Coronavirus Andalucía

«La Virgen del Rocío te da consuelo, como cuando un niño busca a sus padres tras una pesadilla»

La Parroquia de la Asunción de Almonte, que alberga a la Blanca Paloma, abrió sus puertas el pasado 13 de mayo. Sus párrocos analizan estos dos meses de soledad y preocupación y avanzan sus sensaciones ante un Pentecostés «histórico»

De izquierda a derecha: José Antonio Calvo y Francisco Jesús Martin Sirgo en la sacristíta de la parroquia almonteña Miguel A. Jiménez

Miguel A. Jiménez / M. Humanes

Cuando llegó el decreto de alarma por el Covid-19 , el silencio invadió Almonte , una villa que había sido protagonista de un frenesí de visitas, peregrinaciones, cultos, tradiciones, cohetes y tamboriles. Y entonces, nada. Silencio y olor a lejía. Incertidumbre, miedo, preocupación, desesperanza y una tristeza que no habían sido invitados a participar en un año que presagiaba muchedumbres y la belleza inexplicable de un pueblo convertido en una catedral de flores de papel y que ayer superó con coraje la primera gran ausencia de este año: la de la procesión de la Virgen, de Reina, por las calles de la villa.

La clausura de la Parroquia de la Asunción separaba físicamente a los hijos de su Madre, confinada en un templo de no muy grades dimensiones, pero que sus párrocos, Francisco Jesús Martín Sirgo y José Antonio Calvo Millán , han sentido como si fuera «creciendo por momentos» y no sólo en un aspecto negativo, el del vacío que se convierte en aplastante para dos sacerdotes que añoran los rostros de sus feligreses, sus vecinos, sino también en el positivo: una Iglesia que «ahora es mucho más grande» gracias a las televisión local o las redes, que han registrado hasta 20.000 reproducciones de algunas de las misas que han oficiado en estos meses. «Esto te hace darte cuenta de quién eres y lo que el Señor ha puesto en tus manos, en cómo la Virgen te usa como instrumento», relata el vicario parroquial, José Antonio Calvo.

«Echamos mucho de menos a la gente de Almonte», admite así, sin tapujos, el párroco Francisco Jesús Martín Sirgo, que además es director espiritual de la Hermandad Matriz de Almonte . «Almonte, cuando la Virgen está aquí, cambia», intenta explicar el sacerdote, que sabe que la presencia de la Blanca Paloma provoca que «las relaciones sean mucho más profundas, más cercanas y cariñosas». «Ya no sientes Almonte como algo de lo que tú participas, sino como algo tuyo, que está dentro de tu corazón y que tienes que cuidar» porque «nos ha dado lo más grande que tenemos que es nuestro amor a la Virgen».

Y eso han hecho durante estos meses: cuidar a Almonte con sus herramientas, acercando al pueblo hasta su Madre, proporcionando consuelo y apoyo para quienes han atravesado los momentos más difíciles, siendo incluso, con la colaboración firme de Manuel, el sacristán , y en la monotonía de un sinfín de días y de horas todas iguales, una medida de tiempo. A las doce, el Ángelus. A las ocho, las figuras serenas de los párrocos rompiendo levemente el silencio sepulcral de las calles del pueblo. A las ocho y media, las campanas que lloran a los muertos cuando nadie más que los suyos les dedicaban un pensamiento; a las nueve, por fin, las voces del padre Kiko y el padre José Antonio entrando en todas las casas como si fueran de la familia , explicando alguna norma nueva, rogando prudencia, dando ánimo, pidiendo por algún vecino enfermo, por todos los rocieros del planeta, contando incluso alguna anécdota. Tratando de normalizar una situación surrealista. Y al fin, la Salve y los vivas a la Blanca Paloma. El último resquicio de alegría, de cotidianeidad.

Medidas especiales para la parroquia

El pasado miércoles, 13 de mayo, la Parroquia de la Asunción volvió a abrir sus puertas. Desde entonces, los devotos de la Blanca Paloma pueden volver a contemplar, sin cámaras de por medio, el rostro de la Virgen del Rocío , aunque tienen que observar las medidas de seguridad que la Hermandad Matriz de Almonte ha tomado en consenso con el Obispado, el Ayuntamiento, la Junta y el Gobierno.

