PABLO RÁEZ
Pablo Ráez, el chico que sólo quería salvar vidas
Era un buen chico, deportista, sincero y que supo comunicar la necesidad de donar médula para salvar vidas en la lucha contra la leucemia
Pablo Ráez (Marbella, 1996-2017) supo ganarse el corazón de todos los que le rodearon. «Le recuerdo como un niño alegre que siempre trataba de sacarte una carcajada », asegura Esther Ráez, hermana de Pablo, con el que se lleva 15 años y que cuenta, entre las diabluras del pequeño Pablo, cuando siendo pequeñito apareció vestido con su ropa de hacer aeróbic. «Era en los 90, entró en el salón vestido con mis mallas, la cinta en el pelo y los zapatos, que le estaban grandes. Sólo para hacerme reír», remarca Esther, quien asegura que ese mismo Pablo es el que alentó a miles de personas a donar médula . El mismo que ha conseguido, retratando su calvario contra la leucemia en las redes sociales, que las donaciones en Málaga se multipliquen en más de un mil por cien. Los datos revelan que el carisma de Pablo ha ayudado a que, según el Plan Nacional de Trasplantes, vaya a haber 40.000 donantes más anuales hasta 2020 en España . «Estamos orgullosos», apunta su hermana.
Es el legado que deja a la sociedad un chico de 20 años que «no quería cambiar el mundo». « Sólo quería que la gente donara, quería cambiar la forma de ver el mundo », señala su hermana. «No le pido nada a Dios», confesó Pablo a su amigo el padre José López. «Dios no tiene sangre, ni plaquetas, ni médula. Él me da la fuerza, la paciencia y la luz», le explicó al párroco que lo acompañó durante los últimos años de su vida. Pablo murió el pasado sábado convertido en un icono de la lucha contra el cáncer y con una meta fijada. No era sólo sobrevivir al cáncer, sino hacer que miles de personas tomaran su lucha como ejemplo. Su mensaje de fortaleza dio la vuelta al mundo. «Siempre Fuerte» fue el grito que le despidió. « La sonrisa de mi hermano siempre ha sido como una medicina », explica Esther. «Cuando tuve alguna frustración, me acostaba junto a él y me sentía mejor. Era un pilar fundamental en la familia», reconoce su hermana.
« Hemos tenido suerte de tener a Pablo entre nosotros », sentencia Esther. Era un joven seguro, feliz, risueño y sincero. «Todo lo que ha dicho lo ha hecho siendo consciente de lo que quería transmitir. No dejó nada al azar», añade Esther, quien recuerda las discusiones con su hermano. «No parecía que tuviera quince años más que él», asegura Esther, acordándose de cómo, cuando discutía con Pablo, luego siempre se sentía mal. «Me respetaba mucho. Siempre me concedió un espacio en su vida e intentaba que nunca me disgustara», sentencia su hermana.
Los que le conocieron le recuerdan como un gran deportista. «Era muy elegante haciendo kárate. Mi padre lloraba al verlo», recuerda su hermana. En los últimos años se dedicó al «crossfit» y las imágenes haciendo deporte han formado parte del relato de su lucha contra la leucemia. Era una persona que confiaba en sí mismo y siempre quiso ser autosuficiente, hasta cuando las fuerzas le abandonaron Pablo quería asearse y hacer las cosas por sí mismo. «Siempre buscó ser independiente . Cuando era pequeño un día quiso ir solo a kárate, mi padre fue siguiéndolo sin que lo viera. Pablo se rodeaba cada tres pasos para ver si lo seguían y mi padre se fue escondiendo todo el camino», recuerda Esther. Pablo era un bromista, como recuerda su hermana: «Una vez se escondió en un armario. Estuvimos todos buscándolo y lo encontramos partiéndose de risa». « Se ha sentido dichoso. Ha sido feliz y amable . Creció al fuego lento de la vida y el dolor », apuntó el padre José López.
«Su sonrisa era una luz brillante », explica su hermana, que de los últimos días recuerda la fragilidad de Pablo. «No podía ni hablar, nos decía lo que quería con una palabra o un solo gesto», afirma Esther, que destaca sus valores éticos y morales. Cuando la llama se apagaba, Pablo sólo quiso estar con los suyos. Se resguardó en la familia, que lo acompañó durante el calvario de la enfermedad. Aquellos que, en ocasiones, vieron asombrados lo que estaba consiguiendo. « Dejó su huella en el mundo . Gracias por todo lo bueno que hay en tu corazón», afirmó el párroco José López, quien durante el funeral recordó cómo «besaba a todas las viejecillas en la sacristía» y evocó a que Pablo estaba dispuesto a seguir «sacando su sangre, arrancando sus penas y exprimiendo su razón».
Ahora toca preservar un legado de vida. La lucha de Pablo debe ser recordada. «Sigamos nosotros de esa manera silenciosa», instó el sacerdote. «La gente seguía a Pablo, no podemos hacer lo que él. Las personas creían en Pablo y ahora le toca al sistema sanitario seguir con el trabajo que él ha hecho», sentencia Esther Ráez.