SOCIEDAD

La vida en Marbella de Manolo Santana 50 años después de Wimbledon

El primer gran campeón español del tenis mundial cuenta como es su vida rodeado de jóvenes y cómo lo compagina con sus obligaciones con las estrellas internaciones de este deporte

J.J. MADUEÑO

Se cumplen 50 años de una de las mayores gestas del deporte español. Medio siglo desde la victoria de un «pionero» en Wimbledon. Manolo Santana, vestido de blanco, se imponía a Denis Ralston en la central del All England Club. Levantaba la copa de campeón y se convertía en el primer español en ganar en la hierba de Londres y en hacerlo en todas las superficies posibles. Con cariño se recuerda cómo se saltó el protocolo y besó la mano de la duquesa de Kent, antes de levantar la copa con el escudo del Madrid en el pecho, otra de sus grandes pasiones. Emergía el mito, que ahora vive resistiéndose al retiro en Marbella . «Me quedan por lo menos 20 años más de vida», resalta en un español castizo que recuerda sus orígenes madrileños.

Nació el 10 de agosto 1938 en una familia humilde de Madrid y se empezó a ganar la vida en un club de tenis donde «el que mejor tenía la pista más propina ganaba». Guardaba una de las pesetas de sus ganancias para el futbolín y el resto se lo daba a su madre. «Mi primera raqueta me la fabriqué con un respaldo de una silla» , recuerda Santana, quien nos atiende en su club de tenis que tiene desde hace 20 años en Marbella, donde vive junto a su mujer Claudia Rodríguez, sus cinco perros y su cinco gatos adoptados.

Una ciudad en la que ha fundado un espacio en el que los niños sueñan con ser el próximo Rafa Nadal, a quien el propio Santana tiene una admiración casi devocional. No tiene rutinas porque no le gustan. « Lo único que hago siempre es una hora de ejercicio físico con un monitor y 40 minutos de tenis. Dos cestos de bolas, me van lanzando a la derecha o al revés y me pongo a dar pelotazos». Su vida está dedicada a ser una figura que guíe a los jóvenes deportistas. Su trabajo empieza con una escuela de 150 niños en su club.

Es un mecenas de jóvenes deportistas y siempre está atento a los entrenamientos que hay en la escuela. «Lo que hago, porque me gusta, es acercarme a verles dar pelotazos». Cuando no entrenan se acercan a Santana, que suele compartir juegos con ellos. Los niños lo saludan con cariño. «Es muy gratificante ver los resultados que dan». Mejoras en el juego que se deben dar en todas las superficies, según Santana, porque «un campeón debe ganar en todas las pistas» .

Si los chavales destacan les consiguen plazas en las mejores escuelas de tenis del país . «Como la que ha abierto Rafa Nadal en Manacor», resalta. «Aunque la mayoría son propuestos para ir a Madrid y Barcelona», concluye. «Tenemos chicos con 17 y 18 años que no van a llegar a ser buenos profesionales y a los que les hacemos un entrenamiento especializado para consigan un nivel aceptable. Si juegan bien, saben inglés y pueden ir a Estados Unidos les conseguimos una beca para que puedan ir a estudiar allí », explica Santana.

Llegó a Marbella para un torneo de exhibición con grandes figuras mundiales en 1979 cuando estaba casi retirado. «Metí la pata porque podía haber pedido mucho más dinero», lamenta risueño. Aquel campeonato marcó u na amistad con Björn Borg que le uniría a la ciudad para siempre . Jugó en la plaza de toros de Marbella un partido contra el sueco, entonces dominador del tenis mundial. Fue la condición de Santana para participar. «Con el público animándome constantemente me creía que le podía ganar, hasta que le hice una dejada de las que botaba la pelota en su campo y volvía hacía el mío. Corrió desde el fondo y se pegó un leñazo contra la red. La gente se rió, el sueco me miró con sus ojos profundos y no le volví a ganar un juego. Pasamos de un tres iguales a un 6-3, 6-0. El público gritaba ¡Manolo!, ¡Manolo!, pero se acabó Manolo», señala entre risas.

Aquella dejada forjó una buena amistad con el sueco, que en 1983 en Wimbledon le ofreció hacerse cargo del club de tenis de Puente Romano , que Borg dirigía. Tras otro partido entre ambos, «sin dejada», se hizo cargo del club del lujoso hotel durante 16 años. Desde allí pasó a fundar su propio club, que compagina con otras ocupaciones que le hacen vivir, a sus «77 tacos», entre Madrid y Marbella. «Cuando llego a la Estación María Zambrano deben pensar: ¡ya está aquí otra vez Santana!».

Es el director del Madrid Mutua Madrileña. «Me gusta mucho preparar las cosas del Máster e ir a ver a los patrocinadores. Siempre estamos innovando, porque un torneo que cuesta 21 millones de euros debe ser un campeonato que agradezcan los jugadores y la ciudad de Madrid», afirma. Una labor que compagina con su involucración en la Copa Davis Sub-16. « No me resigno a sentarme en frente del televisor ». Por esta razón, viaja a los grandes torneos, donde entra en contacto con los mejores tenistas del mundo. «Siento envidia porque no puedo jugar», señala.

Se siente muy querido en Londres y en Nueva York , donde sólo Rafa Nadal ha vuelto a ganar desde que él triunfara allí en los años 60. Del jugador español dice que «es tan bueno que tarde o temprano va a volver a tener su oportunidad». «Lo invitamos al Máster de Madrid en su primera participación. Tras perder me dijo que al año siguiente iba a ganar el torneo y lo hizo», recuerda Santana. Sus viajes le hacen conocer a los mejores tenista de la actualidad y mimarlos como un gran abuelo de este deporte . Guarda buena relación con casi todo el circuito, de ahí que sea buscado para gestionar proyectos dentro de la ATP. «Rafa es un chico humilde que nunca abandona la pista cuando pierde», resalta. Una admiración que comparte con Novak Djokovic. «Es un tío genial. Tan humilde como Rafa», apunta. Aunque el tenis que más le gusta es el de Roger Federer. «Por su elegancia», reseña.

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