Los cultos siguen celebrándose a puerta cerrada ya que, como afirma José Antonio Calvo, «la devoción a la Virgen es un imán que atrae a la gente» a un templo pequeño en el que sería prácticamente imposible observar las normas implantadas por el Gobierno. No impide esto que tanto Martín Sirgo como Calvo Millán afronten esta reapertura con «alegría», con «mucho cariño y esperanza» . «Si nosotros, personas de fe, no tenemos esperanza y somos capaces de transmitir esa alegría, mal vamos», advierte el párroco de Almonte, que afronta este nuevo comienzo «como un reto muy personal». «Vamos a celebrar un Pentecostés diferente», explica Martín Sirgo en referencia a la Novena y la Eucaristía que componen los cultos de un Rocío sin Romería , «un Pentecostés primitivo, como el de María con los Apóstoles en el cenáculo».

La suspensión de la romería, un mazazo

Un carácter «histórico» en el que incide el vicario parroquial, José Antonio Calvo, que como su compañero admite que conocer la suspensión del Traslado y la Romería fue «un mazazo» . «Lo veíamos venir y te vas haciendo a la idea; veíamos que no íbamos a poder culminar este primer tiempo de nuestra etapa aquí en Almonte como todos los sacerdotes que han pasado por esta parroquia», pero esto no significa «que mayo no sea mayo y que no se nos clave en el corazón», reconoce Martín Sirgo, que admite sentirse «más sensible» a medida que se acerca «lo que tendría que ser y que por desgracia no puede ser».

«Va a ser esa sensación extraña de que te falta algo», añade Calvo Millán, que piensa además en «todas esas personas mayores que están todo el día deseando volver a ver a la Virgen y que no saben si, por su avanzada edad, la podrán ver otra vez en el pueblo». «A mí todo eso me conmueve y me enseña».

Calvo reconoce haber atravesado estos dos meses de confinamiento con una mezcla de sentimientos: en lo espiritual, «con mucha confianza», la que «el pueblo de Almonte ha tenido siempre en la Virgen del Rocío» y «con mucho sufrimiento» en su vertiente humana. «Ver lo que se nos había venido encima y lo que estaba por venir, me ha hecho levantarme en medio de la noche, habiendo dormido muy poco, y ponerme a rezar , pensando en todas esas personas que lo estaban pasando tan mal».

Son sentimientos compartidos por Francisco Jesús Martín Sirgo, que guarda como decisivos los momentos en los que comunicaron al pueblo que la iglesia se cerraba - «ese día lo pasé mal; empecé a tomar más conciencia del alcance de la pandemia »-, y la primera Salve a solas con su compañero y con Ella: «fue desolador». «Cuando rezas “con”, te sientes abrigado: eres una comunidad, un pueblo que reza, un montón de corazones que palpitan unidos ante su Madre». Sin embargo, «cuando rezas “por”, sientes la soledad del templo», confiesa, aunque reconoce que siempre ha sentido «el amparo de Ella».

Para Calvo Millán, «como novato que soy – está por cumplir su primer lustro como sacerdote-, fue una de las experiencias más fuertes que he vivido en todo este tiempo vinculado a la Iglesia». «Me pareció entrar en la oscuridad de un Viernes Santo », una etapa que también le ha sido útil ya que «te hace caer en la cuenta de tu propia fragilidad, de tu pequeñez, te hace revalorar y reencontrarte con tu vocación».

El cariño de los vecinos

Ante esta oscuridad y preocupación se abre camino, casi de forma paradójica, la tranquilidad que aporta a la gente de Almonte «la cercanía de la Virgen». «Es como el niño que se levanta en medio de la noche por una pesadilla y en la oscuridad busca a sus padres» , aunque se acuerdan también, cómo no, de todos esos vecinos de El Rocío que han tenido que resignarse al hecho de que la Virgen no volverá al Santuario en la fecha prevista. «Ellos nos llaman y nosotros les acompañamos como podemos», relata Calvo, que entiende que a los habitantes de la aldea les falte esa fuente de paz y sosiego que es la imagen de la Patrona de Almonte.

