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Malditos seamos

adolfo vigo del pino
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Era aún pequeño para entender lo que estaba pasando. No entendía el miedo en los ojos de sus padres, ni la angustia y la desesperación que les llevaba a tener que hacer un duro viaje como el que estaban haciendo. Dejaban atrás su país, sus posesiones, sus familias. Dejaban atrás una vida de continuas guerras para alcanzar la paz y la tranquilidad que le podía dar el viejo continente. Pero él nunca llegó a entenderlo. Y ya nunca se lo podrán explicar.

Se llamaba Aylan Hurki, tenía tres años, más o menos la edad de mi hija. Su imagen inerte en la orilla de la playa con las olas golpeándole la carita nos ha destrozado el corazón. Ha sido como un obús de los que lanzan en esa guerra de la que pretenden escapar estallando en nuestro interior, en nuestra línea de flotación.

Por desgracia, su hermano de cinco años y su madre también murieron en ese intento de pisar las costas europeas. Ese hermano con el que jugaba y reía, y esa madre, que a buen seguro, esa mañana lo vestiría y lo mimaría. Que antes de embarcar le daría fortaleza y calmaría sus miedos, aunque a ella se la comieran por dentro.

Esa madre, que hubiera muerto al ver a sus hijos muertos. Una madre que no ha querido dejar a sus hijos solos en este duro viaje.

Cara, muy cara ha salido esta huida, pero no les queda otra. El cruce del mediterráneo en pateras no les da más miedo que el horror de lo que dejan atrás. Imagínense por un instante como debe de ser ese monstruo del que huyen para que arriesgar sus vidas, y la de sus hijos, sin importarles si el fin de ese éxodo es la muerte.

Mientras tanto, aquí nos preocupamos si a Teresa Rodríguez le tembló las piernas, si el Kichi iza una bandera multicolor, si De Gea firma por el Madrid, si «tú has dicho» o «yo he dicho» y milongas de ese tipo. Nos desesperamos en banalidades de nuestro día a día convirtiéndolas en auténticos problemas y que no dejan de ser nimiedades en comparación con lo que están sufriendo otros seres humanos, que se ven obligados a abandonar sus vidas por culpa de la miseria, la pobreza o la sinrazón de guerras barbarás en nombre de un Dios y de una religión.

Y a la vez que esto ocurre en nuestras vidas, muchas personas están perdiendo la suya en un vano intento de alcanzar nuestras costas. De encontrar la tan ansiada libertad, de la que aquí nos quejamos que no tenemos.

Malditos seamos una y cien mil veces. Malditos porque no somos capaces de entender que hay personas que lo pasan mucho peor que nosotros. Malditos porque en nuestro egocentrismo nos olvidamos de aquellos que sufren la ira de guerras fratricidas. Malditos porque tiene que ser la imagen de un bebe muerto en las frías aguas la que nos desordene nuestra conciencia burguesa y nos haga entender que no somos el ombligo del mundo. Malditos porque sobre nosotros ha de recaer la sangre de este y de muchos otros inocentes.

No sé cuánto tardará en recomponerse nuestra alma, en volver a recolocarse las piezas de nuestra conciencia, lo que si sé es que desde la semana pasada el cielo tiene dos nuevos ángeles que, sin duda, si habrán alcanzado la paz y la tranquilidad que este mundo no les supo dar en vida.