Seguridad
Así trabajan los guardias civiles que rescatan inmigrantes en las costas italianas
La tripulación del buque Río Segura relata su dura experiencia y el día a día de un trabajo gracias al cual han salvado a casi 3.000 personas
Cada recoveco del buque Río Segura de la Guardia Civil es un lugar para la esperanza. Un espacio en el que soñar una nueva vida en la idealizada Europa. El punto y final de una travesía donde se siente en carne propia cómo los seres humanos pierden su condición y en la que a muchos les espera el destino de una tumba de agua. Algo más de 70 metros de eslora en los que está impregnado el drama de esos miles de inmigrantes y refugiados que en avalancha llegan a las costas italianas y griegas . La veintena de guardias que lo tripulan, que en su última misión han rescatado a casi 3.000 personas jugándose el pellejo, relatan en primera persona los entresijos de una crisis humanitaria que esconde un millonario negocio ilegal.
Reunidos en una pequeña sala donde todo está milimétricamente estudiado para que las cosas aguanten los vaivenes de las olas, el comandante Francisco Alba repasa en una pequeña libreta los datos de la «operación Tritón», a pesar de que aún los tiene medianamente frescos después de que el director general del Instituto Armado, Arsenio Fernández de Mesa , los recibiese el martes en el puerto de Málaga, donde han hecho una pequeña escala antes de echarse de nuevo a la mar.
Los números son incontestables -2.938 inmigrantes rescatados en nueve intervenciones y la identificación y detención de 17 presuntos traficantes de personas-, pero tras ellos se esconden vidas e historias cuya crudeza estremecen.
Junto al auxilio de personas discapacitadas, que sin poder andar se adentran en el mar, Alba recuerda el caso de una joven que tenía quemaduras en el 25 por ciento de su cuerpo . «Se las provocó la reacción química que se produce cuando se mezcla la gasolina que hay desrramada por la embarcación con el agua salada del mar», explica, para contar que la chica tenía abrasadas la espalda y las piernas traseras. «Se le hizo una primera cura tras el rescate, pero no contó la gravedad de las lesiones que tenía, así que se tiró toda la noche de pie apoyada en una barandilla aguantando el dolor. Cuando fuimos conscientes, se evacuó de urgencia y fue ingresada en un hospital», recuerda.
Otra de las experiencias más gratificantes fue cuando improvisaron una especie de incubadora con una caja de cartón, telas y algodón para atender a un bebé recién nacido que había venido al mundo en el barco donde sus padres intentaban llegar a Europa.
Pero detrás de esta historia feliz se esconde la degradación del hombre. El padre del pequeño era un enfermero eritreo que huyó de su país junto a su esposa embarazada y sus otros dos hijos de 4 y 6 años. Todos eran refugiados cuyas vidas corrían peligro si permanecían en tierras africanas. Aunque después de superar penurias y sinsabores, se topó con la violencia de las mafias de la inmigración. «Tanto su esposa como él fueron maltratados, golpeados y vejados y les amenazaron con matar a los otros dos pequeños si no obedecían lo que les mandaban», explica el comandante Alba, que apunta que fue este hombre quien «cortó el cordón umbilical y le puso la pinza al bebé» cuando su mujer dio a luz.
Mano de obra barata
Este relato refleja la falta de piedad de los grupos organizados que se lucran con el negocio ilícito de la inmigración. El pasaje tiene un coste mínimo de unos 1.000 euros , aunque en el caso de los sirios –que suelen pagar en dólares– supera los 2.000, ya que las redes saben que tienen un mayor poder adquisitivo. Si se tiene en cuenta que hay embarcaciones en las que llegan a introducir a 500 personas, y en las que los inmigrantes van «encajados», ese viaje puede generar unos beneficios de aproximadamente medio millón de euros.
Francisco Alba incide en cómo las redes «explotan» a los inmigrantes como mano de obra barata cuando no tienen dinero para pagar el pasaje y los emplean o «alquilan» para que trabajen en la construcción o el campo .
Aunque el miedo y la esperanza de un futuro mejor provocan que los rescatados delaten a estos delincuentes, a los que en la cubierta del Río Segura, una vez se ha producido el rescate, se les cala por «los aires de superioridad con los que se desenvuelven».
«A la hora de analizar esta cuestión hay que partir de la premisa de la situación que viven los inmigrantes, para quienes estos individuos, a pesar de que les maltraten y agredan, son la principal opción para venir a Europa . No quieren cortar esa vía de de entrada», detalla el mando del Instituto Armado.
Esta vía, señalan los expertos, se ha convertido prácticamente en la única después del «blindaje» del Estrecho de Gibraltar con el Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) y la mayor colaboración de las autoridades marroquíes, así como por las actuaciones en Mauritania y Senegal para frenar los cayucos con destino a las Islas Canarias . Lo que ha provocado importantes modificaciones en las rutas migratorias.
Las indagaciones sitúan en Libia y Egipto los principales puntos de partida de las embarcaciones. Desde el primero de los países, habitualmente, suelen salir embarcaciones neumáticas; mientras que del segundo son barcos pesqueros, de unos 35 metros de eslora, «en los que viajan entre 400 y 500 personas». El comandante Alba explica que las primeras se «mueven como una batidora», mientras que los segundos son «cochambrosos».
