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Un polvorín en la Bahía

LA VOZ se adentra en la planta Delta para mostrar el estado de estas obsoletas instalaciones de tratamiento de residuos y el evidente riesgo medioambiental de sus balsas de hidrocarburos

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Al final de un camino de tierra y asfalto, dejando atrás las grúas, diques y naves semidesiertas de los astilleros de Cádiz, se abre una explanada ignota para la mayoría de gaditanos. Un mundo nuevo e impensable en una ciudad que se desarrolla a golpe de escuadra y cartabón para aprovechar lo más óptimamente posible cada centímetro de sus mínimos doce kilómetros cuadrados. Sólo un pequeño cartel rodeado de maleza sirve de transición entre dos mundos: el de la barriada de Bahía Blanca y los astilleros que luchan a sus pies por revivir etapas de gloria y el de la planta Delta, una infraestructura decadente, parada en el tiempo, varada en la Bahía.

La impresión no puede ser más desconcertante. La primera imagen, a derecha e izquierda y al frente, es un resumen esperpéntico del inigualable peligro que esta infraestructura supone para las aguas, la fauna y la flora, y, por supuesto, la población de Cádiz. A la derecha, dos balsas de aguas residuales se sumergen en la tierra, separadas del mar de la Bahía únicamente por una pequeña escollera y protegidas del contacto directo con el subsuelo sólo con una fina lona de dudosa impermeabilidad. Son los líquidos procedentes del tratamiento de los residuos oleosos y de los hidrocarburos de la mayoría de grandes industrias gaditanas y parte de otras nacionales, actividad principal de la planta Delta en la actualidad después de que su estado de práctica saturación impida desde hace más de un año la desgasificación de buques petroleros que llegan a los astilleros para su reparación.

Estas aguas contaminadas, tóxicas y expuestas a los caprichos de la naturaleza y el mar son las que producen los malos olores durante el verano, cuando el calor descompone las múltiples sustancias químicas que se acumulan día y noche y que provocan una acumulación de gases impensable a poco más de un kilómetro de las viviendas de Bahía Blanca. Gases como el metano, que crean especies de chimeneas en las balsas y hacen aflorar en la superficie partes de la lona que deberían reposar en el fondo. Pequeñas islas en la inmensidad de negras manchas difusas que da el aspecto más detestable a la planta.

A la izquierda del camino, en la parte más próxima a astilleros, se aprecia una piscina de hormigón destinada a recoger los lodos que acompañan a los residuos líquidos industriales que llegan a las instalaciones.

Y al frente, los primeros tanques de la decena que forma el complejo. 25.700 toneladas o, lo que es lo mismo, 25,7 millones de litros de aguas tóxicas son los que se acumulan en estos depósitos, de una capacidad de 27.000, que se elevan en torno a 30 metros sobre el suelo propiedad del puerto de Cádiz y concedido a Navantia (aunque la infraestructura sigue siendo propiedad de Izar, la antigua empresa naval pública española que está en proceso de liquidación). Después de 34 años en funcionamiento -se construyeron a finales de los 60 y se pusieron en marcha en 1972-, la herrumbre ha hecho mella en sus juntas y sus tuberías, aunque, según una respuesta del Gobierno a una pregunta del senador del PP José Blas Fernández, los tanques están recubiertos por un «muro de seguridad» que impediría que, en caso de una rotura o filtración, el líquido saliera al exterior. Sin embargo, en los últimos dos meses han aparecido dos nuevas grietas en los tanques que han sido tapadas con un parche de cemento.

La zona de los motores de extracción de los residuos que llegan en camiones y un par de pequeños edificios de las oficinas y el laboratorio dan paso a la zona más temida de la planta Delta: la isla, denominación dada a un grupo de cinco tanques colocados en el mar, sobre unos pilotes circulares de hormigón, a unos 100 metros de la orilla.

Éste era el punto donde los barcos atracaban, junto a cinco duques de alba colocados alrededor, para desgasificar sus bodegas y evitar de esta manera una deflagración durante las operaciones de reparación por la entrada en contacto de residuos de petróleo con oxígeno. Su situación en medio de las aguas salinas hace que sean los tanques más degradados y oxidados de todo el complejo, lo que genera un aspecto de mayor decrepitud que el resto de la superficie.

El último espacio que cierra las instalaciones es la nave de las calderas que alimentan a los depósitos donde se almacenan los residuos desde que en el año 2005, la Junta de Andalucía elevara los parámetros mínimos de los líquidos que pueden verterse al mar y obligara a instalaciones de este tipo a contar con depuradoras propias o con algún sistema de tratamiento de estas aguas para poder deshacerse de ellas.

Esta es la razón por la que esta obsoleta infraestructura industrial agoniza desde hace más de un año y resta los días de vida que le quedan en una cuenta atrás hasta octubre de 2007, fecha en la que expira la licencia de actividad y la autorización de gestión de residuos de la Consejería de Medio Ambiente que actualmente mantiene en regla.