El asalto de Pedro Sánchez a Suresnes apuntilla la influencia del PSOE andaluz

Lamento por la desaparición de la socialdemocracia en el partido de referencia de la izquierda

Felipe Gonzalez, saluda puño en alto a las aclamaciones de los congresistas, tras conocerse los resultados del escrutinio, y salir elegido Secretario General del PSOE ABC

Javier López

El Cebreros del PSOE es Suresnes, la zona cero de la socialdemocracia española , cuyo moderado acento andaluz ha trocado ahora en fabla radical. En manos de su secretario general, Pedro Sánchez, la formación política ha emprendido el regreso a la casa madre marxista tras una larga estancia en la tranquilidad ideológica. El endurecimiento programático de este partido evidencia que a la edad de la pana le sucede de nuevo la del hierro.

Saber que fuerza es igual a masa por aceleración no capacita para tutear a Einstein. Y menos aún para cuestionar su teoría sobre la equivalencia de la materia y la energía. Tener asiento en el Congreso no faculta para la oratoria. Y menos aún para mandar callar a Felipe González, ese Castelar con seseo, como ha hecho Adriana Lastra, que, según parece, tiene otro nivel. «Lo suyo no es nivel, es precipicio», ironiza el escritor e historiador Juan Eslava Galán.

Eslava tenía 26 años cuando se celebró el congreso en el que el PSOE abdicó del marxismo como referencia al objeto de encajar en la nueva España, proveniente de la obediencia feble y el desarrollismo constante, esto es, de una dictadura que se había relajado en los industriales sesenta hasta el punto de que a una población alejada del hambre no le seducían ya las trincheras. Felipe captó el mensaje y apuntilló al viejo socialismo en el extrarradio de París.

«Lo hizo un poco con malas artes, pero facilitó el acceso a la política de una generación vigorosa». Una generación compuesta, a juicio del novelista, por políticos que anteponían el bien de España a sus intereses. Por dirigentes bien vistos que contribuyeron a afianzar la simpatía ambiental que despertaba la política en un país que se proyectaba por primera vez hacia Europa a través de la conquista de la democracia. Y con una dirigencia andaluza.

Con el apoyo de Múnich

González y Alfonso Guerra, su reverso más que su segundo, maniobraron en Suresnes para desbancar del poder a Rodolfo Llopis, fajado en los años duros, y, en consecuencia, partidario de un cuerpo a cuerpo contra la derecha que remitía a Moscú. El clan sevillano se apoyó en Múnich, donde campaba Willy Brandt, y en Estocolmo, feudo de Olof Palme, representantes de un socialismo en el que el estado de bienestar prevalecía sobre la revolución.

«Felipe tenía la capacidad de bajarnos de la luna», aclara Agustín Colodro, afiliado al PSOE en el 76

El doble padrinazgo propició el nihil obstat de Estados Unidos, de manera que la falta de vetos significativos externos y la concentración del voto suave de izquierda en torno al PSOE catapultó al poder a un partido con casi un siglo de historia, pero en realidad recién parido, dado que era perceptible en su programa el líquido amniótico de Suresnes. Con esas bazas subyugó a la sociedad española. El carisma de Felipe hizo el resto.

«Felipe tenía la capacidad de bajarnos de la luna», aclara Agustín Colodro, afiliado al PSOE en el 76 y dirigente en los ochenta, para explicar el modo en que convenció a la militancia de que era preciso soltar el lastre marxista para alcanzar el poder y desde él transformar España en un país plenamente democrático. Lo es todavía, a su juicio, pero sin el empaque de la transición por la descapitalización de la política . Lo que explica las carencias de los novísimos. Para Colodro, respecto a González, «Adriana ha dicho una simpleza».

La debilidad argumental con la que Lastra ha defendido la ruptura entre los actuales dirigentes y los jarrones chinos evidencia la distancia intelectual entre el PSOE de González y el de Sánchez. Quien lo afirma es Juan Torres, delegado del Gobierno andaluz en Jaén en los noventa , extremadamente crítico con el que fuera su partido. «Es cierto que estoy en edad de ser un cascarrabias, pero mi estado se deriva de las decisiones del Gobierno, a cuál peor».

Para Rafael de la Cruz, sin embargo, no es para tanto. De la Cruz, que fue delegado provincial de Agricultura cuando Torres estaba al mando, sugiere que Suresnes está mitificado. Cree, además, que no ha sido Lastra la que ha intentado poner en su sitio a González, sino al contrario, si bien, procedente de los buenos tiempos, abomina de una práctica que desarrollan a su juicio las ejecutivas de todos los partidos: el desprecio a la militancia.

Emilio Arroyo sintoniza más con Torres que con De la Cruz. Arroyo fue secretario general del PSOE de Jaén desde 1977 a 1979, cuando dejó el cargo para ocupar la alcaldía de la capital. Después se dio de baja, pero, hombre de izquierdas, observa con preocupación el retorno a los años 30 de su antiguo partido y la profesionalización de la política. Donde antes había ánimo de servicio, denuncia, hay ahora ambición de poder de un líder apuntalado por palmeros.

La racionalidad de la época

De la vocación de servicio de los socialistas surgidos de congreso parisino también habla Gabino Puche, expresidente del PP de Andalucía, quien destaca la racionalidad de un debate político, el de entonces, alejado del sectarismo . La discusión, precisa, no situaba a los dirigentes de la izquierda y la derecha en marcos irreconciliables. Antes bien, se enhebraban amistades entre contrarios. «Fue una buena época», concluye.

Isidoro, padre del escritor Emilio Lara, hizo la mili con Alfonso Guerra. Ambos pertenecían a las milicias universitarias. No tenían afinidad ideológica, pero el dirigente socialista utilizaba para reuniones clandestinas la tienda de campaña del progenitor del escritor, historiador y colaborador de ABC. Además, Isidoro, conservador, hablaba con afecto, según recuerda su hijo, de la estirpe política surgida del congreso. Tan es así que tenía amistad personal con el sindicalista Cándido Méndez . Eran tiempos buenos, dice Lara, para quien España tiene hoy necesidad de Suresnes.

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