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Por qué desconfiar si un alimento es «casero», «mediterráneo» o «tradicional»
Los mensajes llamativos que incorporan algunas empresas de la industria alimentaria junto al nombre del producto confunden al consumidor
Pongamos que un día cualquiera caminas por el pasillo de un supermercado cualquiera de un barrio cualquiera. Buscas una mermelada, unas galletas o un bote de tomate frito. Observas la hilera de productos, con sus múltiples colores y atractivos envases, te dispones a leer la etiqueta de uno de los botes pero resulta que a su lado hay otro recipiente que te llama especialmente la atención. En letras grandes y vistosas incluye el mensaje «sin azúcares añadidos». Amor a primera vista. Algunas palabras o frases que figuran en los productos de alimentación son algo así como un imán. Suenan bien, conectan con el consumidor, le hacen sentirse más «healthy» y hasta le incitan a la compra. Sin embargo, tal como explica Juan Revenga, nutricionista asesor de la app ElCoCo y autor de «Adelgázame, miénteme» o «Con las manos en la mesa» este tipo de mensajes que incorpora el fabricante junto al nombre del producto como llamada o reclamo son los que mayor confusión generan en el consumidor.
Así, el experto explica que los mensaje que incluyen un «con» (con vitaminas, con fibra...), o un «sin» (sin grasas, sin azúcares añadidos...) o incluso aquellos que intentan transmitir una imagen más saludable con sellos de producción «eco», «bio» o calificaciones gratuitas que están al margen de cualquier regulación, como es el caso de «casero» , «tradicional» o «mediterráneo» trasladan al consumidor una imagen positiva que no tiene por qué ser real. «La confusión se genera, muchas veces, cuando en un producto con un pésimo perfil nutricional (en base a la lectura de su lista de ingredientes y tabla de información) se le añaden reclamos «en positivo» sobre una única característica («con hierro», «con fibra» o «sin azúcares añadidos», etcétera) ofreciendo una falsa imagen de saludabilidad», aclara. Se da la circunstancia, además, de que estos mensajes que suelen figurar en el etiquetado frontal no son obligatorios, según explica Revenga, por lo que son más declaraciones marketinianos y gratuitas que datos sobre la composición real del producto.
Lo que sí es obligatorio es incluir la información nutricional y los ingredientes del producto . Información, por cierto, que suele estar en una etiqueta de la parte de atrás y que, en principio generan menos confusión porque están regulados y sujetos a la normativa europea (RE 1169/2011 sobre información vertida al consumidor). El problema, según explica Revenga es que, en ocasiones, no sabemos interpretarlos.
Cuándo debemos evitar comprar un producto
Un motivo para descartar algún producto de la lista de la compra (aunque cabría alguna excepción, según precisa Revenga) sería, según señala el nutricionista, que éste incluya ingredientes que no se puedan encontrar en la cocina de un usuario normal, es decir, que incluya extractos, aditivos, aromas, etcétera.
Además, sobre este punto el nutricionsita alerta sobre una estrategia «muy fea» que ha observado en el caso de alguna marcas y que consiste en añadir ciertos componentes en las listas de ingredientes en sustitución de aditivos habituales para evitar poner el nombre químico del aditivo . Un ejemplo es el uso de «extracto de remolacha» en lugar de poner el «E-162» o la betanina o el «extracto de espinacas» para evitar incluir la expresión nitratos de sodio o potasio a un alimento (E-251 y E-252 respectivamente) injustamente demonizados, ya que esta verdura, entre otras, es una fuente natural importante de estas sustancias. Según comenta el experto, estas afirmaciones parecen quedar mejor en la lista de ingredientes que si se refleja su nombre químico. «Además, como el uso de estos extractos no está limitado se pueden (y se suelen) superar con creces la cantidad máxima que cada aditivo tendría permitida», añade Revenga.
A la hora de elegir un producto del supermercado, Juan Revenga revela qué aspectos de la información nutricional debemos revisar para decidir cuál de ellos es más saludable en los siguientes casos:
Cómo sé cuál es el mejor yogur
Independientemente de la información nutricional, Juan Revenga aconseja centrarse en los ingredientes. «Según la reglamentación técnico-sanitaria un yogur se compone de leche y fermentos lácticos y por tanto, todo lo que se salga de esos ingredientes es sospechoso de alejarse del ideal (colorantes, aromas, espesantes, nata, azúcares, proteínas, suero, etcétera)», aclara.
Cómo sé cuál es el mejor tomate frito
«Cuanto más se acerque la lista de ingredientes a lo que en realidad llevaría un tomate casero, mejor», aclara. Así, tomate, cebolla, aceite, pimiento verde y una pizca de azúcar (que en las recetas caseras se emplea para contrarrestar la acidez) son los ingredientes que usaríamos para elaborar esa salsa casera y por tanto, es lo que debemos encontrar en la etiqueta.
Cómo sé cuál es la mejor mermelada
«La expresión 'mermelada de fruta' es una redundancia ya que, salvo extravagantes excepciones, toda mermelada es de fruta. Al mismo tiempo 'mermelada saludable' es un oxímoron (tanto como 'hielo ardiente')», opina Revenga. Así, el nutricionista propone que en vez de usar la etiqueta «saludable» con los alimentos es mejor usarla con nuestro uso de los alimentos. Un uso relativo a las variables «frecuencia» y «cantidad». «Así, un patrón alimentario saludable se caracterizará, en su relación al uso de mermelada, por incluir este alimento en poca cantidad y no de forma habitual, sea cual sea la etiqueta que consideremos», aclara.
¿Qué diferencia hay entre «fuente de fibra» y «alto en fibra»
La normativa lo especifica de manera clara. Según el reglamento europeo RE 1924/2006 referente a las alegaciones de propiedades saludables de los alimentos, «solamente podrá declararse que un alimento es fuente de fibra , así como efectuarse cualquier otra declaración que pueda tener el mismo significado para el consumidor, si el producto contiene como mínimo 3 g de fibra por 100 g de alimento o, como mínimo, 1,5 g de fibra por 100 kcal». Además, señala que solamente podrá declararse que un alimento posee un alto contenido de fibra , así como efectuarse cualquier otra declaración que pueda tener el mismo significado para el consumidor, si el producto contiene como mínimo 6 g de fibra por 100 g o 3 g de fibra por 100 kcal.
Para comprobar si un alimento está dentro de estos parámetros solo tenemos que comprobar su ficha nutricional en la etiqueta. «Recordemos, suele estar en la parte de atrás, y no en llamativos reclamos al frente», avisa Revenga.
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