En ruta con las emergencias del 061, el hospital móvil que salva vidas
ABC acompaña durante diez horas al equipo de una UVI móvil: atiende tres ictus y una neumonía en una jornada
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Faltan diez minutos para las ocho de mañana. En Sevilla aún no ha salido el sol, aunque una tenue luz se intuye en la línea del horizonte. Mientras la ciudad se despereza bajo un manto de nubes, el silencio y la oscuridad de la noche ... son perturbados por el rugido de los motores y las luces rojas de dos ambulancias estacionadas a las puertas de la sede provincial del 061 en Sevilla, situada en la isla de la Cartuja. En su interior, la tripulación no para quieta un instante, entregada al tráfago del cambio de guardia. Apenas hay tiempo para presentaciones.
El médico José Luis Lozano, el enfermero Jesús González Galindo y el técnico de emergencias José Joaquín Pallares, revisan con una agilidad asombrosa los medicamentos, la camilla, los desfibriladores y el material sanitario con que va equipado el vehículo que, por dentro, parece un pequeño hospital, entre idas y venidas constantes al centro donde se almacena todo lo que haya que reponer. Las emergencias exigen una disponibilidad inmediata. «Hay que tener todo preparado porque no sabes qué día vas a tener». Es la primera lección que da el doctor Lozano al periodista que va a acompañar al equipo junto con un reportero gráfico de ABC. Por delante, se presentan diez horas de intensa jornada en una UVI (Unidad de Vigilancia Intensiva) móvil de Emergencias Sanitarias 061 de Andalucía.
La empresa pública, integrada en el Servicio Andaluz de Salud, está de celebración: acaba de cumplir 30 años. No hay estadísticas que reflejen la cantidad exacta de personas a las que ha resucitado de la muerte en este tiempo, pero a buen seguro que han de contarse por miles. La memoria de 2021 revela que las salas de coordinación en las ocho provincias respondieron 3.173.598 llamadas en dicho año, de las que 1.490.730 fueron solicitudes de asistencia. Hasta 62.028 pacientes fueron atendidos por un equipo del 061.
En 2020, cuando el confinamiento limitaba las visitas a los centros sanitarios y la incertidumbre sobre el coronavirus colapsaba el servicio telefónico, se triplicaron las llamadas. Pasó de atender unas 3.000 diarias a 10.000 sólo en el centro de Sevilla. Un aviso se sobreponía a otro y hubo que redoblar el personal. El 16 de marzo de 2020 se alcanzó el pico con 66.000 llamadas en toda Andalucía. El 061 funcionó como un muro de contención para los contagiados y pacientes con cuadros de ansiedad u otras patologías.
Entre diez y once minutos
Todo empieza cuando alguien teclea el número que da nombre al servicio, el 112 o cualquier otro teléfono de urgencias. En ese instante, se pone en marcha un frenético engranaje que tiene como único propósito enviar cuanto antes el dispositivo apropiado al lugar donde se precise. Desde que se recibe un aviso hasta que una ambulancia medicalizada llega para auxiliar al enfermo pasan entre diez y once minutos de media. Pocos trabajos tienen una relación tan subordinada al reloj como éste. Un segundo puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Para que todo funcione como una sutil coreografía, hace falta mucha organización previa. Se realiza un triaje telefónico para identificar el problema y enviar el recurso necesario. No es tarea fácil discernir entre lo urgente y lo apremiante cuando hay un torrente de llamadas de personas sumidas en la angustia. «De ello se ocupa la sala de coordinación. Es el cerebro del servicio y parte del corazón que también ponemos en la calle», explica José María Villadiego, director del 061 en Sevilla, que guía a los reporteros por el interior de las instalaciones.
La sala principal está presidida por una pantalla gigante que muestra el mapa de la ciudad y las unidades móviles geolocalizadas en él. Recuerda al puesto de mando de la nave 'Entreprise' de la saga de 'Star Trek'. Sobre un estrado se sitúan el médico y el enfermero coordinador. Enfrente y distribuidos en mesas a ambos lados de un pasillo, se escuchan voces que responden: «Buenos días, le han pasado con urgencias. ¿Qué le ocurre?». Voces diligentes y eficaces como la de Esther Aguilar, que supervisa a los operadores telefónicos, en su mayoría mujeres.
El filtro de las llamadas
«Lo primero que enseñamos es que no sólo hay que oír sino escuchar lo que nos dicen y lo que no nos están contando. Todo lo que hay alrededor te aporta información: el tono de la voz, los silencios, la persona que habla por detrás…» Veinte años de servicio le han permitido desarrollar un sexto sentido para detectar el problema que pocas veces falla. En caso de duda, se recurre al médico de la sala para hacer el interrogatorio.
