Radiografía de un sector en crisis
Los «carcas» del campo de Andalucía
El sector andaluz dista mucho de la caricatura de «señoritos» que dibujó el dirigente de UGT. Hoy la mayoría de los agricultores son microempresarios y reclaman la reforma del sector
Cada día 225.000 personas en Andalucía miran al cielo para ver si los caprichos del clima le son favorables; si no da lluvia, malo; si llueve más de la cuenta, también; que el calor se adelante les descoloca, que no se vaya el frío, igualmente. Son los agricultores. Los que están movilizados hasta que no se les busque una solución a su serio problema, les fríen a impuestos y los precios de sus productos están tan bajos que muchas veces trabajan a pérdidas; en Sevilla llevarán sus tractores el 25 de este mes a las puertas de la capital dentro del calendario general de movilizaciones de las organizaciones agrarias.
La gota que ha acabado con su paciencia ha sido la subida del salario mínimo interprofesional aprobada por el nuevo Gobierno Sánchez-Iglesias . Esto repercute en la agricultura de forma inasumible y ya les termina de hundir su economía. El jornal de los temporeros por seis horas y media de trabajo al día está en torno a los 50 euros.
No, no son la «derechona, terrateniente y carca» como los definió el líder de UGT Pepe Álvarez en una metedura dialéctica de pata de banco. Los «fachas» del campo son en su inmensa mayoría micro empresarios. Nada más que hay que ver el número de explotaciones agrícolas que existen en Andalucía: 242.000 según el último censo del Instituto Nacional de Estadística con fecha de 2016. Ni la suma de las dos regiones que le siguen le igualan, Castilla La Mancha con 118.000 y Valencia que contabiliza 111.000. El cooperativismo no llega ni al diez por ciento.
Falsos tópicos
El estereotipo del «señorito» está muy alejado de la realidad. La inmensa mayoría de profesionales del campo son empresarios, en el estricto sentido de la palabra, que explotan sus propiedades para obtener una rentabilidad. Los agricultores son los últimos responsables de que la España vaciada no avance. Ellos y los ganaderos evitan que los bosques del interior se conviertan en teas de incontrolables consecuencias cuando un fuego hace acto de presencia en verano y está lleno de rastrojos. Su grito de guerra de estas movilizaciones es que sin campo no hay ciudad. Y es verdad.
El problema es que con los precios bajos, con unas ayudas cada vez más cuestionadas, no hay relevo generacional en un negocio duro, sin fines de semanas, festivos ni vacaciones regladas. En la próxima década seis de cada diez agricultores estarán en edad de jubilación. Nada más que hay que ver la fotos de los protagonistas de las tractoradas estos días, el 70% de los agricultores sobrepasan los 50 años, las mujeres no llegan ni a un tercio del total.
Pero lejos de los tópicos el campo andaluz se moderniza, se reinventa, explora nuevas oportunidades y se adapta. No todo lo rápido que debiera, pero lo hace. Los cultivos intensivos de Almería y Huelva, esos mares de plástico que han sabido racionalizar el agua hasta el último suspiro, dan de comer a media Europa cada vez más concienciada de la importancia de la fruta y la verdura en su dieta alimentaria. ABC trae los testimonios de diferentes agricultores de Andalucía, con perfiles muy distintos , donde nos cuentan su experiencia en el campo.
A Juan Hurtado Lissens, 62 años, le llamaron «loco» cuando cambió la «a» de arquitectura por la de agricultura. De gestionar un estudio de proyectos e ingeniería con 22 empleados —el primero totalmente informatizado en Andalucía allá por 1987—, a cuidar de sus dos mil olivos «como si vivieran en un jardín». «Cuando vino la crisis de 2008 en la construcción y hubo que cerrar la única salida que vi fue el campo. Compré esta finca [a medio camino entre Alcalá de Guadaíra y Morón de la Frontera ] y quise producir aceite de oliva extravirgen completamente ecológico». «Me dijeron —explica el creador de la marca Vega Oliva — que eso era inviable, poco rentable y daba mucho trabajo. Pero yo no me lo tomé como un capricho pasajero, estaba convencido de que tarde o temprano otros seguirían mi senda, como así ha sido; hasta las grandes marcas tienen ahora una línea de aceites ecológicos con botellas incluso numeradas». En las diez hectáreas de su campo la hierba crece a los pies de los árboles y de sus ramas cuelgan unas botellas de plástico con unos agujeritos y un líquido negruzco. «Es una mezcla de agua, vinagre y azúcar, por ahí entran las moscas del olivo y mueren, de esta forma natural nos evitamos los pesticidas; tampoco usamos herbicidas, un pastor vecino llega con sus cabras, se la comen y me abonan los árboles, son las sinergias», explica este convencido defensor de la ecología, que sin el respeto al Medio Ambiente no tiene sentido la agricultura.
Para producir un litro de aceite virgen extra necesito entre 10 y 12 kilos de aceituna manzanilla verde
A la finca de Hurtado llegan todos los años unos 1.500 euros de la PAC (Política Agraria Común, dinero procedente de la UE), 1.200 por los olivos y el resto por ser una explotación ecológica. «Para que te den el certificado de que lo que estás produciendo se ajusta a este criterio tienes que pasar inspecciones en las que se llevan muestras y las analizan. Un organismo te certifica, en nuestro caso el Comité Andaluz de Agricultura Ecológica», detalla este agricultor. «Afortunadamente este campo no estaba muy “contaminado”, pero hay algunos en los que hay que pasar hasta tres años de reconversión», continúa. «Para producir un litro de aceite virgen extra necesito entre 10 y 12 kilos de aceituna manzanilla verde, dependiendo de cómo ha ido el año hidrológico. Si las cogiera negras perdería el sabor y la intensidad que produce este aceite de autor, como me dijo un periodista japonés que vino a hacer un reportaje a esta finca», defiende Hurtado .
