A vueltas con la hipótesis, de Federico Abascal
La política nacional gira estos días en torno a una hipótesis que, presumiblemente, no va a convertirse en realidad. Así se lo dicho el presidente José Luis Rodríguez Zapatero a la ejecutiva de su partido, mientras la vicepresidenta Mª Teresa Fernández de la Vega califica la hipótesis, que tiene fecha y firma, de desvarío, lo que al lehendakari Juan José Ibarretxe no le ha gustado nada, porque ni en el plano hipotético en que se mueve, dice su entorno, acostumbra a desvariar. Esta parece ser la tesis del Partido Popular, ya que en vez de considerar la consulta a la sociedad, o referéndum camuflado, un desafío al Estado de derecho o el desvarío de una obsesión, a la que el lehendakari ya ha puesto fecha y todo, que no es mucho, surge la voz del popular Eduardo Zaplana para decirnos que la consulta anunciada por Ibarretxe es un ataque al Estado y a la Constitución que podría compararse al 23-F. Y puestos a comparar, por qué no compararla con la rebelión franquista contra la Segunda República y la Constitución de 1931.
Actualizado:En el duelo de exageraciones gana siempre el que exagera más, aunque en esta ocasión Eduardo Zaplana habría de competir consigo mismo.
Pero ha bastado que Juan José Ibarretxe concrete la fecha de su obsesiva consulta para que vuelvan a aparecer los tics conservadores de siempre, o al menos de esta legislatura, la España indefensa y el Partido Popular como único defensor. En un momento el lehendakari ha suministrado a los populares un programa electoral, Es-pa-ña-, cuya bandera deberá ondear el próximo día 12, fiesta nacional, a lo largo y ancho del país, hasta en los ayuntamientos que se niegan a exhibirla, dada la poca entereza del presidente del Gobierno para exigir que se cumpla la ley, ¿caiga quién caiga?
Sobre Ibarretxe y sus planes podría decirse que ya cansan un poco a la sociedad. Su primer plan fue frenado en Madrid, donde el Parlamento le dio con la puerta en las narices, muy educadamente, eso sí, y el segundo, con toda una hoja de ruta incorporada, tiene pocas probabilidades de prosperar, aunque todo lo que pertenece al campo del derecho sea opinable por los juristas -los del Ministerio de Justicia van a estudiar la consulta, en cuanto Ibarretxe diga exactamente lo que pretende preguntar-, mientras los políticos, sin necesidad de precisiones jurídicas, se alinean a favor o en contra, pero en ese caso los contrarios con considerable mayoría.
Nadie duda de que las comunidades autónomas no estén capacitadas legalmente para celebrar referenda, pero Ibarretxe se apoya en la tesis de que una consulta no es un referéndum, aunque la que ha anunciado, como gran mojón de su hoja de ruta, tenga asignados efectos dinamizadores sobre el futuro de Euskadi que el lehendakari sueña, quien ayer pedía calma, tras la reunión con sus ministros, ante las posiciones que han adoptado los dos partidos mayoritarios.
Pero esa petición de calma a los demás por quien ha desencadenado la tormenta resulta un poco rara, sobre todo si se analiza el asunto y se llega a la conclusión de que el único náufrago posible en la tormenta es el propio Juan José Ibarretxe, quien se ha negado a admitir que ya había naufragado antes, al verse rechazado su primer plan.