MAESTRO. Ullate decidió a los 34 años depositar su talento en formar a otros bailarines.
VÍCTOR ULLATE DIRECTOR Y COREÓGRAFO

«Siempre he sentido que mi lugar estaba aquí»

El director de la compañía de danza más importante en España presenta esta noche en el Falla su montaje más espiritual, 'Samsara', y reflexiona sobre el estado del ballet en un país especialmente ingrato con sus artistas

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-Por fin en Cádiz, después de más de diez años...

-Ya, ya... Tenía muchas ganas pero es algo que no depende de mí. A mí me gusta mucho esta ciudad, me encanta venir. Hace tiempo veníamos mucho y siempre que la compañía se trasladaba yo lo hacía con ella.

-Además, viene con un espectáculo muy especial, un montaje mestizo que es también un viaje interior, fruto de sus reflexiones en un momento crítico de su vida.

-Sí, me habían dado dos infartos, me acababan de hacer un cateterismo y tuvieron que hacerme otro. Todo en cuestión de diez días. Pensé que lo mejor era relajarme y, al hacerlo, tuve un sueño bonito, un viaje a Oriente en el que vi cosas. Todo eso es Samsara. Es el ciclo de la vida. Uno nace y muere y, entre tanto, está el sufrimiento, la felicidad, el amor. En todos los países que aparecen en el espectáculo hay maestros que nos hacen pensar en estas cosas.

-¿Diría quizá que es su montaje más espiritual?

-Sí, es algo muy especial. Comienza con imágenes de actualidad: desastres, catástrofes, guerra, hambre... Y detrás de ese velo aparecen los bailarines, toda la compañía, haciendo Tai Chi, generando buena energía. Samsara llega al corazón, motiva, alcanza lo más profundo y te hace recapacitar para ser mejor persona. Es un paseo por países profundamente espirituales que termina con los bailarines ofreciendo su amor al público.

-Entonces hablamos de algo casi terapéutico...

-Yo nunca pensé que un ballet podía generar tantas cosas. En Madrid estuvo un mes y hay familias que lo han visto cuatro, cinco, seis veces. Una de ellas me contó que solían venir con su madre que estaba en una fase muy avanzada del Alzheimer porque había reaccionado al estímulo de la danza. Para la compañía es algo fantástico. Coppelia también fue un éxito estupendo, pero es otro tipo de espectáculo, éste es más profundo.

-En el montaje une la danza con rituales orientales, ¿había tenido algún contacto previo con estas prácticas?

-Sí, había estado en India y Nepal y tenido la suerte de poder meditar en sus templos e impregnarme de esa filosofía que es tan maravillosa. Ahora que veo todo lo que está pasando en Birmania me resulta horrible porque deberíamos implicarnos más para defender a esa gente. La esencia del budismo deja a un lado el yo y, si tuviéramos el ego un poco menos patente, seríamos mejores. Siempre pensamos que habrá tiempo para rectificar pero no lo hay. La vida corre muy deprisa y hay que disfrutar cada segundo.

-¿Le resultó muy difícil plantear esos sentimientos en la coreografía?

-Samsara no es un montaje al uso. De hecho, lo empecé y lo dejé durante un tiempo, mientras montaba El Sur, un espectáculo con el que me hubiera gustado venir a Cádiz, muy de la tierra. Yo siempre he tenido una especial fascinación por Andalucía y su gente, siempre me he sentido muy identificado. Cuando retomé Samsara me costó dos años porque no tiene un comienzo y un fin sino que es una reflexión muy profunda. Tenía que ver con traducir todo lo que me pasaba, lo que veía abriendo un periódico, lo que sentía con el corazón abierto en canal. He aprendido que en la vida no hay casualidades, que todo lo que se te va dando, lo tienes que hacer porque estás aquí por algo.

-Ha dicho alguna vez que no cree en la diferencia entre danza contemporánea y clásica, ¿es Samsara una prueba de ello?

-Sí, desde que empieza aglutina las tres vertientes: el clásico, el neoclásico y el contemporáneo. Lo hago para que la gente no haga diferencias. En el fondo, todo es movimiento. Todo es válido siempre y cuando haya calidad.

-Ha sido el maestro de Tamara Rojo, Ángel Corella o Lucía Lacarra. Debe sentirse muy orgulloso de hasta dónde han llegado sus retoños...

-Muchísimo. Era una responsabilidad para mí tener delante a unos jóvenes cuya meta era convertirse en grandes figuras de la danza. Lo que pasa es que tú has citado a tres, y son un sinfín. Me da un poco de rabia que siempre se olviden de nombres como Ana Noya o Ruth Maroto, fantásticas bailarinas que se quedaron en su país y a las que nadie les hace caso. Ahora, sí es cierto que tengo alumnos por todo el mundo, en todas las compañías.

-Usted mismo podría haber trabajado en cualquier parte del mundo y, sin embargo, prefirió quedarse en España.

-Yo siempre quise volver a pesar de que fuera me ofrecieron muchas cosas. Todavía me las ofrecen, pero siempre he sentido que mi lugar estaba aquí y tengo mucho por hacer. De hecho, ahora estoy a punto de emprender una nueva escuela en Alcorcón. La Fundación No Guetto, el Instituto Cultural del Sur y la Fundación Ullate a través del Proyecto Primeros Pasos están implicadas. Queremos trabajar por la integración de los inmigrantes. Vamos a hacer lo mismo que con el grupo de Tamara y Lucía para que luego, en el futuro, sea una compañía de la que nos sintamos orgullosos. La vida da oportunidades y el esfuerzo de todos estos años desde que me puse a enseñar con 34 años está dando sus frutos ahora. Ahora tengo la recompensa.

-Cuando mira hacia atrás, ¿qué personas recuerda con especial cariño?

-Hay muchos que me han influido. Maurice Bèjart, por ejemplo, también María Dávila que me hizo ser quien soy. Rudolf Nureyev también fue muy importante. Le he admirado mucho como bailarín y como amigo.

-¿Recuerda haber querido ser alguna otra cosa además de bailarín?

-Mi vocación fue muy temprana y muy clara, aunque supongo que si hubiera sido otra cosa habría sido algo relacionado con el arte. Si lo tienes, lo tienes y es sólo cuestión de cómo lo canalizas. Me gusta mucho la pintura y pinto cuando tengo tiempo libre. También me hubiese gustado ser arquitecto y, el otro día, cuando veía los bocetos de Jesús del Pozo, pensaba que no estaba nada mal eso de dibujar y hacer arte sobre el cuerpo.

-¿Cómo se imagina dentro de unos años?

-Me gustaría tener tiempo para viajar y pasar meses en una ciudad o en otra. Quiero disfrutar de la vida, sencillamente, como ser humano.

-Finalmente, ¿qué le diría a alguien que por primera vez vaya a acercarse a la danza con Samsara?

-Le diría que no deje pasar la oportunidad. Y que luego me busque tras el espectáculo y me cuente. No soy de esos a los que le molesta la gente, me gusta la espontaneidad del público. Que venga y me diga qué ha sentido.