Un mito
Y mira que yo no soy de mitos, por lo menos ahora que ya me estoy haciendo mayorcita, y no estoy para pegar saltos cada vez que veo a un famoso o famosa en persona. De chica sí, pero tuve la mala suerte de enamorarme de George Michael (sin comentarios) y de James Dean. En ambos casos, y por distintas razones, amores completamente imposibles.
Actualizado:Pero ya a mis treinta y pocos, como que no, como que veo a un famoso y aunque me guste, aunque lo admire, imposible volver a sentir el pellizco que sentía de pibita con una simple foto de Al Este del Edén. Ni el Alejandro Sanz (que me encanta), ni el Bardem, ni nadie en el mundo
Nadie en el mundo Hasta que llegó él.
Lo vi por los pasillos de la productora, en Canal Sur. Las niñas estaban también. Y, literalmente, sin vergüenza ni dignidad ninguna, me tiré en los brazos, lo agarré del pescuezo y le casqué dos besos que le hice un lifting, al pobre. Mi hermana vino por detrás y me apartó de un empujón y también se reguinchó, y la Arancha, y la Tere. Las cuatro como cuatro niñatas babeando y medio llorando ante el mismísimo Joan Manuel Serrat, «eres el mejor, te adoramos, nadie como tú, Juan Manué, qué arte», no sé cuántas gilipolleces pudimos balbucir
Dios mío, Joan Manuel Serrat, el mito hecho carne, sencillo y grande tal y como lo había imaginado, tan bello, tan sonriente, tan cercano, tan adorable, tan de toda la vida, tan de toda mi vida. Se puso a cantar con nosotras el Farruquito de Los Chichos. Tan guapo. ¿Qué guapo, madre mía! Enamoradas las cuatro, sin remisión y para siempre. Con sus años, sus arrugas, su calva, y tan en edad de merecer de merecerse lo que sea.
Ayer te vi, Joan Manuel, en el programa del Buenafuente. No hago otra cosa que pensar en ti, cantabas con el Sabina, pero yo a él ni lo veía. Solo a ti, eres el mejor, nadie como tú, ai lov iu Joan Manuel. Forever.