Al final, la iglesia
El Ayuntamiento despide a 17 trabajadores, en su política de austeridad y recorte de gastos (algún día contaré la fábula del chocolate del loro). Cunde la alarma y el horizonte vital de muchas familias se ve ensombrecido. Ante tal panorama, varios de esos trabajadores deciden pasar a medidas de mayor calado y envergadura que una simple protesta. Deciden realizar una acción con repercusión. Piensan encerrarse hasta que se les de una solución. Su argumento en torno al lugar que deben escoger para el encierro es impecable y de lectura muy significativa. Si se encierran en el Ayuntamiento, van a tardar medio telediario en desalojarlos, por la fuerza, con la Policía cargándolos como fardos y sentando sus posaderas en la calle. Si escogen la Gerencia, es muy posible que tarde o temprano Crisol también ordene el desalojo. Los edificios del poder político no son aptos para su medida, porque no tendrá duración en el tiempo. Necesitan una institución mucho más acogedora, benigna, fraternal y dialogante: y llegan a la Catedral. Llegan a la Iglesia Católica, la que acogía a los perseguidos en otro tiempo, bajo la inmunidad de «acogerse a sagrado». Allí saben que no va a haber fuerza pública que los desaloje, y que recibirán buen trato. Al poco tiempo, les ofrecen unos salones distintos a los iniciales para que estén más cómodos. Y, pese a los problemas que pudieron plantearse a la hora de convencer al Padre Repetto y a Don José Palomas, al final la probabilidad de la «fumata blanca» ha sido mucho más alta, como ha quedado demostrado. Al fin y al cabo, ni resulta difícil asegurar el normal y tranquilo discurrir del culto y la oración en un templo por parte de dos encerrados, ni un encierro de tal naturaleza plantea problemas para la Iglesia, acostumbrada a siglos de grandes tribulaciones.
Actualizado:En definitiva, pese a tanta laicidad, las piedras y construcciones laicas nunca tendrán la fuerza de los muros de una Catedral para los perseguidos. Al final, la última esperanza y ayuda, llámese Comedor del Salvador, Cáritas, Bolsas de Caridad de las Hermandades, Fundación Paz y Aflicción viene siempre de la Iglesia. Eso, en el fondo, lo saben quienes se encuentran hoy viviendo entre sus muros a la espera de tiempos mejores.