El dilema del prisionero que explica qué influye más al tomar decisiones

La psicóloga Elena Huguet y el psicólogo Jesús Matos, del equipo de 'En equilibrio mental' explican algunas claves en la toma de decisiones a través de diferentes experimentos psicológicos basados en la teoría de los juegos

La toma de decisiones tiene un componente emocional.

Elena Huguet / Jesús Matos

Un objeto de estudio de la psicología ha sido siempre la toma de decisiones . De hecho a lo largo de la historia se han llevado a cabo experimentos que aportaban información acerca de lo que más influía en la toma decisiones ante diferentes situaciones imaginarias. Al hilo de estas dinámicas nació a finales de los años 40 nació la llamada «teoría de juegos», que incluía experimentos en los que los participantes tenían que tomar decisiones en contextos en los que pudieran obtener beneficios y perjuicios en función de lo que hicieran otras personas.

Uno de los más populares es el « dilema del prisionero », creado por los matemáticos Flood y Dresher. Este plantea que dos criminales son apresados por la policía en relación a un delito concreto. A los dos se les informa, por separado, de los siguientes supuestos y sus consecuencias: si ninguno delata al otro, los dos irán un año a la carcel; si se acusan mutuamente, ambos irán dos años a la cárcel y si uno traiciona y el otro permanece en silencio, el traidor quedará libre y el otro irá 3 años a la cárcel. La decisión más racional, por ser la que más beneficios potenciales tiene, es en realidad la traición. Pero en los estudios basados en este dilema se comprobó que entre los participantes se vio un sesgo hacia la cooperación y no hacia la traición.

Otro dilema muy famoso es el « Problema de Monty Hall », basado en un concurso estadounidense en el que los participantes tenían que elegir entre tres puertas. En una había un coche y en las otras, una cabra. Después de escoger una de ellas, el presentador abría una de las dos que no habían sido elegidas y aparecía una cabra. Se le preguntaba entonces al participante si quería cambiar la elección. Y aunque lo racional sería hacerlo, puesto que antes de la primera elección tenía 1/3 de probabilidades de llevarse el coche, y si cambiase de puerta, una vez abierta la segunda, sus oportunidades ascenderían a ½, lo cierto es que en la mayoría de los casos había un sesgo que invitaba a no cambiar de elección.

Este tipo de situaciones teórica, tanto la del dilema del prisionero como la del problema de Monty Hall nos dan pistas sobre la forma en la que tenemos los seres humanos de tomar decisiones. Y es que, al contrario de lo que creemos, las emociones tienen un papel importantísimo en estos procesos.

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