Los últimos artesanos «oficiales» de Andalucía

La Junta reconoce a los mejores de cada profesión con la Carta de Maestro. Ellos reclaman recuperar la figura del aprendiz

Talleres artesanos en Sevilla

Imagen de un alfarero de Córdoba Lucas Urbano

M. Moguer

Son solo unas decenas de hombres y mujeres en toda Andalucía y, como los últimos de Filipinas, saben que detrás de ellos no vendrá nadie. Se trata de los últimos artesanos de la comunidad. Los últimos, al menos, que han recibido la carta de Maestro Artesano que concede la Consejería de Economía a quienes destacan en alguna de sus disciplinas con un trabajo especialmente relevante e influyente y muy reconocido.

La mayoría señala el mismo problema como el talón de Aquiles de su profesión:no tienen relevo. El conocimiento que ellos han adquirido durante siglos está en peligro de muerte . Explican que la falta de jóvenes, de aprendices, condena a estos oficios. Además aseguran que faltan incentivos y más apoyo público para ganar visibilidad.

Para intentar que al menos su trabajo cobre algo de relevancia se creó en Andalucía la Carta de Maestro Artesano, una distinción para la que hay 25 categorías que van desde la alfarería a las balanzas romanas pasando por cerámica o guarnicionería. Luthieres, escultores, jugueteros o canteros son algunos de los andaluces que tienen la máxima distinción como artesanos. ¿Lo valoran? Sí. ¿Les parece suficiente? De ninguna forma.

El mayor miedo de estos artistas es que, pese a su esfuerzo y dedicación, el tiempo borre la memoria de unos oficios que han tardado siglos en ser lo que son hoy día. Que sin relevo, ellos sean de verdad los últimos artesanos que trabajen en Andalucía.

Rosén borda en su taller ABC

Juan Rosén, bordador

Se llama Juan Rosendo Rodríguez Romero pero todo mundo lo conoce como Juan Rosén. Es una institución del bordado en Andalucía y uno de los primeros en recibir el título de Maestro Artesano de manos de la Junta de Andalucía. «Nosotros no teníamos antes ni título ni nada oficial. Y me pedían que diera clase y claro, no podía». Eso acabó con el reconocimiento de la administración andaluza.

Rosén empezó a bordar en Málaga en 1976. De la mano de las hermanas Filipenses, de las monjas de San Carlos y, sobre todo, de la madre Patrocinio de San José. «Ella fue mi primera maestra», recuerda con cariño. También se formó en el taller de Esperanza Elena Caro. «Eso fue mi Operación Triunfo».

Este bordador, ya jubilado, el mundo de las hermandades, sus principales clientes, es muy complicado. «Entrar ahí es muy difícil. Es una jungla. Los hermanos mayores solo quieren estrenar y estrenar, y compran cosas baratas». Él presume de lo contrario:«Lo que yo hago vale un dinero, pero en diez años mis bordados están igual y el barato está más negro que mi corazón», bromea entre risas.

Pero no solo de la Iglesia y sus cofradías vive Rosén. Ha bordado los pendones de la ciudad de Málaga e hizo en oro un escudo de la ciudad para regalársela a los Reyes de España . Está especialmente orgullo del manto que le bordó a María Santísima de la O de Málaga, aunque en su catálogo hay decenas de obras reseñables. Y ha vendido en Puerto Rico, Bruselas o Italia.

Divertido e ingenioso, Rosén ha dejado en manos de Antonio Pérez y José Manuel Molina el día a día de su taller, aunque no pierde puntada y está atento a todo.

Eduardo Peñas trabajando sobre una pieza en su taller ABC

Eduardo Peñas, cantero

El padre y el tío de Eduardo Ruíz eran canteros. Cuando tenía 15 años empezó con ellos de aprendiz. «¡La de golpes en los dedos que me habré dado con el martillo entonces!», recuerda. Su profesión no es fácil, explica. «Esto no se aprende en un par de años, necesitas toda la vida», explica este maestro artesano, que se reivindica como cantero. «Yo soy cantero, no escultor. Los escultores solo saben hacer esculturas, pero para ser cantero hay que tener muchas más habilidades», presume.

