Opinion

Rechazo sin fisuras

El cruce de acusaciones protagonizado ayer en el Congreso por José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy alienta la impresión de que el Gobierno y el principal partido de la oposición están dispuestos a sumar un desafío de la entidad del planteado por el lehendakari a su pugna política, agudizada por la proximidad de las elecciones generales. La gravedad de la iniciativa del presidente vasco, que busca desbordar el orden constitucional apelando a un falso diálogo sobre una consulta soberanista sin soporte legal, exige de los dos únicos partidos que pueden liderar el Gobierno no sólo una respuesta común e indubitable sobre el futuro que aguarda a la propuesta. También aconseja que uno y otro delimiten el alcance de sus divergencias a fin de no debilitar esa unidad de criterio y no contribuir a la confusión de una ciudadanía que, ante las amenazas para la estabilidad, precisa de referentes que se sobrepongan a la legítima diatriba partidaria. Así, la predisposición del PP a trasladar crudamente la disputa política al debate parlamentario enturbia la imagen de cohesión que ha de ofrecer la mayoría del Congreso, justamente donde fue rechazado el primer plan del lehendakari hace ahora dos años y medio. Pero el Gobierno tampoco puede sacudirse su intransferible responsabilidad en la gestión del conflicto creado por el lehendakari escudándose en que éste ya propulsó su proyecto autodeterminista bajo el mandato del PP.

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La ejecutoria del lehendakari ha certificado su habilidad para transferir sus propias debilidades al resto de arco político, así como para aprovecharse a beneficio de parte de los eventuales resquicios que puedan ofrecer los discursos ajenos más condescendientes o ambiguos hacia sus pronunciamientos. Resulta un sarcasmo que Ibarretxe conmine a abrir un diálogo sobre su iniciativa con «calma y sosiego», cuando es la formulación de la misma la que no ha guardado el debido respeto a las reglas del juego como para poder propiciar un debate escrupulosamente democrático; como es inaceptable que su partido pretenda jugar la doble carta de condicionar al Estado con una propuesta imposible mientras se ampara en la normalidad institucional para tratar de ver aprobados los Presupuestos. La desafortunada alusión de Ibarretxe a la obligatoriedad de que Rodríguez Zapatero negocie con él dado que dialogó con ETA sólo puede pretender explotar un interesado victimismo. El presidente confirmó ayer que al nuevo proyecto soberanista le aguarda «el mismo destino» que al plan rechazado por el Congreso en 2005. Ese rotundo compromiso fuerza a Rodríguez Zapatero a evitar cualquier actitud difusa en la reunión que mantendrá con Ibarretxe el día 16, huyendo de la fácil tentación de obviar que su interlocutor no asumió el no democrático de las Cortes y de despachar su desafío con la ingenua convicción de que, al resultar inviable, no tendrá consecuencias que ya empieza a tener.