HISTORIA
El «Pernales», el bandolero con el corazón de piedra
Juró vengar la muerte de su padre a manos de la Guardia Civil, pero encontró el mismo destino
Le llamaban «El Pernales» , por deformación fonética de «pedernales», las duras piedras con las que hacer saltar las chispas para prender fuego. Y es que Francisco de Paula José Ríos González , en la historia negra de Andalucía «El Pernales», tenía el corazón de ese mineral: duro y predispuesto al incendio.
Nació el 23 de julio de 1879 en Estepa , cuna de otros ilustres bandoleros como «El Lero» o «El Vivillo» , donde pronto aprendió lo que era el hambre, y a intentar quitársela a golpe de hurto y robo. Así murió su padre, ladronzuelo de campos y cortijos, descalabrado por el golpe que le propinó un guardia civil tras sorprenderlo ejerciendo su ocupación entre las campiñas.
Desde ese momento, el «Pernales», ya que se jugaba la vida de todos modos, decidió hacerlo a lo grande, y no con pequeños robos como su progenitor, pues el riesgo era el mismo y el hambre del jornalero andaluz, insoportable. El niño juró vengar la muerte del padre y proclamó su odio eterno a la Benemérita.
Fue entonces cuando las sierras de Sevilla, Córdoba, Málaga y Jaén se transformaron en el campo de batalla del bandolero frente a la legalidad vigente, hasta que, a los veintiocho años de edad, le alcanzó el funesto destino al que estaba predestinado desde su mismo nacimiento: morir a manos de la Guardia Civil .
Dicen que no tenía sentimientos, que llegó a marcar con unas monedas al rojo vivo a sus propias hijas , harto de sus lloriqueos, que maltrataba a sus amantes, que violaba a las mujeres que se cruzaban con él en sus asaltos, pero también que era una especia de Robin Hood de los olivares, que pedía mil pesetas a los ricos que asaltaba por los caminos de Andalucía y que, a veces, repartía parte del botín y algún cigarrillo entre los paisanos más humildes.
Tampoco olvidaba una traición. En 1906, el encargado de un cortijo, conocido como «El Macareno», envenenó, con una paella homicida , a parte de su banda, con la intención de cobrar la recompensa que las autoridades anunciaban para capturar, vivos o muertos, como en el oeste americano, al «Pernales» y sus hombres. Tras la muerte de algunos de ellos, y tras recuperarse del envenenamiento resguardado en un barranco, propició al cortijero una muerte lenta y dolorosa , repleta de crueles torturas con las que saciar su sed de venganza y su resentimiento a la vida.
Ante las innumerables atrocidades y robos cometidos, algunas a medio camino entre la realidad y la leyenda, como aquella que le atribuía un asalto al mismo gobernador de Córdoba, las autoridades mandaron guardias civiles de diversos puntos de la geografía nacional, centenares de hombres que lo cercaban, mientras su conocimiento del terreno y su movilidad le permitían escabullirse una y otra vez con alguno de sus compinches.
El último compañero
Uno de ellos, «El Niño del Arahal» , sería su último compañero de aventuras y fechorías cuando, cansado de huir, emprendió camino a Valencia, donde parece ser que perseguía embarcar, entre el anonimato, hacia América. Así, huyendo, acabaron sus días, tras sus últimos asaltos camino del Levante por las sierras de Jaén y Albacete.
El 31 de agosto de 1907 se acercaron dos jinetes bien armados, como recogen las crónicas de ABC , a preguntarle a un leñador, cerca del albaceteño pueblo de Villaverde, el camino más recto para atravesar la Sierra de Alcaraz. Tras la información, uno de los jinetes dio un duro y un cigarro de su pitillera al leñador: «Gracias, buen hombre, y tome esto para acordarse del “Pernales”, que soy yo», agradeció.
El leñador, que resultó ser un guardia jurado, denunció los hechos en el cuartel más próximo, desde donde el teniente Juan Haro López, con cuatro de sus hombres, el cabo Villaescusa y los guardias Redondo, Codina y Segovia, se lanzó al monte en busca del famoso bandolero. En el paraje conocido como «Las Morricas» se produjo el fatídico encuentro. Dos balas seccionaron la femoral de «El Pernales» , que no tuvo tiempo de reaccionar cuando se encontró de frente con los guardias. Su compañero, «El Niño del Arahal», tuvo el tiempo justo para darse la vuelta y toparse con otros dos guardias que se acercaban a sus espaldas y caer también acribillado.
Cadáveres expuestos
Los cuerpos fueron expuestos en el pueblo de Bienservida (Albacete) , como advertencia futura para aquellos que tuviesen la tentación de echarse al monte. El atestado del teniente Haro contenía la siguiente descripción del bandolero: «Aparenta ser de unos veintiocho años, de 1,49 metros de estatura, ancho de espaldas y pecho, algo rubio, quemado por el sol, con pecas, color pálido, ojos grandes y azules, pestañas despobladas y arqueadas hacia arriba».
Encima, como últimas pertenencias, se le encontró una escopeta, un revólver, tres billetes de cien pesetas, una pluma y una carta en la que contaba a su madre que acababa de ser padre de nuevo.