Esperanza coreana
Actualizado:a cumbre entre los presidentes de las dos Coreas, Roh Moo Hyun por el sur democrático y Kim Jong Il por el norte comunista, invita a la esperanza a los ciudadanos de ambos lados del paralelo 38, pero especialmente a quienes bajo el totalitarismo vienen soportando décadas de penuria y hambre. Es cierto que las partes han dejado de lado toda pretensión de cambiar los respectivos regímenes políticos, hijos de una guerra que terminó en un empate sobre el terreno y de un armisticio en el remoto 1953, y ahora buscan algo más modesto, pero insoslayable: normalizar las relaciones entre dos Estados surgidos como resultado de la guerra fría. Pero la comunidad internacional, que ha auspiciado el encuentro, ha de priorizar la mejora de las condiciones de vida en Corea del Norte frente al siempre deseable objetivo de que su régimen se vea obligado a dejar paso a la libertad. Es probable que el régimen de Pyongyang se sienta reforzado en lo inmediato a medida que la población perciba los beneficios de su decisión de abandonar definitivamente y bajo control internacional su programa nuclear y de abrirse tímidamente al mundo. Mientras los envíos de combustible, alimentos y otras materias circulan de sur a norte en la península de Corea, la expectativa de proyectos económicos compartidos da sentido a una reconciliación de la que los coreanos del norte no pueden ser plenamente protagonistas. Pero si de lo que se trata es de contribuir a que el hermético reducto estalinista experimente una paulatina evolución hacia una sociedad abierta, será mejor que el mundo lo tome con paciencia y con la generosidad solidaria que precisan los habitantes de una tierra asolada por los despropósitos de un comunismo militarista.