Hurtos en la pandemia

Un robo al mes: así sufren en una farmacia de Málaga a los «ladrones de la belleza»

La boticaria Eloísa Molina ha sufrido hasta cinco hurtos en su local desde principios de verano

Eloísa Molina en su farmacia del barrio malagueño de Ciudad Jardín Francis Silva

Pablo Marinetto

Ni mascarillas, ni geles: cosmética de alta gama . Es el producto preferido por los ladrones en la farmacia de la malagueña Eloísa Molina , donde lidiar y perseguir a los mangantes son ya gajes del oficio. En los últimos cinco meses, se han producido cinco hurtos en su local del barrio de Ciudad Jardín, donde los empleados tienen que estar más pendientes de quién entra por la puerta que de dispensar medicamentos.

«Los robos en la farmacia por desgracia ocurren con bastante frecuencia, pero desde la pandemia estamos a uno por mes mínimo» , explica a ABC la boticaria. En los 33 años que lleva atendiendo a los vecinos del barrio, le ha pasado prácticamente de todo, incluyendo atracos a punta de pistola. Lo que nunca llegó a pensar es que los hurtos se convirtieran en un quebradero de cabeza día sí y día también.

«Estamos moralmente destrozados . Hay una impunidad total y no podemos hacer nada», asegura. Con muchos negocios cerrados por la pandemia, farmacias como la suya se han convertido en un preciado botín para los ladrones, muchos de ellos reincidentes. De hecho, el pasado fin de semana recibieron la desagradable visita del mismo individuo dos días consecutivos.

El primer robo tuvo lugar el sábado. El hombre, al que los empleados ya tenían fichado, entró con una mochila en la parte delantera y fue captado por las cámaras de seguridad llenándola de productos, principalmente cremas, mascarillas, y maquillaje de marcas de renombre. Al día siguiente replicó la técnica con éxito, aunque encontró más impedimentos.

«Estamos moralmente destrozados. Hay una impunidad total»

«Pusimos una barrera de seguridad en la zona de cosméticos» -afirma Molina- «pero empezó a coger las cosas que tenía más a mano en el expositor». Según la titular de farmacia, algunos ladrones entran y se llevan lo primero que pillan, desde toallitas hasta pañales, pero otros llegan con la estrategia bien estudiada. «Da la impresión de que buscan un producto determinado , porque van directos a la zona donde están y cogen lo más caro. El último conocía los productos», señala.

Molina lamenta que no sirvan de nada las grabaciones ni las denuncias para frenar la oleada de hurtos, pero lo que más le preocupa es que «el miedo está cundiendo» entre sus empleados . Más allá de las pérdidas económicas, viven con la inseguridad de que alguno de ellos no se limite a robar y tenga otras intenciones.

«Somos 12 trabajadores y algunos tienen verdadero miedo, sobre todo después de ver las imágenes de la paliza a una farmacéutica de Barcelona , que son espantosas. Estamos trabajando, dando la cara todos los días, y nos sentimos vendidos», lamenta.

Lo de este fin de semana ha sido la gota que ha colmado el vaso, pero el historial es de órdago. La pesadilla arrancó en junio , cuando dos mujeres -que alguna vez ya habían hecho sonar las alarmas del local- se llevaron productos por valor de 380 euros. El importe no es casual. Siempre se afanan en no excederse para quedar dentro del delito leve.

Las cámaras volvieron a grabar en septiembre a un chico joven sustrayendo de la zona de cosmética varios artículos de más de cien euros. Con la mano larga, pero algo más torpe, otro individuo se llevó dos productos por valor de 140 euros al mes siguiente. No hizo falta ni revisar las imágenes, porque el propio ladrón le había dado a la auxiliar la tarjeta para retirar unos medicamentos.

Hartos de denunciar

«Ya no denuncio todos por las molestias que me supone. No puedo perder tres días haciendo gestiones por un robo de 100 euros», explica la boticaria. Asegura que con el incremento de los hurtos a comienzos de la pandemia, el propio Colegio de Farmacéuticos pidió a la policía que reforzara la vigilancia durante el estado de alarma, al ser uno de los pocos negocios que podían abrir por dispensar productos de primera necesidad.

«Al principio lo notamos y cuando veíamos un coche patrulla en la puerta nos sentíamos aliviados», subraya Molina, que agradece las muestras de apoyo que le han trasladado desde el Colegio. Cree que los horarios y el hecho de abrir sábados, domingos y festivos hacen de las farmacias un objetivo recurrente para los ladrones, que lejos de sustraer medicamentos se llevan productos de alto valor que suponen pérdidas económicas para las farmacias y un «desprestigio absoluto para los laboratorios».

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