Día de Andalucía
1990-1999: La «pax chavesiana» adormece al Parlamento
El éxito de la concertación social permitió a Chaves una década de tranquilidad con el único paréntesis del bienio de la «pinza» PP-IU
Si la noche del 23 de junio de 1990, cuando ganó por primera vez las elecciones andaluzas, alguien le hubiera dicho a Manuel Chaves que iba a ser presidente de la Junta de Andalucía durante 19 años, probablemente hubiera reaccionado como un reo al recibir la notificación de su condena. Chaves había recibido sin entusiasmo alguno la orden de Felipe González de abandonar el Gobierno para poner orden en el avispero del socialismo andaluz . En abril abandonó el Ministerio de Trabajo, siendo sustituido por Luis Martínez Noval, y puso rumbo a Andalucía como quien parte al destierro. Era la época en la que el PSOE podía permitirse poner de candidato a un político de perfil bajo sin hacer peligrar la mayoría absoluta, y así ocurrió en las elecciones: Chaves logró 62 escaños, 36 más que Gabino Puche, el candidato del PP. Un paseo militar.
Pero la tarea que Felipe González había encomendado a Chaves no era (solo) ganar las elecciones, sino garantizar el control del PSOE andaluz, convulsionado tras la defenestración de José Rodríguez de la Borbolla. Eran años en los que Alfonso Guerra ejercía un control absoluto sobre la federación andaluza, y ni siquiera el presidente de la Junta de Andalucía podía sobrevivir enfrentado al guerrismo, como se había demostrado con Borbolla. El valido de Guerra en Andalucía era Carlos Sanjuán, con lo que el PSOE abrió la década con una bicefalia : el felipista —se acuñó el término renovadores para este sector— Chaves al mando de la Junta y el guerrista Sanjuán al mando del partido. La guerra estaba abierta.
A Chaves le costó cuatro años domeñar el partido. En el congreso de 1994 fue elegido secretario general del PSOE-A con el 64 por ciento de los votos, imponiéndose a un guerrismo que fue perdiendo fuerza paulatinamente desde la dimisión del vicepresidente, en 1991, por el «caso Guerra» . Manuel Chaves consolidó entonces la estructura de poder en el que se iba a asentar su gestión: Luis Pizarro vigilando el partido, Gaspar Zarrías la Junta y José Caballos el grupo parlamentario. La mesa camilla del poder andaluz.
Arenas, nuevo presidente del PP andaluz
En paralelo, el PP también vivía un proceso transformador. El fracaso electoral de 1990 había amortizado la figura de Gabino Puche; se inició entonces un proceso de renovación que Aznar confió a Javier Arenas y lo que se denominó el «clan de Olvera», en referencia a una reunión de dirigentes entonces fuera de los cuadros de mando del partido que tuvo lugar en la localidad natal de Arenas en 1990, tras el fracaso de las autonómicas. La renovación culminó el 25 de julio de 1993, cuando Arenas es elegido en Granada como nuevo presidente del PP andaluz, con Manuel Pimentel como secretario general. Aznar había comprobado tras la decepcionante derrota en las generales de junio de 1993 que nunca llegaría a La Moncloa sin mejorar los resultados en Andalucía, y confió el reto a Javier Arenas. El futuro vicepresidente del Gobierno apostó por centrar un partido al que en los pueblos se le seguía vinculando con el franquismo. El eslógan para la campaña de las elecciones autonómicas de 1994 fue una declaración de intenciones: «Centrados en Andalucía».
La cita con las urnas era la piedra de toque para comprobar si el giro al centro era el camino correcto. Para los populares soplaba viento de cola, ya que la crisis económica y los primeros episodios de corrupción desgastaban la marca del PSOE. Y las urnas dieron un giro importante. El PSOE perdió por primera vez la mayoría absoluta, pasando de 62 a 45 concejales, mientras que los populares subían de 26 a 41. El Parlamento se completaba con la pujante IUCA de Luis Carlos Rejón , que logró veinte diputados —el techo histórico de la coalición en Andalucía— y la pérdida de poder del andalucismo, representado por Arturo Moya y que pasó de 10 a 3 diputados, pagando el enfrentamiento interno entre Alejandro Rojas Marcos y Pedro Pacheco.
Realmente populares y comunistas nunca desarrollaron unidad de acción
Comenzaba lo que se conoció como el bienio de la pinza, el primer conato de pérdida de poder del PSOE en Andalucía. Chaves acababa de hacerse con el control en el partido y sin embargo podía perderlo en la Junta. Tras la pérdida de la mayoría absoluta socialista Rejón, que había basado su campaña electoral en atacar al PSOE con el objetivo del sorpasso, acuñó el término de «gobernar desde el Parlamento», un concepto que dejaba a sus veinte diputados como llave para cualquier decisión. El laboratorio de ideas del PSOE transformó este concepto de gobierno asambleario en otro que caló con mucha más facilidad en la sociedad, el de la «pinza» antinatura para perjudicar al PSOE. Es decir, el entendimiento de PP e IUCA, dos fuerzas ideológicamente antagónicas, para suplir al Gobierno socialista legítimamente elegido en las urnas.
Realmente populares y comunistas nunca desarrollaron unidad de acción, y de hecho la memoria del diario de sesiones recoge que IUCA votó muchas más veces con el PSOE que con el PP. Pero Arenas y Rejón se entendieron en la cuestión fundamental para bloquear la gestión de Chaves: la aprobación de los presupuestos . El PSOE tuvo que retirar los presupuestos para 1995 después de que PP e IUCA se apoyasen mutuamente sus enmiendas hasta hacer irreconocibles las cuentas. Los presupuestos de 1994 fueron prorrogados.
La dinámica se mantuvo durante todo 1995, año en el que el PP se hizo con los ayuntamientos de las ocho capitales andaluzas en las municipales de mayo. Tras meses de trifulca política, en diciembre Chaves dio por concluida la legislatura después de no poder aprobar nuevamente los presupuestos. Rejón siempre contó que en aquella negociación IUCA sí quería aprobar las cuentas, pero que el PSOE ya había decidido convocar elecciones porque sus encuestas avalaban que el mensaje de la «pinza» había calado y los votantes iban a castigar a PP e IUCA. Así ocurrió. El 3 de marzo el PSOE volvía a las puertas de la mayoría absoluta con 52 escaños —le salió barato un pacto de gobierno con el PA, que logró cuatro escaños—, mientras que el PP bajaba a 40 e IUCA a 13, un descalabró que Rejón zanjó con su dimisión .
Llegó entonces la pax chavesiana. Aquel candidato a palos que llegó a Andalucía contra su voluntad en 1990 tenía al fin perfectamente controlada la situación. Una vez dominado el guerrismo, el partido era una balsa de aceite bajo el mandato de Luis Pizarro. Gaspar Zarrías impulsó desde la Junta de Andalucía la concertación social , un acuerdo con la patronal y sindicato rubricado con una catarata de millones que permitía, bajo la coartada de la lucha contra el paro, garantizar la ausencia de movilizaciones. Y el Parlamento, tan activo en el bienio de la pinza, quedó reducido a una somnolienta cámara de discursos tras la salida de Javier Arenas, llamado por Aznar a Madrid, y la reseñada dimisión de Rejón. Fue una época de letargo en la que se perdió toda tensión política. Y ya se sabe que el sueño de la razón produce monstruos. De estos polvos de la relajación vendrían años después los lodos de los escándalos.
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