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Toboganes entre los bloques

JEREZ Actualizado: Guardar
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Hasta el césped es artificial. Tiene ese tacto al calzado tan característico cuando pensamos que en lugar de alfombra estamos pisando un suelo flácido, como si estuviéramos sobre la panza de un gigante. Son los columpios modernos de Madre de Dios. Una vez acabada la plaza con el parking subterráneo en la zona, algún urbanista pensó que era el momento de hacer un pequeño parque para los más pequeños. Y no pensó mal, a tenor del buen recibimiento que ha tenido.

Entre los altivos bloques de viviendas que rodean el distrito, está ubicada la zona recreativa. Toboganes, columpios y paredes para que los niños trepen y se sientan por un rato alpinistas en la escalada, trapecistas en el columpio y aventureros entre las rampas alisadas de los toboganes. Un rincón de pocos metros donde se creen piratas que reinan sobre un mar cálido o saltimbanquis del mejor circo del mundo.

Amparo García acude casi todas las tardes. «En verano estamos mucho más tiempo. Aunque no es lo más ideal para los niños porque no hay césped natural ni nada de eso. No obstante, este lugar de la ciudad está demasiado masificado de viviendas y es difícil. Así que es lo mejor que podemos tener», comenta sentada en uno de los bancos que están alrededor de la zona recreativa.

Alrededor, pasan los coches alocados. Todo huele un poco a tubo de escape, a prisas y a aceleradores; a puesta a punto y a cajas de cambio. Pero los automóviles van a lo suyo. Pegan una frenada entre los semáforos que dirigen la circulación, pasa un buen grupo de peatones estresados y vuelve a iluminarse el disco verde. Se escucha el bramido de un motor que abre sitio entre el ambiente y el convoy de todoterrenos, monovolúmenes con cristales tintados y utilitarios sedán siguen con su ruta monótona. Camino de la zona sur, Ronda Muleros abajo, dirección norte para encontrarse con otro nudo circulatorio como es la glorieta del Minotauro. Cristales cerrados y una gran cacerolada de humos combinados que se eleva en la inmensidad del cielo sobrecargado de nubes en formación amenazante y color panza de burrogc.

Los pequeños siguen con sus juegos. No están atentos a lo que ocurre a su alrededor. Uno de los pequeños, un tanto revoltoso, baja y sube por el tobogán de forma casi obsesiva y mecánica. Su madre no para de darle órdenes desde el pequeño cercado de madera que rodea a los columpios. Contrasta ver cómo la vida sigue alrededor de aquellos pequeños ajenos al ritmo enfebrecido de la vida. Ya habrá tiempo para ellos de vivir con un reloj siempre colgado en la chepa.

Merecido descanso

Un matrimonio también sigue de cerca las evoluciones de sus dos pequeños. Ha habido tiempo hasta para hacer un pequeño reparto de bocadillos. Un par de dentelladas y de vuelta a un caballito que en lugar de cuerpo tiene un gran muelle que lo hace agitarse conforme el niño intenta cabalgar sobre la montura. Amparo García cree que ya es hora de volver a casa. «Tengo que llamarlos como quince minutos antes de que decida irme. Generalmente no hacen caso», subraya la madre. La hora de la cena está próxima. Un buen baño y hasta mañana. Mientras los pequeños duermen plácidamente en sus cercanos domicilios, los columpios y toboganes seguirán las horas de la noche entre la soledad y el vacío de la plaza. La jornada de duro trabajo de estas atracciones comienza justamente en las horas diametralmente opuestas a las que los colegios bullen de actividad y ajetreo. Descansan tras la paliza sufrida por parte de los que disfrutan mientras la acción de la vida se mueve a su alrededor.