Francisco Jesús Martín Sirgo ha sentido esa cercanía reconfortante de un modo profundo, tanto que le ha hecho reflexionar sobre el hecho de que, con la ingente cantidad de personas de todos los lugares del mundo que han pasado por la Parroquia de la Asunción desde el pasado mes de agosto, haya habido poquísimos casos de Covid-19 en Almonte , y todos con buen desenlace. «Me atrevería a decir que se ha producido un milagro en Almonte», trata de explicar él mismo, que ha besado, abrazado, charlado a corta distancia, con cientos y cientos de personas. Sólo el día de la presentación de los niños a la Virgen, por la Fiesta de la Luz, los párrocos dieron a bendición a cientos de pequeños y a sus familias, algo que ha supuesto una fuerte preocupación para Calvo Millán, que pensaba en que ellos mismos les pudieran haber transmitido el virus de haberse contagiado. «Da pie a pensar que ha estado la mano de Ella y que su manto ha cubierto al pueblo y nos ha cuidado con su gracia», medita Martín Sirgo.

También han sentido lo necesarios que son para sus vecinos y el cariño de la gente de Almonte, que valora el hecho de que se hayan expuesto cada día y que se lo ha demostrado, como ellos mismos cuentan, de muchas formas, incluso con un aplauso una tarde cuando se dirigían a la parroquia . La relación, de algún modo, se ha estrechado: ellos han peleado para que los funerales fueran más humanos, han donado su sueldo, junto al resto de los sacerdotes del Condado Oriental, para luchar por la «otra crisis que aún no se ve, la económica», y han dado respuesta cuanto han podido a las peticiones de algunos vecinos, anhelos deslizados por debajo de la puerta escritos en un papel que en la Salve unían a todo un pueblo para rezar por ese vecino en apuros.

El asunto de los funerales ha preocupado especialmente a los dos sacerdotes, porque en Almonte no ha habido ningún fallecido por coronavirus, pero la muerte sigue formando parte de la vida y quienes la han padecido en el seno de su familia la han tenido que afrontar con « una soledad radical y un duelo tan impersonal y frío que eso probablemente los va a marcar», lamenta Martín Sirgo. «Tuvimos que hacer mención en la Salve sobre el hecho de que no nos estaban avisando –desde las funerarias-, para oficiar los funerales y entierros». Este llamamiento surtió efecto y los párrocos pudieron dedicar un pequeño responso a los fallecidos en el tanatorio o en la puerta del cementerio, «marcando las distancias de seguridad requeridas».

«Las medidas del tanatorio nos impactaron», relata el vicario al recordar la primera muerte que se produjo en el pueblo tras el decreto de alarma, la de una joven catequista conocida y querida a la que tuvieron que despedir con mascarilla, con guantes y sin poder dar la comunión a sus destrozados familiares. «Hemos tenido muchas discusiones con los funerarios», admite. «Nos dolía mucho porque es un derecho de los fieles que podía ejercerse adecuándonos a la normativa establecida por Sanidad, y no entendíamos por qué no se nos avisaba», hasta que lo dijeron en la Salve y entonces las propias familias comenzaron a contactar con los sacerdotes cuando acaecía una muerte.

Reconocen que en su cercanía han corrido riesgos , sobre todo en momentos de dolor tan enorme como los funerales, donde no han podido evitar un abrazo con algún familiar destrozado. «No hemos podido decirles que no; ya bastante doloroso es el momento como para añadirle más dolor y soledad», admite el párroco.

Ahora toca afrontar una nueva etapa, y sin perder de vista todo el sufrimiento que atenaza a la población, «vamos a intentar transmitirle a la gente toda nuestra ilusión, nuestro cariño y esperanza ». «La Virgen del Rocío está en Almonte», recuerda Calvo. «Bendito sea Dios».

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