Día de Andalucía

1980-1989: Los años de la esperanza que nació en febrero

El subdesarrollo se veía por todas partes. Andalucía, ¿tercer mundo?, se titulaba el libro de Antonio Burgos que definía el estado de la región

Los ponentes del Estatuto de Autonomía de Andalucía posan en el Parador de Carmona ABC

Francisco Robles

¡Se acabó! El grito de rebeldía sobre el que se asentó el 28-F no vino de la mano de ningún cantautor de la época. La musa de aquella revolución pacífica que puso en jaque el pacto autonómico y el reparto consiguiente –siempre hubo clases en las autonomías- no fue ninguna progre al uso, sino una artista racial, carne de tablao y de sala de fiestas. Auténtica como las canciones que cantaba, y que no obtuvieron nunca el beneplácito del mester de progresía. La musa del 28-F fue María Jiménez, que brilló como nadie en el último mitin de aquella campaña que elevó a Escuredo a los cielos que muy pronto perdería. No lo echó la derecha, que permanecería en la oposición cuarenta años. Lo echaron los suyos. Los mismos que se cargarían, con el tiempo, a su sucesor. Pero vayamos por partes.

La década de los 80 fue, en Andalucía, el tiempo de la ilusión. Aquel referéndum se perdió por los pelos y se ganó gracias a un pacto que hundió a los andalucistas. Lauren Postigo, el reverso de María Jiménez, nos dijo que ese no era nuestro referéndum. Aquello lo pagaría la derecha andaluza bien caro. Y lo cobraría el PSOE de una forma contundente. A partir de entonces, Andalucía sería la Junta, la Junta sería el PSOE, y el PSOE sería Andalucía . El círculo conceptual se cerró y nadie podía entrar ahí. Los socialistas le arrebataron la verde y blanca a los alejandrinos del PSA, que se quedarían como el verso suelto de Carlos Cano: el pobre coplero tuvo que ir a Madrid para que Alfonso Guerra lo sacara de las listas negras que ya estaban elaborando por aquellas fechas los ayuntamientos socialistas.

Andalucía rompió el mapa autonómico que habían diseñado desde Madrid los unos y los otros. Esto hay que recordarlo, porque no podemos vivir en la eterna mentira que nos han contado los que ganaron aquella batalla. El PSOE se bajó del bus donde iban las tres autonomías históricas -como si las demás fueran de antier por la mañana- en cuanto vio que desde aquí podría desbancar a la UCD. El incumplimiento se cobra mejor que la fidelidad al compromiso. Clavero pagó muy caro su compromiso con los andaluces. Dimitió y dejó al centro derecha huérfano de liderazgo. Con él se fue un hombre tan válido como Miguel Sánchez Montes de Oca, que podría haber sido la esperanza blanca del centrismo andaluz.

Autonomía conquistada

Ante la ausencia de referentes a su derecha, el PSOE andaluz se hizo con el poder y con la autonomía. El subdesarrollo se veía por todas partes. Andalucía, ¿tercer mundo?, se titulaba el libro de Antonio Burgos que definía de forma certera e implacable el estado en el que se encontraba la región. Había que salir de ahí como fuera, y aquellos primeros años de la autonomía conquistada a golpe de referéndum fueron decisivos para que Andalucía gozara de un desarrollo desconocido hasta entonces.

Escuredo desafió al poder central, ejercido por su mismo partido. Hizo una huelga de hambre cortita en el tiempo, pero intensa en la repercusión que tuvo. Desde Madrid, los suyos no lo veían con buenos ojos. La reforma agraria estaba en el imaginario autonómico andaluz, no en los planes del PSOE federal para la modernización de España. Escuredo le echó un pulso a Felipe. Y a Guerra, que lo destituyó de forma fulminante, y que puso en su lugar a José Rodríguez de la Borbolla cuando corría el año 1984. Durante los seis años siguientes, Borbolla impulsó un desarrollo en las infraestructuras que sacó en buena medida a Andalucía del subdesarrollo. Y empezó a hacer cositas, como él mismo definía la labor de la socialdemocracia. Se hicieron colegios donde no los había, y hospitales, y la autovía del 92. Mientras tanto, la derecha de Gabino Puche o de Hernández Mancha no las veía venir.

Este desarrollo vino acompañado de una conciencia andalucista que sobrepasaba ampliamente al partido que llevaba esas siglas. Lo andaluz se puso de moda en casi todos los ámbitos de la sociedad. Hablar en andaluz ya no era un motivo de vergüenza para muchos nativos que antes se sentían inferiores por eso que se llamaba el acento, y que es algo más profundo y más complejo que un mero hecho fonético. La bandera andaluza se veía por todas partes, desde los balcones que se engalanaron para el referéndum del 28-F, hasta las instituciones oficiales que iban creciendo a medida que la Junta recibía las competencias que le iba transfiriendo el Estado. Muchos funcionarios, sin embargo, fueron reacios a ese cambio. Y muchos afiliados o simpatizantes del partido encontraron acomodo en la nueva administración, que crecía de forma vertiginosa.

La historia de Escuredo iba a repetirse de un momento a otro. Borbolla le preguntó a Alfonso Guerra dónde estaba la raya que los separaba

De aquel despacho de Plácido Fernández Viagas en la Diputación de Sevilla, a un Parlamento con todos sus avíos y su personal. De aquellas sedes del PSOE que Borbolla fue creando por los pueblos, al partido hegemónico que empezó a controlarlo todo. Ser andaluz era ser de izquierdas, y viceversa. Así empezó a crearse esa estructura mental que llegaría al paroxismo en la década siguiente, con la instauración del Régimen. Pero antes de que se produjera ese fenómeno, los andaluces se tragaron otra cacicada ejercida desde Madrid. Borbolla fue a ver a Alfonso Guerra ante la inminente destitución que se temía. La historia de Escuredo iba a repetirse de un momento a otro. Borbolla le preguntó a Alfonso Guerra dónde estaba la raya que los separaba, para situarse en el lado correcto. Y Guerra, con ese humor vitriólico que lo caracterizaba en aquellos años de poder absoluto , le respondió con una frase que lo decía todo: «Es que la raya la pinto yo, Pepe…»

El final de la década de los 80 supuso el fin de la esperanza con la que empezó. Para algunos, aquellos fueron los años dorados de la toma de conciencia andaluza. Para otros, al cabo del tiempo ha quedado claro que todo fue un montaje, una forma de acumular poder que el PSOE implantó en su granero electoral preferente. Con la llegada de Chaves, el candidato a palos que no quería ser presidente de la Junta, el romanticismo primitivo fue sustituido por el Régimen que empezaría a corromperse hasta terminar condenado en los tribunales. El sueño se convertiría en una pesadilla de la que costó mucho trabajo despertar. Menos mal que todo termina en esta vida, como cantaba María Jiménez. El centralismo que despreciaba a Andalucía se acabó el 28 de febrero, y lo sustituyó el centralismo del PSOE que la gobernaría durante casi cuatro decenios desde Madrid o desde San Telmo. De aquellos años 80 queda una pizarra con los resultados del referéndum escritos con tiza, una bandera desteñida por el sol que se asomaba como una esperanza a los balcones, y un partido que se hizo con esa bandera hasta que María Jiménez, o Susana Díaz, volvió a cantar la canción de nuestra época. ¡Se acabó!

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