«Todo queda grabado; las preguntas que se hacen siguen un protocolo ya establecido, los datos se registran en un sistema informático y a cada llamada se le asigna un código de colores (el rojo para la prioridad máxima) que lleva aparejada la activación de un recurso», explica. Ambulancia de traslado, UVI móvil, unidad de soporte vital básico (con dos técnicos), helicóptero medicalizado... De éstos funcionan cinco en Andalucía y se movilizan para dar cobertura a accidentes de tráfico o pacientes en pueblos alejados de un hospital.
Son las 8.48 horas y llega el primer aviso a la central. El repentino 'toque de corneta' en el 061 interrumpe la conversación. Aunque los reporteros salen escopetados, a su llegada, el equipo al completo de la UVI móvil está ya embarcado y el motor arrancando. «Nos movemos», grita el técnico de emergencias delante del volante. El servicio no ha tardado ni dos minutos en activar el código ictus. «Es un hombre de 56 años que no se siente la parte derecha del cuerpo. Está en el barrio de San Diego», informa el médico.
Son las 8.48 horas y salta el primer aviso. Es un hombre de 56 años que no siente la parte derecha del cuerpo. Se activa el código ictus
El dispositivo para un accidente cerebrovascular pone en guardia no sólo a los sanitarios que aplican al enfermo el primer tratamiento y lo trasladan a su hospital de referencia en Sevilla, el Virgen Macarena, sino que prealerta a los especialistas encargados de practicarle un TAC para acortar el tiempo de respuesta. «Si se confirma el diagnóstico y es grave, puede estar dentro de nada sobre la mesa de un quirófano», advierte el médico José Luis Lozano. Pero habrá que comprobarlo sobre el terreno. El ictus es una patología tiempo-dependiente, como son los infartos agudos, las paradas cardiorrespiratorias y enfermedades traumáticas causadas por accidentes de tráfico o laborales. «Si no se atienden de forma precoz, el pronóstico va a ser malo porque deja secuelas o no va a tener pronóstico», precisa.
Cada minuto cuenta. José Joaquín Pallares pisa a fondo el acelerador y emprende una conducción defensiva por las calles de la ciudad. El vehículo lleva a bordo una terminal de GPS que permite solicitar otros dispositivos de salvamento o seguridad. La sirena, que tiene distintos sonidos de alerta, va abriendo camino. Los coches le hacen un pasillo y los semáforos en rojo no existen ni tampoco los límites de velocidad.
En el estómago se siente un cosquilleo cuando va esquivando a otros vehículos en dirección contraria. Pallares es un conductor experto. De eso no hay duda. Desde 2002 es técnico de emergencias, trabajo que antes compaginaba con otro de profesor y director de autoescuela. «Hay que andar con mil ojos, porque todo el mundo va con prisa. Lo más importante es llegar a tiempo y con seguridad. Si no llegamos, no ayudamos y tenemos que llegar. Si el accidentado es un niño, entonces vuelas», remarca el técnico.
Primer código ictus
Volando y casi sin darse cuenta, la ambulancia llega a su destino. Son las 8.59 horas. Antes, el médico ha consultado en la tableta electrónica la historia clínica del paciente y se ha puesto al día sobre las patologías previas, las intervenciones o si tiene alergia a un medicamento. El tiempo apremia. Suben a la vivienda y encuentran al enfermo postrado en una cama. «¿Qué te ocurre, Manuel (nombre ficticio)? ¿Puede hablar? Te vamos a hacer un electro y tomar la tensión», le indican.
Las preguntas no se formulan al azar. Los síntomas de un ictus son la dificultad para hablar, el mareo y la desviación de la comisura de la boca. Lo primero es calmar al auxiliado y a su mujer, que aporta algunas pistas a los sanitarios: «El año pasado se quedó todo paralizado y los médicos no supieron qué tenía». La analítica de sangre realizada en su dormitorio revela niveles muy bajos de calcio y potasio, por lo que se inyectan vía intravenosa los minerales que le faltan.
«El calcio es el ion que hace que el corazón lata. Nos hemos adelantado al tratamiento que va a recibir. La idea de esto es sacar el hospital a la calle», ilustra Lozano, mientras ayuda a su equipo a bajarlo en una silla de evacuación para llevarlo al hospital Virgen Macarena. A primera vista, no parece un ictus, pero el TAC posterior confirmará que sí es la causa real de la parálisis en su cuerpo. Como a todos los auxiliados, se le hace el test de Covid previo.
Un ingreso sin demoras
La moneda ha caído de cara esta vez: el edificio tiene ascensor. Podía ser peor. «La mitad de los problemas a los que nos enfrentamos son determinar qué tiene el paciente y la otra mitad, cómo sacarlo de su casa», lamenta. A las 9.44 horas la UVI está arrancando y cinco minutos después ha estacionado frente a las urgencias hospitalarias, como muestra la pantalla del terminal embarcado que lleva el vehículo. A su llegada, otros sanitarios aguardan con una camilla preparada para que Manuel no pierda ni un segundo en el ingreso.
