Vida rural

La pandemia llena la Andalucía vaciada

Los pueblos se han convertido en vía de escape más o menos estable para muchos en los tiempos del Covid-19

Una imagen del municipio malagueño de Frigiliana Europa Press

Pablo Marinetto

Se decretó el estado de alarma. Las calles estaban desiertas. En los supermercados había colas para hacerse con víveres (papel higiénico, por supuesto), y las siempre vibrantes ciudades comenzaron un letargo que aún hoy se hace raro recordar. Cuando el panorama de la pandemia se tiñó de gris, muchos decidieron coger carretera y manta en dirección al pueblo.

La estampida masiva de las capitales hacia las segundas residencias crispó los ánimos en unos núcleos rurales acostumbrados a ocupar los últimos puestos en la lista de planes de cualquier urbanita. Tendencia que continuó una vez permitida la movilidad en Andalucía. Sobre la mesa queda la certeza de que el coronavirus ha hecho que cambien las tornas. Mucho más allá de las rutinas que hemos tenido que adquirir para salir airosos de este trance que parece no tener fin.

Con ERTE o sin él, estudiando o de vacaciones, muchos andaluces hicieron la maleta en busca de la paz y la tranquilidad de los pueblos. Puestos a estar encerrados, mejor en el campo que entre cuatro paredes. Bajo ese prisma idealizado de paz que ofrece el mundo rural, la pandemia ha constatado la imperiosa necesidad de darle al «pause». De plantearse al menos una vida más sostenible y sopesar pros y contras del día a día capitalino, cuajado de comodidades, pero extenuante.

Ya sea por el teletrabajo, por el cierre de negocios, o simplemente por placer, durante días o meses, muchos han convertido sus refugios rurales en cuartel general, aportando su granito de arena para llenar esos núcleos en los que la vida parece desdibujarse . Paradojas del destino. Ha tenido que llegar una pandemia para que el resto se guipe de la suerte que tienen los de pueblo. Y es que la Covid-19 ha devuelto al mapa a unos municipios que llevan padeciendo la sangría poblacional desde la década de los 60.

Según el último informe del Defensor del Pueblo Andaluz con datos de la Federación Andaluza de Municipios y Provincias, las zonas escasamente pobladas ocupan casi el 66 por ciento del territorio de la comunidad y el 70 por ciento de los municipios ha perdido población desde mediados del siglo pasado. Sin ir más lejos, el 90 por ciento de los núcleos de población de Andalucía son municipios rurales de menos de 5.000 habitantes. La exclusión financiera, la falta de recursos sanitarios, o las malas comunicaciones son las principales responsables de la huida a las capitales. Una bomba de relojería si se une a una población cada vez más envejecida.

Turismo rural

Con este panorama, la realidad que vivimos es casi una metáfora del comportamiento humano. En unos casos, la tendencia de volver a casa cuando las cosas se ponen feas, y en otros, de protegerse a uno mismo y a los suyos. Y si no que se lo digan a los propietarios de casas rurales. El aislamiento y el huir de las aglomeraciones está detrás de que este tipo de turismo vaya a superar en julio y agosto el 70 por ciento de ocupación , tal y como avanzó el vicepresidente de la Junta y consejero del ramo, Juan Marín. A pesar, incluso, de unos precios que superan hasta en un 5 por ciento los del verano pasado. No cabe duda de que el entorno natural da seguridad.

Protegidos se sienten al menos Pepi, Alejandra, Manu y Juan Ángel. Cuatro andaluces que, entre prórrogas del estado de alarma, fases de desescalada y normas de higiene, hicieron la maleta y se reencontraron con sus raíces volviendo a esa mal llamada «España vaciada». Todos ellos han sido testigos de como se han llenado las calles del pueblo. Desde ese coche del vecino de al lado que sólo veían una semana al año, hasta caras nuevas que son foco de atracción para el recurrente interrogatorio de las abuelas: «¿Y tú de quién eres?».

Acostumbrados a ver el resurgir del pueblo durante las fiestas , este año no escucharán la orquesta de turno. No habrá paellas multitudinarias ni atracciones, pero sí todo lo demás. Conscientes de que no será para siempre y que volverán a la capital, este 2020 tratarán de rescatar recuerdos, disfrutar y compartir con la familia; reencontrase con viejos amigos y ponerse al día sin el teléfono de por medio. Desde cuatro pueblos blancos de Andalucía, disfrutarán del campo. De las noches al fresco sin tener que esquivar a nadie. De respirar aire puro y oír más pájaros que coches. De una vuelta a casa.

Alejandra Escassi, la primera de la izquierda, junto a unas amigas en Facinas ABC

«Desconectar es cambiar de aires»

Una de las complicaciones que ha traído de la mano la pandemia es elegir donde pasar las vacaciones. Para qué ponerse a buscar vuelos y hoteles teniendo el paraíso a una hora en coche. Es lo que debió pensar Alejandra Escassi cuando se levantaron las restricciones a la movilidad en Andalucía y pudo hacer planes más allá del bar de la esquina de casa.

Ya han sido varios los trayectos que ha realizado de Málaga a Facinas (Cádiz) , donde está la casa de sus abuelos. Aunque siempre está en la lista de planes, lo cierto es que en el verano del coronavirus, este pequeño pueblo a 14 kilómetros de Bolonia es su vía de escape para desconectar y cargar las pilas ahora que ha vuelto a trabajar.

