Terapia EMDR: así se trabaja con las experiencias vitales que nos bloquean y no nos dejan avanzar

La psiquiatra Anabel González, presidenta de la Asociación EMDR España, revela las claves de esta terapia que busca ayudar al cerebro a desbloquear los recuerdos que nos siguen generando preocupación para poder integrarlos con el resto de nuestras experiencias

Los movimientos oculares forman parte de la técnica con la que se trabaja en la terapia EMDR.
Raquel Alcolea

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A veces tenemos claro lo que nos preocupa porque no podemos dejar de pensar en ello. Pero otras veces simplemente nos sentimos personal, sentimental o profesionalmente en un punto que nos desagrada, siempre en el mismo y hagamos lo que hagamos. Es como si las historias se repitieran, como si entrásemos en un bucle del que ni podemos ni sabemos salir. Las situaciones traumáticas , los bloqueos o las experiencias vitales que no nos dejan avanzar no siempre son fáciles de identificar, según explica Anabel González , psiquiatra y presidenta de EMDR España . «Son una especie de nudos emocionales que nos impiden decidir en libertad y que van más allá de lo que podemos entender», explica. Por eso la terapia EMDR se centra precisamente en trabajar con las experiencias que no nos dejan evolucionar y que, de alguna manera, nos bloquean. «Lo que se hace es buscar los recuerdos que todavía nos siguen generando preocupación y ayudar al cerebro a que pueda desbloquearlos e integrarlos con el resto de nuestra experiencia», explica.

Uno de los elementos que se emplea en esta terapia que sirve para procesar, desbloquear e integrar las experiencas negativas no asimiladas es un tipo de movimiento ocular que produce una bajada del nivel de activación y un aumento de las asociaciones mentales. Esto hace que los recuerdos negativos pierdan carga emocional y que puedan integrarse con el resto de las experiencias. De hecho, las siglas que dan nombre a esta terapia, EMDR ('Eye Movement Desensibilization and reprocessing'), significan en castellano 'desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares'. Sin embargo, tal como precisa González, esta es solo la parte más llamativa de una terapia que, en realidad, es compleja y que requiere un conocimiento exhaustivo por parte de los profesionales que trabajan con ella. «Algunas personas que no se han formado en esta terapia usan los movimientos oculares de una forma aventurada en sesiones de meditación que luego cuelgan en YouTube o comparten en las redes sociales, pero esto no es algo que se deba usar a la ligera. Es una terapia muy especializada y su efecto es potente. Si no se maneja profesionalmente, puede influir de forma negativa», destaca.

Algunos movimientos oculares producen una bajada del nivel de activación y un aumento de las asociaciones mentales

Además de en el uso de los movimientos oculares, la EMDR difiere de otras terapias cognitivas en el punto de partida pues, más que trabajar con las creencias o más que focalizarse en el trauma , lo que se hace es trabajar con el recuerdo para desbloquear el cerebro y para que esa persona sea capaz de verlo desde otro punto de vista. «En lugar de centrarnos en lo que la persona piensa, se pone foco en lo emocional, en las sensaciones del cuerpo y después, en menor medida, en la creencia», explica González.

También es importante, según añade la psiquiatra, que el paciente entienda bien lo que se está haciendo porque eso será lo que le ayudará a aprovechar los beneficios de la terapia: «Esto no es una intervención quirúrgica en la que el paciente tenga que esperar a que le extirpen lo que le hace daño. El terapeuta y el paciente deben trabajar juntos en la misma dirección para explorar qué es lo que más duele a nivel emocional.Visitar o revisitar aquello que más duele es algo tremendamente complicado para muchas personas. Por eso para que resulte efectiva es tan importante la colaboración del paciente».

«Si pudiésemos eliminar el maltrato infantil, dejarían de producirse un tercio de los trastornos mentales graves»

Anabel González

Psiquiatra y presidenta de EMDR España

Algunas de las situaciones en las que está más indicada la EMDR es en aquellos casos en los que el profesional vea claro que los síntomas comienzan a partir de una serie de experiencias traumáticas, como en el caso de un estrés postraumático . Sin embargo, tal como apunta la psiquiatra, las investigaciones que se han dado a conocer en los últimos años revelan que prácticamente todas las patologías de salud mental tienen un componente traumático. De hecho, ya se avala su uso en estrés agudo, depresión, trastorno mental grave y adicciones así como en otras patologías en las que el trauma juega un papel fundamental. Lo que sí es cierto, tal como aclara González, es que en el caso de determinadas patologías esta terapia se debe complementar con otros tratamientos.

En cuanto a la duración de la terapia, los efectos pueden ser rápidos en traumas muy concretos, como por ejemplo cuando una persona ha pasado por una enfermedad o por un accidente del que ya se ha recuperado pero ha quedado con síntomas postraumáticos. Eso sí, en los traumas complejos, graves y crónicos, la intervención será más larga.

Los traumas ocultos

Cuando se habla de «traumas» lo más frecuente es imaginar situaciones dramáticas y trágicas. Sin embargo la experta aclara que existen todo tipo de traumas y que algunos autores hacen referencia a los «traumas ocultos», que son aquellos que se generan casi sin darnos cuenta pues están provocados por cosas que a veces pueden pasar desapercibidas en la vida cotidiana como descalificaciones y humillaciones que el afectado puede tomar como algo aparentemente poco importante. «Si alguien te dice casi cada día que haces todo mal o que no vales para nada, llegará un momento en el que creas que lo haces todo mal y que no vales para nada. Esa repetición es la que hace que, de alguna manera, se nos cuele y se nos filtre esa sensación», aclara González.

El problema con este tipo de traumas es que las personas que los sufren pueden adoptar comportamientos que les lleven a quitar importancia a esas humillaciones, a dudar de sus propias percepciones o incluso a anestesiarse emocionalmente para que no les afecte. «Pero eso no significa que no exista el dolor de fondo, pues lo único que hacen con esos comportamientos es aprender a no sentirlo», explica la psiquiatra, quien apunta que esto es algo que puede suceder especialmente en la infancia y que después puede hacerse visible más adelante, con el paso de los años y tras un proceso terapéutico.

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