Completada la primera asistencia, el equipo reanuda la marcha, resuelto a hacer una parada técnica para desayunar, con permiso del móvil que da los avisos y del que el médico no se separa nunca. Tiempo para conocer las historias que hay detrás de los protagonistas de la tripulación. Lozano se estrenó como médico de emergencias en el año 2013. Ha estado trabajando en Cádiz, Huelva y hasta en un pueblo perdido en los montes de Toledo. Su vocación se despertó tras quedarse petrificado ante un accidente de tráfico que presenció siendo un adolescente. «Me sentí impotente. Me daba pánico quedarme en blanco ante una urgencia y decidí dedicarme a esto».
La sirena va abriendo paso. Los coches hacen un pasillo a la ambulancia. No existen los semáforos en rojo ni los límites de velocidad
Los profesionales no han dado ni dos sorbos al café cuando el móvil vuelve a rugir. El aviso proviene del centro de salud de Torreblanca. Un joven de 24 años que recibió el alta hospitalaria por una neumonía el día anterior siente asfixia. Se acabó el desayuno. El equipo sale como un rayo del bar para acudir en su auxilio. Una vez en el ambulatorio, Lozano le hace una ecografía en la espalda y confirma el diagnóstico: «Es una buena neumonía». Nada, en todo caso, que no se pueda remediar con reposo y antibióticos. Vuelta al vehículo y nueva parada para reanudar la charla de mesa camilla en torno a ese café que se quedó humeante sobre la mesa.
Son las 11.50 y el teléfono vibra otra vez. Manuel, el primer paciente, debe ser trasladado al hospital Virgen del Rocío para someterse a una trombectomía, una técnica milagrosa que consiste en introducir un catéter en la arteria hasta al coágulo y extraerlo a través de una malla metálica. Esta novedosa terapia aumenta un 70% las posibilidades de recuperar la capacidad funcional de quienes han sufrido un ictus agudo. «No le van a quedar secuelas», pronostica José Luis Lozano, mientras observa en una pantalla cómo el líquido administrado va irrigando las redes de su cerebro hasta que el trombo bloquea su paso.
El sonido del móvil le devuelve de golpe a la dura realidad de la calle. Son los 13.12 horas. «Mujer de 73 años en la calle Sinaí [en el barrio de Huerta de Santa Teresa]. Tiene paralizada la parte izquierda de la cara», especifica el doctor. Activado, por segunda vez, el código ictus. «Hoy estamos monotemáticos». La UVI regresa a la carretera. Y con ella, la estridente sirena, los acelerones, los semáforos en rojo y el vehículo circulando a toda velocidad porque no hay tiempo que perder. La ambulancia vuela. A las 13.20, estaciona cerca de la terraza del bar donde está sentada la paciente. En 17 minutos ha sido explorada e iniciado su traslado al Virgen del Rocío para repetir el ritual de pruebas al que, sólo tres horas antes, se había sometido Manuel. La enferma tenía la tensión alta y una cardiopatía estructural.
Los ictus se han disparado por la edad de la población. «Son 'Los Rolling Stones' de las emergencias», ironiza el médico Lozano
El envejecimiento de la población ha disparado los accidentes cerebrovasculares, una patología que requiere una actuación rápida para evitar las secuelas que deja la falta de oxígeno. «Los ictus son 'Los Rolling Stones' de las emergencias», ironiza Lozano.
La tripulación reanuda la marcha. Esta vez, el destino es un restaurante en la Cartuja, cercano a la base de operaciones y frecuentado por otros compañeros del 061. Hora de almorzar. No saben si llegarán al segundo plano o se levantarán antes de hacer la comanda al camarero. Va a ser lo segundo.
Quería morirse en su casa
Son las 14.49 horas y el móvil lanza otra alerta cuando se disponen a tomar asiento. «Es una mujer de 66 años que ha estado convulsionando. Puede ser un ictus isquémico o hemorrágico, que es peor», informa. En su vivienda del Parque Amate se le inocula medicación para que se relaje y una vez dentro de la ambulancia se sopesa intubarla con un respirador, pero recobra la conciencia y abortan la medida. Inmovilizada y estabilizada, la UVI pone rumbo al hospital con las sirenas encendidas. La asistencia acaba con la paciente tumbada en una camilla en el hospital. La ambulancia reanuda su marcha, pero esta vez sin sirena y mimetizada con el resto de vehículos de vuelta a la base para almorzar aunque sea a deshoras. No queda otra. El vértigo es constante.
Por la tarde, tras diez horas de maratón asistencial, el equipo sanitario acude en auxilio de una anciana de 90 años a la que tienen que convencer con mucha psicología para llevarla al hospital porque estaba decidida a «morirse en su casa», y a otro hombre que había intentado suicidarse arrojándose a la A4. Como dice el doctor Lozano, «es que no hay dos días iguales».
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