INVESTIGACIÓN
Doñana emprende su viaje al pasado
El hallazgo de un yacimiento con huellas de elefante, entre otras especies del Pleistoceno, ofrece una radiografía de cómo era el paraje natural más importante de Europa y abre otra ventana a la ciencia, que desde hace décadas busca neandertales por estos lares
Si en Doñana , hace 100.000 años, había ciervos, jabalíes, lobos y todo tipo de aves, puede que hubiera quien los cazaba. Y los únicos que cazaban en Europa, por aquellos tiempos remotos, eran los neandertales. La ciencia busca sus vestigios denodadamente desde hace décadas en el sur de la Península Ibérica. El año pasado, sin ir más lejos, apareció una huella de un joven espécimen de Homo neanderthalensis en una cueva de Gibraltar , un hallazgo producto del trabajo de investigación dirigido por Joaquín Rodríguez Vidal , catedrático de Paleontología de la Universidad de Huelva , y Fernando Muñiz Guinea , doctor del departamento de Cristalografía, Mineralogía y Química Agrícola de la Universidad de Sevilla.
Ambos forman parte también del equipo multidisciplinar que en un tiempo récord ha conseguido establecer la existencia de huellas de diversos vertebrados en una laguna interdunar ubicada, hace 100.000 años, a los pies del acantilado del Asperillo , en el Espacio Natural de Doñana . Y que, entre esos vertebrados que más o menos eran los mismos que hoy pueden poblar la reserva más importante de Europa, habitaban elefantes. Elefantes europeos, concretamente, el Palaeoloxodon antiquus o elefante de colmillo recto, un animal que, obviamente, ya no existe, pero que, en aquellos días, paseaba sus cerca de cuatro metros de altura por las mismas arenas en las que hoy las familias de Homo sapiens sapiens del siglo XXI hincan sus sombrillas y ligan moreno.
Puede que cueste imaginar que un enclave familiar como es Matalascañas estuvo poblado, no hace en realidad tanto tiempo - ¿qué son 100.000 años en el océano de tiempo que lleva atravesado este planeta? -, por seres semejantes, pero así lo ha mostrado la propia naturaleza. Mientras los humanos estábamos confinados en nuestras casas, el mar seguía golpeando la base del acantilado hasta destapar lo que los investigadores han denominado Matalascañas Trampled Surface (MTS) , o superficie pisoteada de Matalascañas. Pisoteada por todo tipo de animales, desde jabalíes hasta lobos, desde aves hasta uros –un toro salvaje de unos dos metros de altura- y por supuesto, la gran estrella del descubrimiento, los elefantes, de los que hasta el momento no había constancia en zonas próximas al Golfo de Cádiz .
Gracias a las huellas y los rastros, «incluso gregarios y sociales, de lo que puede ser una madre y una cría», explica Muñiz, se puede establecer por fin una cadena entre Gibraltar y El Algarve , donde previamente habían aparecido vestigios de estos animales extintos. «Es algo totalmente novedoso», un descubrimiento que ha justificado que la prestigiosa Quaternary Science Reviews publicase el artículo de forma inmediata. «El impacto es clarísimo –insiste el geólogo y paleontólogo-, porque, además, la calidad de la huella es extraordinaria». A causa de las cualidades del sedimento y las condiciones idóneas de humedad que debieron reinar cuando aquellos gigantes posaron sus patas en el limo, se preserva, incluso, la señal de las uñas y de las almohadillas.
Los trabajos de investigación han durado escasamente tres semanas, las mismas que ha tardado el mar en volver a devorar el yacimiento, pero ha permitido «hacer una reconstrucción paleoambiental y paleoecológica del entorno». La Delegación Territorial de Huelva de la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible y el Servicio de Geodiversidad y Biodiversidad de la Dirección General de Medio Natural, Biodiversidad y Espacios Protegidos de la Junta de Andalucía autorizaron al equipo de investigadores para realizar una intervención de urgencia y la toma de muestras y conservación de algunas de las huellas, para su traslado a un museo o similar. Dos de esas huellas, de hecho, han sido rescatadas con métodos científicos y herramientas convencionales y manuales y la supervisión de la administración y podrán ser estudiadas y expuestas llegado el momento. Al mismo tiempo, la Consejería, explica Galán, ha posibilitado el escaneo de la zona con un dron «con un nivel de detalle extraordinario». «Y eso es ser generoso, porque permitirá compartirlo con todo el mundo, para siempre», aunque el yacimiento ya haya desaparecido.
Una lucha contra el tiempo y los elementos que comenzó a principios de junio, cuando a José María Galán , guía del Parque Nacional de Doñana y uno de los rastreadores más avezados del mundo, lo avisaron del descubrimiento dos compañeras, las biólogas del Espacio Natural de Doñana Dolores Cobo y Ana Mateo , «aunque el que realmente descubre todo esto es el mar». A la mañana siguiente comienza para él lo que profesionalmente ha sido una «experiencia única». «Me planto allí con una visión de rastreador actual y me encuentro un escenario que por analogismo me parece una zona donde los animales van a beber en África».
Galán tiene que cambiar el chip cuando el equipo de investigación que se traslada a toda prisa al yacimiento efímero señala la presencia de una huella de elefante fosilizada, «pero no elefantes africanos, como los que yo conozco, sino un tipo de elefante europeo que no tenía absolutamente nada que ver con lo que existe ahora». Su visión es vital a partir de entonces para «localizar e interpretar fenómenos que, por analogismos modernos, sean similares». Esa información –el modo de caminar, comparaciones morfológicas con especies actuales…-, servía al equipo paleoetnológico para afianzar o descartar sus hallazgos, todo ello bajo un nivel de estrés elevado.
Para Galán todas las huellas son efímeras, así que el rastreador se encontraba en un «entorno confortable» que ayudó a establecer un «tándem muy interesante con el equipo, que ha estado trabajando como una auténtica locomotora». Casi un mes a destajo , con la ayuda imprescindible de investigadores que de forma altruista se han sumado al proyecto que ha desvelado un pasado ignoto, «un paisaje casi igual: una Doñana previa», expone Rodríguez Vidal.
El paleontólogo no oculta su entusiasmo por las posibilidades que se abren con esta «ventana temporal». La dinámica litoral está destapando el terreno «como si fuera una especie de cremallera», por lo que los investigadores esperan que se siga abriendo el yacimiento. «Tiene que haber más, y si estamos en 100.000 años, los que allí cazaron tenían que ser neandertales . Ese es nuestro siguiente paso», advierte el científico, quien también se marca como objetivo «continuar buscando restos de fauna, porque esto es solamente un bosquejo». «Y después buscar pisadas humanas, porque en el entorno de lagunas –como lo que fue esta «superficie pisoteada de Matalascañas»-, había cazaderos y tenía que haber industria lítica ». Las herramientas que los últimos neandertales de Europa usaban en sus menesteres.
Si llegaran a parecer en una zona tan llana como Doñana, se daría una zancada hacia la comprensión de uno de los enigmas que «la sociedad científica tiene pendiente, porque hasta ahora los restos de neandertales siempre han aparecido en cuevas »: cómo se cobijaban estos cazadores recolectores nómadas mientras permanecían en un determinado lugar. El viaje al pasado de Doñana no ha hecho más que comenzar.
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