CASO ERE EN ANDALUCÍA
Francisco Javier Guerrero, el protector de las «criaturas» del caso ERE de Andalucía
El ex director general de Trabajo, lector de Kafka y aficionado a los gin-tonic negociaba y despachaba ayudas en su despacho y en un bar
A Francisco Javier Guerrero le gusta Kafka. Devoró «La metamorfosis» en la prisión . Nadie mejor que el autor de «El proceso» para describir la pintoresca personalidad del exdirector general de Trabajo de la Junta y algunos capítulos esperpénticos del caso que lo ha sentado en el banquillo. Los intrusos, la cocaína —que negó haber probado—, el piano que le regaló su chófer ; la suegra, el taquillero de la piscina y el churrero del pueblo empotrados como polizones en ERE de empresas donde no habían trabajado nunca; los viajes a China y Egipto con su inseparable amigo Juan Lanzas y las mujeres de ambos... son episodios que describen sin necesidad de literatura la trayectoria política de Guerrero.
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Era el brazo ejecutor de la maquinaria de los ERE en la Junta, donde estuvo nueve años (1999/2008) y sobrevivió a tres consejeros de Empleo distintos, que valoraban su «don de gentes» y buenas dotes para la negociación con sindicatos y empresas. Pero tras él continuaron dándose ayudas mediante el mismo procedimiento.
El Gobierno andaluz situó a Guerrero en ese club de los «cuatro golfos»
Guerrero, al que el Gobierno andaluz situó en ese club de los «cuatro golfos» al que pretendía endosar todas las culpas, acuñó algunos de los términos que han quedado asociados para siempre a este escándalo. En su primera declaración ante la Policía bautizó la partida 31-L como «un fondo de reptiles para crisis que tenían que afrontar empresas que necesitaban respirar» . Luego se arrepintió de haber empleado una expresión que les había escuchado en su infancia a las mujeres que les cogían «algún dinerillo del sueldo» a sus maridos que escondían bajo las sábanas.
A nadie se le decía que no
Tanto se desvía con las «criaturas necesitadas de ayuda sociolaboral» que un bar del barrio sevillano de Nervión, Caramelo, se convirtió en una prolongación de su despacho . El «banco» social de los ERE no se cerraba ni por la tarde. Con una copa de balón de gin-tonic en la mano y un cigarro Marlboro en los labios, Guerrero negociaba y repartía ayudas a discreción.
A su puerta no sólo llamaron las criaturas, sino algunos alcaldes del PSOE, abogados, empresarios y conseguidores que como Lanzas se paseaba por la Dirección General como si fuera su casa . Director de una sucursal del INEM, fue alcalde de su pueblo, El Pedroso (Sevilla), antes de recalar en la Consejería, donde hizo una fiesta sorpresa al cumplir los 50 años. A nadie le decía que no. Y ése fue su mayor pecado.