Fernando del Valle - ANDALUCÍA, DE CINE

Si sólo fuera la corrupción

FERNANDO DEL VALLE

ATRIBULADOS por tanto golpe de telediario, registro y tentetieso, podemos caer en el error de que la corrupción es el único problema. Interesadamente, hay quien trata de que lo veamos así. Va por barrios. Ahora le toca al PP. El estercolero de Valencia, el de Madrid. Vuelen ya Génova, por amor de Dios. Pero no nos olvidemos de la alcantarilla andaluza. Así las cosas, si nos votas a nosotros, dicen los contrarios, limpiaremos la era y se acabará el desaguisado. Y ya.

Pero mientras tanto, fuera del ruido mediático y el chaleco fosforito de las fuerzas del orden, está la realidad. La gestión, el día a día. Y encontramos ahí un panorama que aun sin aroma a chorizo resulta del todo desasosegante. Viene esta reflexión a cuenta de los problemas informáticos que han impedido en los últimos días el cobro del salario social, los 400 euros, a sus perceptores, bastante necesitados. No es un asunto puntual: el hecho lleva repitiéndose hasta el punto de que el Defensor del Pueblo ha tenido que intervenir.

Van más ejemplos. Sólo unos pocos pero ilustrativos. Esa residencia de la Junta en Córdoba sin agua caliente para los abueletes. Todos aquellos meses en que las tan cacareadas tres comidas para escolares en riesgo de exclusión estuvieron sin llegar a los colegios. ¿Qué me dicen de La Cónsula y los consorcios escuela andaluces?

Se trata de cuestiones, además, todas ellas concernientes al discurso nuclear de Susana Díaz. Otra Andalucía es posible; aquí no se deja tirado a nadie, el ascensor social de la educación es fundamental. Si sus subalternos atienden de esta forma el principal mandato de la presidenta, ¿qué podemos esperar que hagan con el resto? No siempre podremos echarle la culpa de todo a un funcionario merluzo que se pelea con el ordenador. Ni a Rajoy. Ni al cruel Montoro. Existe una ineficiencia tal en el funcionamiento habitual de nuestra administración que nos genera una pregunta. Una vez se hayan cargado a los cuatro o cuatrocientos golfos, ¿en manos de quién nos quedamos?

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