Turquía es otro «puerto de salida», aunque está fuera del radio de actuación del Río Segura. Y resulta extraño, porque la zona de patrullaje es de 100 millas al cuadrado. «Miles de kilómetros», apunta el mando.
Fue el pasado mes de mayo cuando los tripulantes del buque de la Guardia Civil se enfrentaron a una de las intervenciones más complejas. Alguno, incluso pensaba que no salía de allí. Todo empezó con un aviso urgente en el que se les informaba de que había una embarcación llena de inmigrantes que estaba zozobrando, aunque cuando llegaron al punto exacto –los barcos suelen llevar teléfonos satélite que dan su posición– se encontraron flotando en el mar a numerosas personas que en la mayoría de los casos no sabía nadar. David, uno de los agentes, recuerda cómo se le agarraban a las anillas del chaleco y un compañero tenía que sujetarlo para que no lo arrastraran al agua.
«En una embarcación llena de personas que se juegan la vida, no hay sentimiento de solidaridad, es supervivencia pura y dura», sentencia otro guardia civil para poner de relieve el contexto en el que trabajan y donde la psicología es clave para evitar una tragedia.
«¿Conoces a Iniesta?»
Las imágenes de este rescate se colaron en todos los informativos del país y pusieron de relieve la labor que realizan estos agentes. Un trabajo alejado de los focos y en el que en muchas ocasiones se les coge un pellizco en el estómago a pesar de que intentan aparcar las emociones.
«Cuando te metes en el camarote a descansar un rato, sabes que detrás llevas a 200, 300 o 400 criaturas que lo han pasado muy mal, pero no nos podemos sentir culpable porque el mundo sea desigual », señala Francisco Alba.
Otro de los componentes de la tripulación percibe que muchas de estas personas que se juegan la vida «tienen expectativas que no son reales», pero precisa que, «por muy mal que puedan estar en Europa, seguro que están mejor que en sus países», ya que muchos huyen de guerras.
«¿Conoces a Iniesta?», dice uno de los guardias que le preguntó un chico al que había rescatado, mientras que Alba no oculta que le genera emoción -«no llorar»- cuando,«una vez en el buque, se ponen de rodilla y besan el suelo porque se sienten salvados».
Rescates: ante todo, mucha calma
Aunque hasta que se produce ese momento, la tripulación del Río Segura se ha enfrentado a un momento de gran tensión en el que la adrenalina se desborda.
¿Cómo se acomete un rescate de este tipo? La respuesta de los agentes es unísona: «Muy difícil». Tanto si el mar esta calmado, como si está picado –han llegado a navegar con olas de siete metros en los que la proa se hundía en el agua al caer–, el primer cometido es que los inmigrantes guarden la calma. Para ello, unos guardias saltan a la embarcación y les dan unas instrucciones para que no se pongan nerviosos, les reparten chalecos salvavidas y les explican que primero trasladarán a los enfermos, niños y mujeres. A pesar de ello, hay quienes, movidos por la desesperación, se pone de pie y hay que controlarlos para evitar una avalancha que haba zozobrar la lancha o el barco.
«A veces van tan llenos, caes encima de la gente cuando te lanzas, o tienes que ir caminando por el lateral de la “goma”», apunta uno de los agentes, mientras que el alférez Agustín insiste en que la clave para minimizar el riesgo es que «estén tranquilos y no se muevan durante el trasbordo a nuestro barco».
Cuando ya se encuentran en el interior del Río Segura, se le presta asistencia médica a quien la precise, se le da ropa de abrigo y comida. Las mujeres y los niños pasan a una sala resguardada, con sillas, un baño y una ducha; mientras que los varones permanecen en otras zonas del buque.
Los guardias reconocen que aún recuerdan los gritos de una mujer a la que el mar se tragó a su hijo, pero este trabajo tiene un lado reconfortante que hace que la práctica totalidad de los miembros de la tripulación sean voluntarios. Uno de esos momentos que les demuestra que lo que hacen sirve para algo lo protagonizó un niño, «de unos seis o siete años», recuerda el teniente Alberto, que «inexplicablemente» viajaba solo en un barco y que se convirtió en el ojito derecho de los guardias, que se pasan meses si ver a sus hijos. «Le hicimos una cama y cada vez que alguno pasaba a su lado, le daba gominotas, un chupa chups, un bollo o un colacao calentito», relata el agente.
Aunque otro de los momentos que erizaron la piel a más de uno de estos guardias fue cuando llegaban a puerto después de uno de los rescates y, en el momento en que izaron el pabellón nacional, los inmigrantes aplaudieron y gritaron: «¡Que viva España!» .
Después de repostar en el puerto malagueño y llenar las bodegas de alimentos, el Río Segura se encuentra ya en el mar. Parte de su tripulación se cogerá ahora unas merecidas vacaciones, pero en pocas semanas, volverá a dar esperanzas a quienes ya la habían perdido.