearon, gozaron, compraron joyas, lindas casas ¿Y ahora lloran? Que lloren, se lo merecen». La declaración no pertenece a un chileno despechado que disfruta al ver que la familia Pinochet, que acumuló una fortuna millonaria durante la dictadura, está bajo arresto. Las palabras salieron de la boca de una despiadada Lucía Hiriart en 1982, cuando el régimen se enfrentaba a su peor crisis económica con miles de empresas cerradas y una tasa de paro del 30%.
Actualizado: GuardarLa cita, extraída del libro del periodista argentino Juan Gasparini Mujeres de dictadores, ilustra la personalidad brutal de una mujer que para muchos observadores políticos fue el verdadero poder detrás del régimen. Todos recuerdan que fue ella quien azuzó a su marido, entonces comandante en jefe del Ejército, para que derrocara al presidente socialista Salvador Allende en 1973, a fin de evitar que sus hijos «caigan bajo la tiranía comunista».
Ambiciosa y cruel, Hiriart está bajo la lupa porque a pesar de ser un ama de casa tiene múltiples cuentas bancarias a su nombre en el extranjero y también propiedades. En su época de gloria se conocía su debilidad por el vestuario, los sombreros, las joyas y los adornos más sofisticados para el hogar. Fiel al estereotipo de mujer de militar, Lucía era católica observante y una defensora a ultranza de la familia, la indisolubilidad del matrimonio y la condena al aborto.
Con sus hijos no tuvo suerte en ese sentido. Todos se divorciaron por lo menos una vez. Lucía, la mayor, tuvo cuatro matrimonios. Fue la que trabajó más cerca de su padre durante el régimen como consejera y titular del Fondo Nacional de Cultura. En el ocaso del poderío de la familia, en 2005, amenazó con pedir asilo en Estados Unidos. Fue cuando había comenzado ya a investigarse su fortuna. Por suerte, no lo pidió porque al arribar al aeropuerto de Miami la esperaba la Interpol y la mandaron de regreso a Chile como rea por fraude.
En los últimos meses había intentado que la derechista Unión Democrática Independiente la acogiera como candidata a diputada. Pero el partido se distanció de la primogénita del ex tirano y se lanzó entonces como aspirante de una agrupación independiente. La mujer, que ya tiene 64 años, se envalentonó ante el público que congregó el funeral de su padre en diciembre. «La gente en la calle me lo pedía», aseguró.
De todos modos, muy lejos habían quedado los tiempos de mayor impunidad, cuando en Chile «no se movía una hoja» sin el consentimiento del dictador, como él mismo se jactaba. Entonces, el clan era intocable y los medios periodísticos la retrataban como si se tratara de la familia chilena ideal. Incluso después de recuperada la democracia, en 1990, la influencia del viejo Pinochet permitió que se frenara abruptamente una investigación parlamentaria por fraude que involucraba a Augusto Pinochet hijo, el segundo de los vástagos.
Augusto, que era oficial del Ejército pero se retiró, estaba siendo investigado por la presunta malversación de fondos del Ejército para beneficio de su empresa particular. Fue un escándalo en el que estaba en juego una estafa por más de tres millones de dólares. Pero la democracia acababa de regresar, Pinochet seguía en el poder como comandante en jefe del Ejército, y una amenaza de asonada militar frenó la curiosidad de los noveles congresistas.
Coches robados
Cinco años después, ya sin inmunidades, Augusto cayó preso por un negocio de compraventa de coches robados. Ahora, según el juez Cerdá, sus gastos triplican sus ingresos legales. Al conocer la resolución del magistrado, Augusto se quedó indispuesto y está ingresado en el área de salud de la penitenciaría.
Marco Antonio, el menor, es quizás el más comprometido. Su tarea consistió presuntamente en diseñar la telaraña de cuentas en bancos, paraísos fiscales y empresas ficticias para transformar dinero del Estado en fortuna privada. La justicia ordenó su detención al menos tres veces por diversos delitos financieros. Ahora está de nuevo bajo arresto y con menos de 50 años le será difícil obtener el beneficio de arresto hospitalario al que son adictos los Pinochet.
Las otras dos hijas siempre tuvieron un perfil bajo. Pero los cinco, en mayor o menor medida, se beneficiaron con la fortuna mal amasada por su padre, el único de la tribu que murió sin conocer la prisión.