Sociedad

Donación de órganos: La gratitud que esconde la muerte

Familias de donantes y trasplantados inundan los hospitales con sus cartas de agradecimiento y bosquejan el éxito de un programa que bate récords

El doctor Miguel Ángel Frutos muestra archivadores con documentación y cartas de familiares de donantes y trasplantados Francis Silva

Pablo D. Almoguera

El doctor Miguel Ángel Frutos gira la vista hacia el techo con tono dubitativo. «No recuerdo cuántas», responde, «pero podemos saberlo». Se levanta de la silla y se dirige a un armario que hay a su espalda. Con el dedo va repasando los archivadores AZ cuidadosamente ubicados y saca uno de ellos. Lo abre sobre la mesa y lo primero que se ve es un recorte de un periódico británico, una carta y un llavero con la misma foto de carné del chico que ilustra la noticia. Todo cuidadosamente protegido. «Era un chaval que estaba de turismo y que murió atropellado» , comenta mientras extiende el folio en el que los padres de la víctima agradecieron al equipo médico su atención tras donar los órganos de su hijo. Palabras escritas desde la añoranza y el consuelo que invaden de recuerdos a su destinatario en el momento en el que ha decidido dar un paso al lado para que otro compañero se haga cargo de de la Coordinación de Trasplantes del Sector Málaga. Veinticinco años en los que ha sido testigo privilegiado de una creciente concienciación ciudadana ante el duro trance de la donación y que queda recogida en las «centenares y centenares» de cartas de agradecimiento de familiares y receptores que conserva como legado de esta parte de su carrera.

Cada uno de estos documentos, que el doctor guarda con mimo, son retazos de vidas a las que se les insufla oxígeno cuando parecen apagadas. Sueños por cumplir. Esperanzas infinitas. Clara, una joven antequerana, escribió las siguientes palabras para la madre de su donante: «Llevo tres años casada y espero que con este trasplante pueda quedarme embarazada. Si Dios quiere, nuestro hijo también se llamará Antonio. Porque esa felicidad será gracias a tu hijo Antoñito».

Pero en el reverso de estas misivas con final feliz también se escriben las historias de los donantes y sus familias. Relatos con un poso de dolor ante el es que imposible abstraerse, que sin embargo encierran una gran caridad. Ángel, recordó: «Acababa de terminar la carrera y estaba ilusionada. No es justo que se haya ido tan joven, tan rápido, así. Aunque no le habíamos oído hablar de donación, pensamos que donar era la única salida posible a la gran necesidad de trasplantes que tiene la sociedad».

Palabras que fijan con tinta un torrente de sentimientos a través de las que se escribe algunas de las cuestiones más llamativas de uno de los capítulos más sorprendentes de la medicina andaluza y española.  

«Lo habíamos perdido a sus 18 años y me resultaba impensable aceptar que la vida se le hubiese ido tan rápido, pero nos quedaría la satisfacción de que otros vivirían con lo que él podría darles» (María)

El doctor Frutos afirma que la donación de órganos «facilita el duelo» ante una muerte que habitualmente suele ser repentina: «Les ayuda saber que han podido ayudar a otra persona y que, de alguna forma, su ser querido está presente en ella».

Este profesional, que afirma que la mejor forma de comunicar la muerte del paciente y la posible donación es hacerlo con «honestidad y humanidad», reconoce que los momentos más duros que ha vivido ha sido cuando el fallecido es un menor. «Es antinatural que un niño vea cortada su vida» , agrega.

«Dijimos “no” sin reflexión. Ahora no entendemos por qué, y sentimos que sus órganos se hayan destruido sin ayudarle a él ni a nadie. No faltó tiempo o, pienso, prevaleció el egoísmo de nuestro dolor» (Juan Carlos)

El doctor, que día atrás presentaba su último balance de trasplantes -194 durante 2015-, destaca por encima de las cosas el compromiso de la sociedad ante la posibilidad de salvar una vida que se difumina. «Cuando empecé –a principios de los 90–, el porcentaje de negativas de donaciones era del 40; y a mí eso me quemaba por dentro» , explica. Fue entonces cuando decidió pedir ayuda a la Facultad de Psicología, y a la catedrática María José Blanca, con la que realizó encuestas y trazó protocolos para acercarse a los familiares de los donantes. «La clave es la empatía», señala, antes de recordar cómo pasaban días intentando convencer a los seres queridos del paciente de que podían ayudar a otras personas: «Se apelaba a la opción de vida y al principio de reciprocidad.

Estas técnicas acabaron fraguando y en la actualidad el porcentaje de negativas ronda el 11 por ciento. Aunque para llegar a lograr esta cifra que esperan reducir, Miguel Ángel Frutos tuvo que vencer las reticencias éticas de algunos compañeros. El conflicto subyacía en el nexo afectivo que el doctor establecía con el enfermo y su círculo, que se traducía en un «conflicto de intereses» cuando se producía la muerte encefálica y había que tomar una decisión.

Los éxitos de los trasplantes «han ido conformando una predisposición social» que han acabado venciendo las pegas del pasado.

«No olvido a mi donante ni de noche ni de día. Mi donante, por ya es tan mío como vuestro, y que está en el recuerdo de mi familia como uno más» (Josefina)

Este médico, que en el «periodo de descuento» por fin tendrá «horarios humanos», explica que el 99 por ciento de los trasplantados quiere conocer a su donante . La legislación les prohíbe facilitar cualquier dato, pero algunos acaban encontrándolos al asociar una noticia de un accidente leída en el periódico o recordar un rostro de quien esperaba a las puertas del quirófano.

El hospital, a las tres semanas de que se trasplantes los órganos, solicita información sobre el estado de los receptores –que pueden ser de cualquier parte del país- y se la remite por carta a la familia del donante.

«Muchas gracias a los médicos que cuidaron de nuestro padre. Ellos nos facilitaron la donación con su profesionalidad, siempre les estaremos agradecidos» (Beatriz)

Frutos, que afirma que deja el puesto «por culpa de un acrónimo de tres letras: DNI», reconoce que en la soledad del despacho «claudicamos» y sueltan más de una lágrima, pero que sus familias se merecen «aislarse» cuando salen por la puerta del hospital. «La pasión, en sus dosis justas» , apunta.

Pero ahora que recoge las cosas para mudarse a una planta inferior, no oculta una sonrisa de satisfacción cuando repasa las cartas de sus pacientes: «Cualquier profesional que reciba este retorno afectivo, tiene el mejor trabajo del mundo» .

«Hay muchos armarios para guardar muestras de gratitud», se despide del doctor, confiado en que los que vienen por detrás harán bien el trabajo.

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