SEMANA SANTA

La mística bailaora del Cristo de los Gitanos

Una mañana de Martes de Santo los cofrades de La Columna guardaban sus titulares cuando recibieron una visita que «paró el tiempo»

Cristo en los Gitanos de Málaga F. SILVA

J.J. MADUEÑO

La mística del momento se puede dejar a la interpretación, pero el relato de la historia que hizo el cronista de la Cofradía de La Columna, Agustín del Castillo, habla de que se «paró el tiempo» . Todo ocurrió la mañana del Martes Santo de 1977 . Como es habitual, el Cristo de los Gitanos y María de la O, habían acabado su estación de penitencia del Lunes Santo. Era la época de los «tinglados», cuando en Málaga las cofradías no tenían las esplendorosas casas hermandad. Tiempo en el que los cofrades malagueños dedicaban todos sus esfuerzos a recuperar el tesoro perdido en la quema de iglesias de la Guerra Civil. Fue en esos momentos complicados cuando se produjo un acto de fe que «parece un sueño» con la luz y el olor de la Semana Santa –como escribe el difunto Del Castillo–.

El cronista, mayordomo y pregonero de 2010, relata como entre las ocho y las nueve de la mañana se estaba procediendo, por parte de los hermanos, a desmontar los tronos en el «tinglado» adosado a la fachada del edificio de la Plaza del Teatro. Los encargados de recoger, entre los que se encontraba el propio Agustín del Castillo, ya habían desmontado casi todo y las imágenes tapadas para el transporte estaban sobre el suelo. Y en medio el trabajo cuenta que apareció una mujer gitana, que «dio más luz a la ya comparable del día» . «Arco Iris parecía», narra Del Castillo, que describe a la mujer con unas medias «con todos esos colores y muchos más».

La mujer, según la crónica, llevaba «dos hermosas trenzas que ella había entretejido con tiras de papeles de colores que terminaban en sendos lazos». Falda negra amplia, al igual que la blusa. Delantal floreado, «cuyo peto cubría el cruce de la pañoleta del cuello anudada a la espalda» y una fina bisutería en collares con «largos pendientes de coral rojo y metal dorado». Según relata Del Castillo, el rostro de aquella mujer estaba «surcado por tanta vida que, aunque denotaba su edad, transmitía juventud» . Con un parte altivo que le otorgaba, a ojos del testigo, «una vitalidad dulce».

La mujer preguntó por «el Señor de los Gitanos» y los cofrades le dijeron que ya se había recogido, que estaban desmontando el trono para guardar la imagen porque habían salido la noche anterior. La gitana les contó que había hecho más de veinte kilómetros a pie para ir a rezarle –en realidad provenía de Nerja, que está a 70 kilómetros de la capital–, y preguntó si lo podría ver. Los hermanos le indicaron cuál de las estatuas, ya tapadas para el transporte, era el Señor. La historia, convertida en leyenda, cuenta que se plantó delante de Él, lo miró fijamente y lloró .

«En ese momento me pareció que todo se quedaba quieto. El mundo paró , sólo vivía esta mujer. No llegaba ningún rumor de la calle, se había hecho el silencio y parecía que nadie podía ver aquello, incluso ni nosotros», relata la crónica de Agustín del Castillo, que añade que «de pronto estalló todo, la luz, el sonido, el olor y la vida». En sus manos –narra el testigo– aparecieron unas castañuelas y comenzó un baile desconocido. «Sus brazos hacia el cielo con rapidísimos movimientos, las castañuelas llenaron de música el espacio, al tiempo todo su cuerpo dibujaba saltos de imposible ejecución para una mujer de su edad», detalla la crónica, que prosigue: «Su boca derramó piropos a Dios. Su vocabulario, que no supe escuchar, me convenció que rezaba con tal fuerza que entendí dicha comunicación, íntima y sin frases o rezos hechos ».

Hasta que todo paró, la mujer se santiguó muchas veces, lloró otra vez y volvió a bailar. «Terminó y, muy serenamente y radiante, besó a Jesús , aseguro que a Jesús y no a su imagen, en la frente y en sus atadas manos. Se medio arrodilló y se volvió para marcharse», explica el texto del cronista, que preguntó a la mujer quién era. « Una gitana, ¿o es que no me ves, hijo?» , dice que le contestó. Le interpeló por su edad y esta le contestó que «tres veces un billete marrón y medio más». «Se fue, no comentamos nada, sólo nos mirábamos asombrados. Cuando rompimos nuestro silencio, hicimos la cuenta de su edad, deduciendo que un billete marrón, son veinte duros y por tanto tres y medio hacen setenta años», narra la crónica que concluye diciendo que fueron «unos privilegiados, al poder contemplar la fe de esta mujer» .

La historia es un pasaje del Martes Santo malagueño, donde la cofradía no es protagonista en las calles. Es el día en el que se puede ver al Rocío –la novia de Málaga– vestida de blanco venerada por su ciudad. Desfilan las Penas y llega desde la lejanía la Nueva Esperanza . Pasa la Estrella , que precede al Rescate , en una jornada que acaba con la Sentencia .

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