Curro Romero: la ascensión del Faraón

Romero se encerró con seis Urquijos y cortó ocho orejas el 19 de mayo de 1966, fecha natal de la religión Currista

Curro Romero, en el Corpus de 1960, a hombros camino de su primera Puerta del Príncipe ABC

Alberto García Reyes

En plena tolvanera por la guerra de Vietnam, la Real Academia Española decidió incluir la palabra «historicista» en el diccionario. Año 1966 . Como en una premonición de un mundo dividido entre la historia y lo que se recuerda de ella, Bob Dylan acababa de grabar su disco «Blonde on blonde», cuya primera canción, «Stuck inside of Mobile with the Memphis Blues again», comienza así: «Oh, the ragman draws circles». Oh, el trapo dibuja círculos. El de Minnesota, augur de la belleza, sabía lo que estaba a punto de ocurrir en Sevilla para la sublimación de la cultura: un hombre tímido de Camas iba a cambiar la historia del arte dibujando círculos con un trapo.

El 19 de mayo de aquel año, jueves, don Francisco Romero López se encerró en la Maestranza con seis toros de Carlos Urquijo para transformar el concepto que hasta entonces se había tenido de la Fiesta . Hasta ese día, al toreo templado , estético y al ralentí se le había llamado clásico, que siguiendo la acepción de Rafael el Gallo es aquello que «no se puede hasé mejón». A partir de ese día, pasó a denominarse toreo artístico . Lo dijo poco después el poeta Joaquín Caro Romero en ABC: «Para describir las faenas de Curro no hacen falta críticos taurinos, sino críticos de arte».

Las ocho orejas que alzó ese día , siendo un hito irrepetible, no son lo más importante que pasó. Curro Romero había hecho el paseíllo vestido de azul y oro , de cielo, porque presentía que iba a cumplir con las exigencias de la festividad que se estaba celebrando: la Ascensión . La corrida era a beneficio de la Cruz Roja y la plaza se llenó, claro. Con Curro se llenaba siempre a pesar de sus incertidumbres porque los aficionados entendieron pronto que aquel hombre estaba escogido. Que nunca se traicionaría. Que sabría esperar su hora sin someterse a la dictadura del espectáculo. Curro nunca tuvo vocación de recitador, sino de poeta . Y aquella tarde pudo escribir algunos de sus mejores versos, de los mejores versos de todos los tiempos.

Demostró que la guerra, tan en boga entonces, se gana siempre con dos armas: el talento y la emoción. Por eso la Real Academia aprobó la palabra «historicista» ese año. Fue por Curro, que cambió la percepción de los hechos y nos enseñó que hay más historia en lo que se recuerda que en lo que pasó . El día de la Ascensión de Romero al trono eterno del arte no perdura por los trofeos, sino por las lágrimas que cayeron en los tendidos. Ese día está en los anales de la tauromaquia porque hubo varias medias verónicas y un puñado de muletazos que todavía no sabemos si ocurrieron de verdad o fueron un sueño.

Como predijo Dylan apenas unas semanas antes, el trapo dibujó círculos que quedaron cerrados para siempre dentro del círculo de la Maestranza , epicentro de un mundo que firmó sobre esa muleta su paz interior. Pero la conjunción de fuerzas divinas aquella tarde en Sevilla se demuestra con un último dato: en la barrera estaba sentada, de la mano de su padre, currista inexorable, una niña apellidada Tello que acabó siendo el amor de los amores del Faraón . Por eso una de las agujas del reloj de la plaza más historicista del universo se quedó apuntando a esa fecha. Como apunta la Giraldilla a la eternidad. Por amor al arte.

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