Crónicas repelladas de José Monforte: El amor imposible de P
Penélope sale esta noche en un romancero para declararse en verso y dibujitos a su amor platónico de Cádiz
Actualizado: GuardarPenélope lloraba desconsolada en el bar de la clínica San Rafaé. Sentada en una esquina, debajo del televisó, con un bambito de flores descolorío, el pelo recogío en un roete, unos labios coloraos como un fresón de Huelva y un monedero gigantesco... bañaba su tristeza con un manchao, corto de café, con sacarina. Ni siquiera té de jazmín había en esta puñetera ciudad...qué asco se decía para sí misma: «Porque a Woody se le había ocurrido rodar una película sobre dos barberos, con lo que a mí me hubiera gustado hacer la película en Barcelona y concursar con Ronaldiño y ver quien de los dos tiene los dientes más grandes».
Ella, acostumbrada a tomar el aperitivo en el Ritz y a los bombones de Febrero Roché en hoteles de cinco estrellas, y allí, sentada en una esquina, aguantando además que le guiñara un ojo un celador de bata blanca con menos carne que una plantación de brocolis y que el muy guarro no paraba de rascarse los perodáctilos.
«Ey, P, despierta». Intentémoslo otra vez. Tú estas en la calle Nueva, esquina con San Juan de Dios, y se te acercan dos tías con cara de almendras marconas. Tú dices: «¿Quiere un numerito?», pero así, con cara de asco, cómo si estuvieras deseando que te dijeran algo para mandarlas a la sección de Loza y Cristal de Hipercor.
«Que no gafa, que no, que no me sale. ¿Tú crees que yo tengo cara de lotera clandestina, Woody? Tú no le podía haber dao el papel a Loles León, calvo, que se te está poniendo cara de Miliki de tanto tocar el saxofón. Yo no quiero ningún papel. Woody, yo sólo quiero...yo sólo quiero...Oh, por favor, llevame a misa de ocho a Capuchino. Quiero verle otra vez, Woody, quiero verle levantando la copa y diciendo...daos fraternalmente la paz, abriendo sus brazos mejor que el campeón mundial de gimnasia en la modalidad de salto con potro».
P no lo había olvidado. En su cabeza seguía grabado el momento en que el cura de la Palma la había salvado de darse un jardazo con el escaparate de Eutimio. Tenía grabado el momento, cómo la levantó: «Creí que había vuelto a hacer la Primera Comunión y él me ayudaba a subir los escalones para leer la primera lectura. Oh Woody, tan solo fui capaz de decirle muy suavito...gracias. y debería de haberle gritado hagase en mí según tú palabra».
«Woody yo lo dejo todo. Que le den el Oscar a Mery la del Strip...yo prefiero que él me dé la comunión. No sé...seré monaguilla, la primera monaguilla de la iglesia de la Palma». «Oh, Penélope, pero si ya te ha dicho que él está casado con Dios...». «No me importa, Woody lo haré polímgamo, o como se llame eso. Woody o me das una solución o va a hacer de lotera clandestina Scarlet Hojanson, que tiene nombre de milhoja».
Woody se tocó la nariz como si fuera la versión senior de Viky el vikingo. Sacó su agenda electrónica y pulsó un número. ¿Es la consulta de Salvador Fernández Miró?...Está almorzando...un momentito que lo llamo. ¿Me dice de parte de quién? Sí, dígale que soy Woody Allen....¡Woody! ¡Salvador! ¡Quillo no me diga que otra vez se ta metio una espina de lenguao en la muela! (Woody Allen y Salvador Fernández Miró se conocieron en Helsinki. Woody estaba en una cena de gala y se le clavó una espina de lenguao menier. Se puso muy nervioso y preguntaron si había algún dentista en la sala. Salvador, que estaba en un congreso de empastes acudió a la llamada y le sacó la espina al calvo con mucha habilidad. Desde entonces tienen una gran amistad). «No Salvadó no tengo ninguna espina clavá, ya na más que como cazón, que con el hueso tengo menos riesgos. Mira hombre es que tengo un problema. ¿Tú conoce a Penélope Cru?».... «Penélope...a esa le hacía yo...una endodoncia, plan, plan». «Déjate pamplina, Salvado. Mira... ¿tú tiene a alguien pa que te aguante el palo del cartel en el romancero?».
«No, la verdad, Woody. Se lo había pedido a Vicente Sánchez pero me ha dicho que tiene que aguantar el pendón. Tengo el puesto vacante». «Po mira, que te lo aguante Penélope y yo, a cambio, te doy un papelito de vendedor de barquillos en la película de los barberos de la calle Nueva».
«P. Todo solucionado, le declararás tu amor al cura de la Palma, en verso, como si fueras San Teresa de Jesús».
El Teatro Falla estaba lleno. Al escenario salió Salvador vestío de sotana negra y con dos palmas en las espalda como si fueran alas divinas con dátiles y tó. Detrás de él, una tía vestía de lotera clandestina que nadie conocía. La gente aplaudió. Ella tosió, tomo aire y dio dos golpes contra el cartel. Salvadó, en bajito, sin que nadie se diera cuenta le dijo: «Dale un poquito más fuerte chochete, como si fuera un repartidor de bombona, hija». «Plam, plam, plam». P dio tres palazos que hubiera roto la madera en dos, sino fuera porque estaba garantizada por la calidad de Maderas Polanco (son diez mil).
Salvador sacó vozarrón y comenzó: «Les voy a ustedes a contá la historia de una bella oscarizá, que la pobre mía se fue a enamorá de un hombre con sotana». Plam, plam. «Dicen que por el está loquita desde que la libró, valiente, de una caía de boca y que a P se le hubiera quedao la cara como una batería de misiles meroka». «Desde entonces la bella actriz tiene su corazón ocupado y quiere casarse con él, aunque a Dios esté entregado. Yo te quiero, hombre que me salvaste del jardazo. Yo te quiero, y quiero verte conmigo casado...casado, sí, y que la boda se celebre en la misma furgoneta que llevaron al Resucitado».