Cuando se instaló por su cuenta, en la cantera donde trabajaba su familia, se dio cuenta de que la gente no llegaba hasta donde estaba. «Una cantera está lejos, tiene mala comunicación, no tiene luz... Así que abrí un taller en Hinojosa del Duque». Desde esa nueva ubicación ha realizado encargos de todo tipo. Desde fuentes a balaustradas hasta la restauración de catedrales o iglesias.

«Desde mi taller hemos hecho la reforma de la catedral de la Sierra de Hinojosa, donde estuve trabajando siete meses. Cambiamos los pilares centrales, que estaban muy deteriorados. También he intervenido en el Castillo del Vélmez y muchas piezas sueltas para iglesias y edificios históricos», recuerda. Como muchos otros artesanos, lamenta que no haya relevo: «Yo antes tenía aquí gente trabajando pero se han ido jubilando. Y tuve un chico joven, estuvo conmigo seis años y le gustaba esto. Aprendió mucho. Pero su padre se jubiló y se marchó a sustituirle en su empleo. Una pena».

Ruiz reclama a la Junta que habilite una figura parecida a la del aprendiz para poder formar a jóvenes. «Hay mucha gente que está parada y que les dan una ayuda de 400 y algo euros. Estaría bien que les ofrecieran, mientras cobran eso, poder entrar a aprender con algún artesano», propone. «A mí me ha pasado que he ido al Servicio Andaluz de Empleo a buscar a alguien que me eche una mano y no hay nadie apuntado como cantero , claro. Hay mucho paro, sí, pero nadie a quien yo pueda contratar», señala. Al final, teme, todo lo que lleva décadas aprendiendo se lo va a llevar «a la tumba», indica.

Ruiztambién pide planes para la internacionalización, para que su trabajo, «que es único», señala, se vea fuera de Andalucía y de España y puedan abrir nuevos mercados. «A más encargos, más puestos de trabajo», reflexiona.

Manuel Jesús monta una silla en su carpintería de Huelva ABC

Manuel Jesús Valle Díaz, sillero

Manuel Jesús Valle es la cuarta generación de onubenses que hacen sillas artesanas en Galaroza. «Soy el último que queda. En mi pueblo llegó a haber cuatro talleres y ya solo estoy yo», se lamenta. Fabrica a mano las clásicas sillas de enea. Las que se ven en las casetas de las fiestas en Andalucía. Las hace desde cero y las pinta a mano. Llegaron a vender miles de unidades al año. «Se hacían con madera de la zona, muy blanda, que de un año a otro se estropeaban. Pero empezamos a hacerla con madera comprada, de más calidad, y claro, ahora aguantan hasta 15 años y se renuevan menos», explica.

Tras el «boom» de antes de la Expo 92 en Sevilla —«todo el mundo renovó las sillas de sus casetas porque quería dar buena imagen», recuerda—, la crisis les cogió de pleno. «Fuimos quedándonos con menos personal y ahora ya estoy solo yo. Vendo ya por encargo, Cobro entre 38 y 67 euros por silla hecha a mano », señala Valle.

Aunque ahora su artesanía viva momentos difíciles, han llegado a vender en Estados Unidos, o Puerto Rico. «Hemos tenido sillas nuestras en escaparates de la Quinta Avenida de Nueva York o », cuenta el maestro sillero onubense. Sus sillas, presume, han estado incluso en la Ópera de Viena: «Cuando representan óperas como Carmen o Romeo y Julieta nos encargan alguna porque hay una chica española allí trabajando y nos conocía».

Sin embargo, toda esa trayectoria es posible que se pierda. «No creo que continúe nadie después de mí», indica Valle. No hay aprendices y, en el caso de las sillas, tampoco el mercado de antes.