«Me trae recuerdos de cuando era pequeña, de mi abuela Lolita y mis tíos Luz, Juan Manuel y Tere. Venir aquí es estar más cerca de ellos», cuando Alejandra, empleada los fines de semana en una conocida discoteca de la capital de la Costa del Sol cerrada hasta hace solo unos días. Ya sea con amigos o con su pareja, Facinas le ha salvado del verano más atípico que recuerda, y eso que vive enfrente de la playa. «Para desconectar hay que cambiar de aires, aquí estamos en el campo, pero a 15 minutos del mar y por la noche puedes ver las estrellas, no como en la ciudad».

Pepi Carvajar en la casa familiar de Álora (Málaga) ABC

«Yo no he tenido que hacer cola en la panadería»

«Hay que ver la de tonterías que tenemos y lo poco que necesitamos». Es lo que saca en clave Pepi Carvajal al echar la vista atrás. Esta malagueña natural de Pizarra recuerda la pandemia como «un cambio de vida de la noche a la mañana». Durante todo el año suelen visitar los fines de semana la casa familiar que tienen en Álora , pero nada que ver con el partido que le han sacado «gracias» a la pandemia.

Cuenta Pepi que horas antes de que se decretara el estado de alarma nada le hacía imaginar que cogería unas bolsas con cuatro cosas de su piso en la capital para no volver en cuatro meses. En ese tiempo, y no sin preocupación por la incertidumbre laboral, ha podido dedicarse junto a su marido y sus dos hijos a los quehaceres que implica la vida en el campo. Entre cuidar el huerto, ordenar la casa y cocinar las viandas para dar de comer a la tropa, apenas le ha dado tiempo para sentarse a pensar lo insólito de la situación.

«Ha habido días que no hemos encendido ni la tele», explica Pepi, para la que el pueblo ha sido sinónimo de libertad cuando precisamente menos la teníamos. Sólo han sacado la mascarilla para acercarse a comprar lo poco que necesitaban y llegó a hacerse un circuito en casa para hacer algo de deporte. Cuando habla de la pandemia con sus vecinas, las realidades son completamente distintas. «Yo no he estado en cola en la panadería», bromea.

Manuel Sánchez en la oficina improvisada en Ácula (Granada) ABC

Cambió México DF por una pequeña pedanía

¿Quién dice que la vida rural está reñida con la tecnología? Una conexión a internet decente es lo único que le hizo falta a Manuel Sánchez para montar su centro de operaciones en Ácula , una pedanía del municipio granadino de Ventas de Huelma que apenas supera el centenar de habitantes. Se compró una pantalla, una silla, y dio rienda suelta al teletrabajo, al que ha podido acogerse desde su puesto de ingeniero de sistemas en una empresa con actividad en España y Latinoamérica.

«Cambié un proyecto en México DF en el que estaba trabajando para volver a Madrid, y coincidió justamente con el estado de alarma», explica este joven de 28 años que si algo tiene claro es que la calidad de vida del pueblo que le vio crecer no puede encontrarla en la capital.

Ahora hace videoconferencias por la mañana, y por la tarde sale a correr con sus perras o monta en bici entre olivos y campos de cereales. Para su fortuna, cuando vuelva a Madrid le quedará el Retiro o la Casa de Campo (previo viaje de metro). Su caso es el ejemplo perfecto de la necesidad de digitalización del medio rural para acabar con la despoblación. Cree que la gente no renunciaría a ese estilo de vida si pudiera desarrollarse profesionalmente. «Con buenas condiciones e internet es factible. Sobre todo, de cara al verano, que es cuando más se disfruta del pueblo», apunta.

Juan Ángel Marín en casa de sus padres en Huelma (Jaén) ABC

«Mejor estar en casa que encerrado en 50 metros»

De otro Huelma, en Jaén, es Juan Ángel Marín . Estudia diseño de moda en Madrid y como al resto de estudiantes del país le cortaron las clases presenciales a mediados de marzo por la pandemia. Después de pasar un mes solo en la capital por miedo a viajar y poner en riesgo a la familia decidió poner rumbo al sur.

«Llegó un punto en el que me saturé. Cuando salía a comprar había unas colas increíbles para entrar al súper, mis compañeros de piso tampoco estaban… Pasé unas semanas duras» , cuenta desde casa de sus padres, donde ahora ayuda a coser a su madre. Quizá en Huelma no pueda encontrar todas las telas y materiales necesarios para sus proyectos de clase -que retomó a distancia-, pero dado el panorama -dice- «mejor estar en casa con mi familia que solo y encerrado en 50 metros cuadrados».

Como él, otros muchos dan movimiento al pueblo estos días. Cuenta que habitualmente en agosto, coincidiendo con la feria, sus calles se llenan de lo que en jerga rural son «forasteros» . Gente que emigró, principalmente a Barcelona, y que volvía de visita para esas fechas ahora ha ido llegando desde principios de verano. Con las aglomeraciones en los destinos de playa y menos alternativas en la agenda «se están distribuyendo un poco más», asegura. Por no hablar del reclamo que suponen las casas rurales de Sierra Mágina , que este año «se las rifan».

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