Antropología de ambulatorio
Las vacaciones pueden servir para mucho o no servir para nada. Reconozco que yo tuve tentaciones de no dar un palo al agua, tumbarme en el sofá con el mando del DVD y provisiones de sobra, y tragarme de un tirón los 23 capítulos de la primera temporada de Héroes. Claro que seguramente habría acabado psicótica y creyendo que yo también soy capaz de volar, sin contar con que Mochano no lo dudaría ni un minuto y me pondría delante de las narices los papeles del divorcio. Por eso, por mi salud mental y la de mi matrimonio, accedí a hacer turismo cultural-gastronómico por el Norte.
Actualizado:Sin embargo, yo no sabía que la verdadera aventura no sería tratar de hacer fotos hasta arriba de sidra, sino que las emociones llegarían al regreso.
Todo empezó con un café con leche fatídico que acabó en mi pierna y que me provocó una quemadura que se complicó con una muy grave reacción alérgica a la crema con la que decían que me iba a curar. En tres semanas visité consultas de médicos de cabecera, Urgencias del Hospital, salas de curas y consultas privadas.
Y allí encontré a un buen grupo de especímenes humanos que me ayudaron a pasar el mal rato y que iban desde la señora que se sienta a tu lado y enlaza con soltura la pregunta sobre el turno con el análisis pormenorizado sobre su vida, hasta el adolescente avergonzado con madre resuelta a colarse a la primera de cambio. Incluso conocí a una mujer que me contó sus crisis alérgicas que le produjeron experiencias cercanas a la muerte, con túneles de luz blanca incluida y el alma sobrevolando el cuerpo y la camilla. Disfruté tanto que el próximo año tal vez me queme la otra pierna.