Molero graba la imagen de una ave rapaz ABC

Jesús Molero Sabador, grabador

Jesús Molero es artesano y medio. Artesano por él, medio por su mujer, María Ángeles Oscáriz. Si él da forma a las piezas de madera que venden por todo el mundo, ella es la que abre los nuevos mercados y pone orden en una empresa que ha llegado a Japón, Dubai, Qatar, Marruecos, Estados Unidos o Francia . Molero asegura que si no llega a ser por ella, su taller no habría sobrevivido. «Cuando llegó la crisis, las ferias nacionales se pararon. No se vendía. Fue mi mujer la que me dijo que había que cambiar. Ella sola se fue a Oriente Medio a buscar clientes. Luego ya me fui yo, con un representante. Cada uno por un lado, imagínate», recuerda. «Es que además ella lleva la contabilidad, la gestión... Es fundamental», explica.

La estrategia de abrir nuevos mercados fue todo un éxito. Influyó el trabajo artesanal que realiza Molero. Un conocimiento de siglos. Su familia empezó en 1888 con la incrustación y grabados en el mueble. Molero es ya la cuarta generación que, desde la localidad granadina de Peligros vende al mundo artesanía andaluza de madera. «Hace años hacíamos cajas de madera incrustadas que se vendía mucho a los turistas, pero había quien nos hacía competencia a precios muy bajos. Las fabricaban en casa y no podíamos competir. Así que mi padre se centró en los muebles. Sobre todo en los bargueños», explica Molero.

Hoy, esos muebles se ven en los salones más ilustres del mundo. «A veces estoy viendo las noticias en la tele y sale el Rey Felipe de visita a Mohamed VI de Marruecos y veo bargueños míos al fondo . O mesas en las casas reales de Oriente Medio», cuenta este artesano.

Desde su taller se vende a decoradores de primer nivel de todo el mundo. No hay feria en Europa donde no les conozcan y aprecien. Pero quizás el encargo más curioso que les han hecho jamás es una iglesia en Japón. «Me pidieron los bancos, el altar, las puertas, los zócalos.... Yo no la he ido a ver, pero me mandaron fotos» , explica. También le ha hecho parte del palacio a un jeque qatarí. «A uno que es familia del dueño del Málaga, de los más ricos de la zona», indica.

Aunque su taller va viento en popa y clientes no le faltan, lo que no tiene cerca son vocaciones, aprendices. «Ahora hay en el taller dos muchachos, pero cuando yo me jubile en unos diez años mis hijos no creo que quieran seguir y mis nietos serán aún muy chicos para esto», se lamenta.

«Mis hijos han visto que esto no te deja mucha vida. Cuando acabas con la madera, llegas a casa y te pones a diseñar, a dibujar. Y luego están las facturas y los presupuestos. No descansas nunca», señala Molero. Aunque le da pena que no vaya a haber quinta generación, en el fondo entiende que sus hijos no quieran una vida tan esclava.

López en su taller ABC

Antonio José López, maestro frenero y romanero

Antonio José López es la quinta generación que trabaja la frenería —diseñan, fabrican y venden espuelas, bocados, estribos...— y balanzas romanas. Empezó su tatarabuelo en 1850, cuando abrió su taller en la Sierra de Huelva. Era Pedro López. Le siguió su bisabuelo, Emiliano; luego su abuelo Rafael, su padre José y hoy él. «Al principio sobre todo hacíamos balanzas romanas y algo de frenería —todo lo que tiene que ver con las partes metálicas que se usan con el caballo—. Pero ahora es al revés. Vendemos más espuelas o bocados que balanzas», explica. «Vivimos sobre todo de eso».

Sin embargo, este artesano no sabe si habrá sexta generación y no confía en tener un relevo en su taller. «El conocimiento de cientos de años se va a perder», advierte. «No hay aprendices y así la artesanía se va muriendo», lamenta. «Es una satisfacción decir que mi tatarabuelo hacía romanas y yo las sigo haciendo , pero económicamente es muy complicado», indica.

Este maestro artesano se queja de que la competencia china y el intrusismo vende con precios por debajo de coste y les hunde. «Cuelan cosas como si fueran hechas a mano y no lo son», explica.

López señala, además, que el dinero que la Junta destina a los artesanos no les llega: « De 1.000 euros, se pierden 999 . A nosotros nos llega solo uno. Hacen falta más ayudas para la artesanía», reclama.

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