Él mismo nos explica al pie de sus olivos, que los mima, «la aceituna se recoge a mano con los macacos (cestas que se cuelgan al cuello y van pegadas al pecho), no se varean y por supuesto no se nos ocurre usar las vibraciones, para eso el olivo tiene que estar acostumbrado desde joven, si no se pueden desmentir sus raíces y echarse a perder». Hurtado tiene que moverse por las tiendas especializadas y las ferias ecológicas para «vender» su producto y así con todo los beneficios no le llegan. «Hemos creado una granja escuela en la finca y desde nuestra empresa Guadalbero , nos dedicamos a difundir la cultura del cultivo ecológico del olivo en universidades, colegios y otras instituciones. Ahora mismo hay una exposición, Olea, en el Museo de Alcalá de Guadaíra, hay que estar continuamente reinventándose».
La situación en Huelva
«Puede haber entre nosotros quien tenga más tierra, pero el campo es un bien común, hay quien parece no saber que los agricultores trabajamos para alimentar a la población». Antonio Rodríguez para el tractor en el que lleva montado tantas horas que el cuerpo se le ha quedado encajado en la cabina y las piernas un poco adormiladas: «Mi abuelo comía de lo mismo sin problemas , ahora el campo no resulta rentable por las inversiones en mejoras, maquinaria y profesionalización que requiere».
Rodríguez es propietario de una explotación agrícola en Gibraleón (Huelva) que trabaja en primera persona por regla general, salvo en momentos punta de mayor actividad en los que contrata otras manos.
Se muestra a favor de la subida del salario mínimo interprofesional (SMI) y aclara que hay fincas de hasta 200 hectáreas que son alquiladas. «La agricultura se está transformando en agencia de servicios», punto en el que confirma los problemas que parte del sector tiene para encontrar mano de obra en la provincia de Huelva en la época de recogida de la fruta. «Hay trabajos que resultan más cómodos, en los servicios o en hostelería. Ser joven y estar en el campo es difícil».
Ante una crisis que —recalca— «es estructural, no coyuntural», con unos costes de producción siempre en alza y unos precios muy bajos para el agricultor, que asegura no han cambiado en varias décadas, Rodríguez se muestra partidario de «recortar eslabones» entre los productores y las grandes superficies, que estas «estén más cerca de los agricultores».
En defensa de la producción local frente a productos llegados de terceros países en «competencia desleal», con costes de trabajo más bajos y exigencias también más bajas, considera que hay que abundar más en la trazabilidad y etiquetado de los productos, de manera que «quede clara y sea el consumidor el que decida». Rodríguez se dedica al cereal y al sector olivarero, en el que Huelva es «una pequeña gota dentro de un océano» pero perjudicado de igual manera que los agricultores de Jaén o Córdoba. En la provincia onubense, no solo el Condado sufre las consecuencias de la falta de recursos hídricos, también en su zona, con una infraestructura pendiente desde hace años, la presa de Alcolea, que contribuiría a «poner en valor unos terrenos que podrían ser más productivos».
En Jaén
Por otro lado, el referente del agricultor de Jaén no es don Guido, el señorito, de mozo muy jaranero, muy galán y algo torero, que describe Machado. Ni queda a las dos en el restaurante José Luis con la muchacha típica de Serrat. El agricultor tipo de la provincia frecuenta menos los casinos que las lindes , madruga mucho y tiene más vigilias que olivos porque cuesta dormir cuando no salen las cuentas a fuerza de vender el aceite por debajo de la rentabilidad.
Por eso, el agricultor tipo de la provincia denomina progresista de sofá al secretario general de UGT, José Álvarez, quien ha calificado de terratenientes carcas a los productores que se han movilizado en España contra una situación insostenible. En el caso de Jaén, en defensa del olivar tradicional, principal fuente de riqueza y de empleo de un territorio en el que abundan las pequeñas explotaciones agrarias.
«Lo que ha dicho Álvarez demuestra que no tiene ni idea», aclara un agricultor de izquierdas, que aporta datos: el aceite de oliva se vende ahora de media a 1,85 euros, prácticamente el mismo precio que hace 20 años. En este tiempo los costes de producción han aumentado y los salarios de los campesinos, también. De no mediar las ayudas europeas derivadas de la política agraria común, una parte considerable de los olivareros habría abandonado . Posiblemente, lo habrían hecho Antonio López o Román León . El primero, propietario de unos centenares de olivos, comprende y comparte la indignación general por la persistencia del bajo precio en origen. La venta apenas da para pagar los gastos de recolección, aclara. Y aunque los olivareros no tiran el mantón, la toalla del sector, este productor advierte sobre el grado de preocupación de quienes son carne de insomnio porque cada mes trae sus facturas. La producción de aceite de oliva no es un negocio ruinoso, pero ha dejado de ser rentable. Lo asegura León, cuyo millar y medio de olivos ya no le generan beneficios. «Antes, cuando vendíamos a casi 3 euros el kilo, era lo comido por lo servido, pero ahora nos cuesta dinero producir. De hecho, tenemos que recurrir la subvención».
El porvenir es insondable, pero Román León vaticina que no traerá nada bueno a los agricultores, cuya vida ha dado un vuelco radical. «El campo se va a pique», pronostica. Sustenta su diagnóstico en la precaria economía de numerosos olivareros, «a los que casi les falta para comer». Juan no recuerda otra época tan dramática ni tan próxima al precipicio.
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