Articulista de Opinión
Articulista de opinión en ABC Sevilla
Antonio García Barbeito
Ya sé que no es tierra, ni puedes sembrarlo, pero es campo, fue campo durante muchos siglos
Antonio García Barbeito
Alberto, Pedro, Santiago y Yolanda saben que los encierros que están obligados a correr no serán siete, serán más, durarán hasta las veras del veintitrés
Antonio García Barbeito
Era un territorio prohibido y peligroso por el que nadie, sin una razón de peso, cruzaba jamás
Antonio García Barbeito
Es dolorosa la muerte de los cinco que viajaban en el Titan en busca de los restos del Titanic, pero es más dolorosa la muerte de los inmigrantes que se meten en una lancha
Antonio García Barbeito
A este paso, no sería extraño que las elecciones se redujeran a un duelo demoscópico
Antonio García Barbeito
Para preservar nuestra salud, quizá sería bueno una jornada de reflexión que durara desde hoy hasta el 23
Antonio García Barbeito
Algunos de los que se creían que el despacho de su cargo era un coto particular, ahora ven que era un préstamo que le han obligado a cancelar antes de lo que pensaban
Antonio García Barbeito
Es agradecido con todo, el campo. Con el tiempo y con los hombres, aunque se olviden de él
Antonio García Barbeito
No sería mala cosa decirles a los candidatos que, en eso, en las evacuaciones, nos trataran como a perros, que pensaran en nosotros
Antonio García Barbeito
Con usted, soy de los tres o cuatro que no estuvieron en la plaza la tarde del rabo
Antonio García Barbeito
La tierra, el campo, los cultivos a los que podría salvar un frente de lluvias generosas, se quedan ahora en blanco
Antonio García Barbeito
En Chipiona, ha salido un paso que puede con todo: el de Paco Naval llevado a hombros por los suyos, camino del cementerio
Antonio García Barbeito
Al niño empezaba a olerle la vida a cercanía de Cruces de Mayo, porque todavía no sabía... del resplandor inigualable de la Semana Santa
Antonio García Barbeito
Hoy, la incultura se toma en la aproximada educación, se arrastra y se arrastra, cada vez más pesada, hasta vaciarse –nunca del todo– en los sitios de la palabra, donde la mala lengua hiede y mancha