EL PRONUNCIAMIENTO
Las Cabezas honra al héroe liberal Rafael del Riego
Se cumplen 200 años de la gesta que devolvió España al régimen constitucional, una efeméride que el Ayuntamiento cabeceño conmemora
El municipio sevillano de Las Cabezas de San Juan se despertó el 1 de enero con más motivos, si cabe, para la celebración. Desde hace meses, años más bien, se afana en la puesta en valor de una efeméride que probablemente no es lo suficientemente conocida , pero que tiene una gran importancia para la historia contemporánea de España: el Pronunciamiento de Riego.
El protagonista de esta gesta fue Rafael del Riego, un militar español de ideas liberales que desde los 23 años prestaba servicio en la Guardia de la Casa Real . Natural de Asturias, atesoraba una notable formación y gozaba de una mentalidad abierta producto de su contacto con los teóricos liberales y masones con los que coincidió en sus periplos por Holanda, Alemania, Inglaterra y Francia. Fue allí donde pasó un lustro preso tras su detención durante la Guerra de la Independencia, que sentó en el trono de España a José Bonaparte. Cuando consiguió regresar en 1914, juró la Constitución de Cádiz de 1812, la primera promulgada en España y una de las más avanzadas y liberales de la época.
El sueño liberal acabó, sin embargo, poco después. En mayo de 1814, Fernando VII, que había regresado a España tras la ocupación francesa, abolía la Constitución, disolvía las Cortes y perseguía ferozmente a los liberales. Comenzaba así el sexenio absolutista con poca oposición. Pero el germen liberal seguía vivo en la clandestinidad y Rafael del Riego pudo participar en Cádiz de las reuniones en las que se fraguaron los primeros pronunciamientos, de aciago destino.
Hacia 1819 se generaría el caldo de cultivo ideal para que la revolución despuntase por fin. Un ejército había sido destinado en la zona de Cádiz con el fin de viajar hacia América, donde estos hombres deberían arriesgar sus vidas para reprimir las insurgencias que se estaban produciendo en territorios del Imperio español . Al poco interés de los soldados por participar en una empresa que no les enfervorecía precisamente, se unió la indignación por saber que habrían de cruzar el Atlántico en una flota que había sido adquirida a Rusia y que estaba en estado calamitoso. Creció en el ánimo de aquellos hombres la sensación de que se les estaba enviando a morir dos veces.
Era cuanto hacía falta para sacar adelante por fin la conjura que durante tanto tiempo y a pesar de las traiciones y los intentos fallidos, se había estado fraguando en las sociedades secretas. Riego, que capitaneaba el Segundo Batallón Asturiano, sería, finalmente, el mascarón de proa del movimiento. En esa mañana del 1 de enero de 1820 el comandante se dirigió a sus hombres desde un balcón que Las Cabezas de San Juan conserva con absoluta conciencia de su importancia histórica. El discurso, que comenzaba con la célebre frase «Soldados, mi amor hacia vosotros es grande» , continuaba poniendo sobre la mesa la situación a la que se les estaba exponiendo y señalaba al responsable: el «rey absoluto», que podría solucionar el conflicto en ultramar con tan sólo «reintegrar en sus derechos a la Nación Española». «La Constitución, sí, la Constitución, basta para apaciguar a nuestros hermanos de América». Impelía así a Fernando VII a jurar la Constitución, algo que finalmente haría el monarca en marzo de 1820. No fue un camino fácil. Los revolucionarios militares encontraron no pocos escollos, el principal, la absoluta falta de apasionamiento de los vecinos de los pueblos que las distintas columnas iban atravesando.
Sin apoyos y con notables deserciones, Riego estaba por huir a Portugal cuando en varias ciudades españolas estalló el levantamiento. El movimiento constitucional había triunfado: comenzaba el Trienio Liberal. Fernando VII, que había empezado siendo El Deseado y acabó como El Felón, juraba la Constitución con una mano sobre la Carta Magna y la otra manejando los hilos para liquidar aquella etapa. Lo consiguió en abril de 1823 con la ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis. Riego pagaría la afrenta no sólo con su vida, sino también con su honor, arrastrado por el suelo hasta la madrileña Plaza de la Cebada, donde fue ejecutado.